Coloquios de la Beata Alejandrina


7 de Mayo de 1949 – primer sábado
Yo sólo basto para llenarte y satisfacerte en tus ansias
Es de tal forma el hambre que siento de pureza y de amor, que me obliga a repetir muchas veces: no me dejes morir con esta hambre que me consume, Jesús mío.
Así hambrienta fue que esta mañana me preparé para recibirlo. Y luego que mi Jesús bajó a mi corazón, me pareció que Él me lo robó y en lugar del corazón me dejó un vacío tan grande que no lo podía soportar, nada había que me llenase. Quedé anhelante. Entonces es que me moría de hambre. El tiempo fue pasando sin que yo poseyera aquello que tanto ansiaba. Oí su voz, la voz de mi Deseado, que me decía:
— Hija mía, eres toda mía, es mío tu corazón, lo fundí en Mí, los dos son uno solo.
Sólo Yo basto para llenarte y satisfacer tus ansias. El vacío que Yo hice en ti es para llenarte de mis riquezas, darte la pureza, la dulzura, el amor que tanto ansías.
Me consoló tanto verte buscarme en esas ansias dolorosas. Te lleno, porque todo esto es la fuerza de tu dolor, todo esto quiero que le des a las almas, estoy loco por ellas.
Soy mal correspondido. Sufro al verlas seguir el camino de la perdición. Sufro al ver mi divina Sangre pisoteada, desperdiciada. Sufro al ver caer sobre la tierra culpable la justicia de mi Padre Eterno.
No puedo ver más tantos crímenes contra Mí. Qué locura mi amor: amo y no soy amado.
El Corazón divino de mi Jesús era una llama de fuego. Oí sus suspiros y veía por su sagrada Faz rodar copiosas lágrimas. 
— Oh Jesús mío, Oh mi amor, no llores, seca tus lágrimas y no ceses de amarnos. Tienes mi cuerpo para que sea tu víctima. Es poco, es nada. Vuelve meritorios todos mis sufrimientos en vuestra santa Pasión para poder reparar tantos crímenes.
Las lágrimas cesaron y el fuego de amor de Jesús continuó.
— Eres mi encanto, la loquita de Jesús y la loquita de las almas. Me obligas a perdonar y a olvidar por más tiempo tantas iniquidades.
 Hija mía, dile a tu Padrecito que le tengo reservado el Cielo, junto al trono divino, entre los santos, lugar de honor y de gloria. Haré que él suba en la tierra a la honra de los altares. Es el premio de su confianza, de su perseverancia y fidelidad a mi gracia y todo su sufrimiento que pasó en silencio.
Él consoló mucho mi Corazón divino. Dale mi amor en abundancia, para que se lo dé a las almas y para que desempeñe la misión que le escogí.
Dile a tu médico que estoy con él, y siempre le asisto en sus aflicciones y cuidados. Siempre acudo con mi bendita Madre a todos los que me invocan y confían en nosotros, mucho más vamos en socorro de aquella que cuida mi divina causa y ampara a mi esposa y víctima más amada.
Qué nada tema, Yo no lo dejo vivir sin espinas y lo estrujo de esta forma para unirlo más a Mí y cuidar a sus seres queridos. Cómo es grande para todos mi amor, Yo recompenso a quien bien me sirve.
— Ven, mi bendita Madre, ven junto a nuestra hijita.
Vino la Madrecita de los Dolores, con un manto rojo bordado en oro, con setas en su Corazón, triste, muy triste, me tomó en su regazo, me estrechó junto a Ella, me acarició y me dice:
— Hija mía, te quiero en mis brazos como en el Calvario tuve a mi Jesús. A Él lo tuve muerto por la humanidad, a ti te tengo para consolarte, para que puedas seguir siendo la gran víctima de la misma humanidad.
No niegues tu dolor a Jesús. Son tantos y tan graves los crímenes. El mundo está en inminente peligro. El corazón de tu y mi Jesús ya no puede sufrir más, junto con mi corazón. Sufre por las almas, no consientas que la Sangre de Jesús se pierda.
En ese momento, la querida Madrecita rompe en lágrimas. No quise seguir descansando en sus brazos, me lancé a su cuello y le dije:
— No, no, Madrecita, no quiero que llores. No tengo con que enjugar tus lágrimas, ten a vuestro Jesús. Lancé mis manos a la túnica de Jesús y con eso las enjugué.
Sólo Jesús, querida Madrecita, sólo Él puede suavizar tu llanto, no llores más. Lo amo a Él con tu amor. Te amo a Ti con el amor de Él. Nada os niego, yo quiero ser siempre víctima por vuestros dolores.
La madrecita con aire más sonriente, me cubrió de besos y caricias. Jesús continuó hablándome:
— Hija mía, en ese mes consagrado a mi querida Madre, te pido que le pidas a las almas amantes de nuestros Corazones que redoblen su amor y en su honor hagan cuanto puedan para que sea suavizado su dolor. Ella sufre al verme sufrir. Sufre con nosotros, haz que muchas almas te imiten. Pide a nuestros Corazones cuanto quieras, nada te será negado.
— Oh Jesús, toma en cuenta mis intenciones, acuérdate de quien me acuerdo en estos momentos.
— Tranquila, nada hay que temer, confía en Mí. Ve en paz a tu cruz, vive en ella como en el Tabor. Lleva a todos los que amas, te protege y ampara toda la ternura, todo el amor de Jesús y de María.
— Gracias, Jesús, gracias, Madrecita.