Amo a todas las almas


De la obra de Maria Valtorta.

Dice Jesús:
“Amo a todas las almas. Amo las de los puros que viven cual mi Corazón desea para vuestro bien, las de los afables cual lo soy Yo, las de los generosos que expían por todos y perpetúan mi Pasión, las de los misericordiosos que me imitan en las atenciones para con sus hermanos. Amo a los pecadores porque por ellos fui redentor y subí a la cruz. Sus pecados me dan dolor, mas no extinguen mi amor hacia ellos, no extinguen el deseo de estrecharlos, arrepentidos, en mi seno. Amo a las almas pequeñas que no carecen de imperfecciones pero que son ricas en amor que anula las imperfecciones.
Te amo a ti que te llamas María, el más dulce de los nombres para Mí. El nombre de mi Madre. Ese nombre que es escudo y defensa contra las insidias del demonio; ese nombre que es música del cielo; ese nombre que hace estremecer de júbilo a nuestra Trinidad; ese nombre de la que me estrechó durante la vida y en la hora de la muerte. María de Magdala, María Cleofé: las que fueron fieles a Mí y a mi Madre.
Cree en este amor por ti. Siente este amor en torno tuyo. ¡Pobre alma! No puedes encontrar otro Corazón más que el mío que sepa amarte como necesitas.
Tanto te he amado que he satisfecho hasta tus caprichos, por cierto, no del todo razonables, avalando con hechos verdaderos, tus castillos en el aire. Y no porque ello me placiese sino porque no quería rebajarte ante el mundo y porque sabía que aquellos mismos caprichos se habrían de trocar más adelante en arma de penitencia y de amor y, por tanto de santidad.
Te he amado tanto que he sabido esperarte… Te veía hacer la cabritilla caprichosa y unas veces sonreía y otras me entristecía; pero nunca me enojaba porque sabía que mi cabritilla llegaría un día a ser cordera.
Si no te hubiese amado como te amé, ¿crees que serías lo que eres? No. Piénsalo bien y verás que habrías ido de mal en peor. Mas allí estaba Yo vigilando.
No tengas miedo de mis caricias. Jesús nunca causa miedo. Abandónate con tu corazón y con tu generosidad. Dame todo y toma todo de Mí.
Ayer tarde y esta mañana has puesto sobre la gran hoguera del sacrificio por la paz tu hacecillo de sacrificios y lo has puesto con una sonrisa estrujada por el amor, luchando contra las lágrimas humanas que pugnaban por salir, contra las insinuaciones del Enemigo que pretendía turbarte. ¡Oh, querida! No será olvidado este sacrificio hecho con gozo de amor.
Ahora te pido una cosa. Tú sabes, pensamos en el dolor, que en la destrucción de las iglesias son muchas las partículas que quedan desparramadas entre los escombros y ruinas y de qué modo soy atropellado al estar Yo en el Sacramento. Pues bien, coloca mentalmente tu amor, a modo de tapete precioso, de mantel de purísimo lino, para recogerme a Mí-Eucaristía, golpeado, herido, profanado, arrojado de mis Tabernáculos, no por los pobres hombres que dinamitan las iglesias –ellos no son más que los instrumentos– sino por Satanás que los mueve. Por Satanás que sabe que se acortan los tiempos y que ésta es una de las luchas decisivas que anticipan mi venida.
Sí. Tras la mampara de las razas, de las hegemonías, de los derechos; tras el móvil de las necesidades políticas se ocultan, en realidad, el Cielo y el Infierno que combaten entre sí. Y bastaría que la mitad de los que creen en el Dios verdadero –mas, ¿qué digo?, menos que esto, menos que la cuarta parte de los creyentes– fuese realmente creyente en mi Nombre, para que los ejércitos de Satanás llegaran a ser vencidos. Pero, ¿dónde está la Fe?
Amame a Mí Eucarístico. La Eucaristía es el Corazón de Dios, es mi Corazón. Os di mi Corazón en la última Cena; con tal de que lo queráis, os lo doy siempre. Y no concebiréis en vosotros a Cristo ni lo daréis a luz mientras no sepáis hacer vivir en vosotros su Corazón. Cuando se forma un niño en el seno de una mujer, ¿qué es lo que primero se forma? El corazón. Lo mismo es en la vida del espíritu. No daréis a Cristo si no formáis en vosotros su corazón amando la Eucaristía que es Vida y Vida verdadera. Amando como mi Madre me amó desde el momento de la concepción.
¡Oh, qué caricias, a través de su carne virginal, para Mí, informe y diminuto, que palpitaba en Ella con mi corazoncito embrionario! ¡Oh, qué latidos, a través de las oscuras interioridades del organismo, comunicaba Yo a su corazón desde lo profundo de aquel Tabernáculo vivo en donde me formaba para nacer y morir por vosotros, crucificando por vosotros en mi misma Cruz, el corazón de mi Madre!
Pues bien, esos mismos latidos os los comunico Yo al corazón cuando me recibís. Vuestra torpeza carnal e intelectual no os deja percibirlos, mas Yo os los transmito. Ábrete tú del todo para recibirme.
Tú, muchas veces al día, –no puedo decirte: a cada momento, pues si fueses un querubín y no una criatura que tiene las torpezas de la materia, te diría: a cada momento–, repite esta oración:
Oración a Jesús en adoración en todas las partículas esparcidas y destrozadas entre las ruinas por la guerra:
“Jesús, que eres golpeado en nuestras iglesias a manos de Satanás, te adoro en todas las partículas esparcidas y destrozadas entre las ruinas. Tómame por tu sagrario, por tu trono, por tu altar. Me reconozco indigna de ello, mas Tú quieres estar entre los que te aman y yo te amo por mí y por quien no te ama. Que el dolor me empurpure como de sangre a fin de que llegue a ser digno ornamento para recibirte a Ti que quieres ser semejante a nosotros en esta hora de guerra. Que mi amor sea lámpara que arda delante de Ti, Santísimo, y mi holocausto incienso. Así sea.”