La Comunión en la mano y las mujeres sacerdotes

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La Comunión en la mano contradice la enseñanza de la Iglesia enunciada por Santo Tomás de Aquino, “por reverencia hacia este Sacramento, nada lo toque sino aquello que es consagrado”. Sólo las manos del sacerdote están consagradas. La comunión en la mano fue condenada en el Siglo VII para detener abusos extendidos y proteger el Santísimo Sacramento del sacrilegio. 

Sin embargo, los protestantes adoptaron esta práctica “para manifestar su incredulidad, o sea, que no hay ningún fenómeno como la Transubstanciación y las Órdenes Sagradas, y que el pan consagrado es apenas pan ordinario y el ministro un hombre ordinario sin cualquier poder dado por Dios para consagrar”.

La Comunión en la mano ha dado origen a una plétora de sacrilegios y herejías. 

Primero, la justificación de la existencia de ministros laicos de la eucaristía, incluidas monjas. Si una persona laica pudiese recibir la Comunión en sus manos no-consagradas, entonces podría difundirla a los demás. Esto inmediatamente ha disminuido la reverencia hacia el Santísimo Sacramento y otros sacrilegios los han seguido: Hostias consagradas dejadas en los bancos, a veces en pedazos; Hostias llevadas en los bolsillos; pasadas en el aula; dejadas en las calles; vendidas en e-Bay; y fácilmente conseguidas para la profanación definitiva en las Misas Negras.

El segundo resultado de la Comunión en la mano es, una vez que los ministros laicos de la Eucaristía han llegado a ser la norma, que las compuertas se han abierto a un torrente de otros “ministerios” litúrgicos que han contribuido a la degradación del Sacerdocio y a otras herejías. Estos “ministerios” son la puerta trasera a la ordenación de mujeres. 

El Sacerdocio integralmente masculino es una ofensa contra el concepto feminista de la “igualdad”, un concepto derivado del Comunismo y de la Francmasonería, y un error de Rusia, sobre el cual Nuestra Señora de Fátima había advertido. 

La estrategia feminista es meter mujeres en varios papeles litúrgicos para preparar un ambiente de aceptación para las sacerdotisas, mientras las congregaciones se van acostumbrando a ver a las mujeres alrededor del altar.