Sueños de san Juan Bosco


SALTANDO SOBRE EL TORRENTE

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SUEÑO 63.—AÑO DE 1868.


[San] Juan Don Bosco había marchado a Lanzo para descansar un poco. Se encontraba muy quebrantado de salud y esto le impedía estar en comunicación directa con sus jóvenes. Por la noche no podía descansar, pues una serie ininterrumpida de sueños no le daban punto de reposo. Se retiraba a las once de la noche con la esperanza de poder dormir profundamente después de una prolongada vigilia, pero de nada servía tal precaución. Uno de dichos sueños se refería a el Colegio de Lanzo y el [Santo] lo contó al Director de dicho centro la mañana de su partida, que fue el día 17, encargándole que él, a su vez, lo contase a la comunidad.

El Director acompañó a [San] Juan Don Bosco hasta Turín, pues tenía que ir a predicar ejercicios a Mirabello, y desde la capital del Piamonte envió a sus alumnos la relación de cuanto [San] Juan Don Bosco le había dicho.

He aquí la copia literal de la carta: El 18 de abril de 1868.

Mis queridos hijos del Colegio de Lanzo: Por lo apresurado de mi marcha no me pude despedir de ustedes como hubiera sido mi deseo, pero desde Turín les escribo lo que me hubiera gustado decirles. Escúchenme, pues, con atención porque les habla el Señor por boca de [San] Juan Don Bosco.

La última noche que estuvo [San] Juan Don Bosco en Lanzo pasé horas de verdadera inquietud durante el descanso. Vosotros sabéis que mi habitación está próxima a la suya; pues bien, dos veces me hube de despertar sobresaltado sin saber el motivo, me parecía haber escuchado un grito prolongado que infundía pavor. Me senté en el lecho, presté atención y me di cuenta de que aquel ruido procedía de la habitación de [San] Juan Don Bosco. Por la mañana, pensando en lo que había oído, decidí hablar de ello a nuestro padre.

—Es cierto, me respondió, que esta noche he tenido unos sueños que me causaron profunda tristeza.


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Me pareció encontrarme a las orillas de un torrente no muy ancho pero sí de aguas turbias y espumosas. Todos los jóvenes del Colegio de Lanzo me rodeaban e intentaban pasar a la orilla opuesta.


Muchos tomaban carrera, saltaban y conseguían caer de pie en la parte seca de la orilla contraria. ¡Magníficos gimnastas! Pero otros fracasaban; unos caían de pie al borde mismo del torrente y perdiendo el equilibrio se precipitaban de espaldas dentro del agua: otros, después de caer en el centro del torrente, desaparecían; algunos caían de bruces o daban con la cabeza en las piedras que
sobresalían de las aguas, manándoles la sangre de la frente y de la boca.


[San] Juan Don Bosco contemplaba esta dolorosa escena, gritaba y advertía a los jóvenes que fuesen prudentes, pero, todo inútilmente. El torrente estaba sembrado de cuerpos que, yendo de catarata en catarata, terminaban por estrellarse contra una roca que se alzaba en un recodo del río, donde el agua era más profunda, desapareciendo después tragados por un remolino. Abyssus abyssum invocat.

¡Cuántos pobres hijos míos, que escuchan ahora la lectura de mi carta, se encuentran sumergidos en el agua y en peligro de perderse para siempre! ¿Cómo jóvenes tan listos, tan alegres, tan valientes y decididos al saltar fracasaban en su intento?

Porque al hacerlo tenían siempre detrás a algún compañero mal intencionado que les echaba la zancadilla o les tiraba de la ropa, de manera que al perder el ímpetu fallaban el salto.


Y también esos pobres desgraciados, pocos afortunadamente, que hacen el oficio de diablos y busca la ruina de sus compañeros, también están escuchando en estos momentos mi carta. A éstos les diré las mismas palabras de [San] Juan Don Bosco: ¿Por qué buscan encender con sus malas conversaciones en el corazón de sus compañeros la llama de ¡as pasiones que después los han de consumir eternamente? ¿Por qué enseñan el mal a algunos que a lo mejor son todavía inocentes? ¿Por qué con sus burlas y con ciertos pactos hechos entre vosotros se apartan de los santos Sacramentos negándose a escuchar las palabras de quienes los quieren poner en el camino de ¡a salvación? Lo único que conseguirán es la maldición de Dios. Recuerden las amenazas fulminadas por Jesucristo que tantas veces les he recordado. Mis queridos hijos escuchen también vosotros, los que son causa del mal de los demás, son mis queridos amigos. Incluso les aseguro que tienen en mi corazón un puesto de preferencia, porque son los más necesitados de ello. Dejen el pecado, salven su alma. Si yo supiera que uno de vosotros llegaría a perderse, no encontraría un momento de paz en todo el resto de mi vida. Pues mi único pensamiento es su salvación, como el único afecto de mi corazón y el afán exclusivo de mis días hacer de vosotros buenos cristianos. Ayúdense a ganar el Paraíso. Tengo la seguridad de que me escucharán, ¿no es cierto?

No es necesario que les explique el sueño. Ya lo han entendido. La orilla sobre la cual se encuentra [San] Juan Don Bosco es la vida perdurable. El agua del torrente que envuelve y causa la muerte a ¡os jóvenes, es el pecado que conduce al infierno.


[San] Juan Don Bosco, pues, al contemplar semejante espectáculo, vencido por la angustia, gesticuló, gritó y, al fin, se despertó pensando para sí:

—¡Oh! si pudiera avisar a algunos a los cuales conocí, ¡cuan de buena gana ¡o haría!, pero mañana tengo que marchar.

Y diciendo estas palabras se volvió a dormir.