Invasión de los espacios sagrados por los laicos





El Obispo Fulton Sheen escribió una vez que tanto los hombres como las mujeres son esclavos de la moda, pero con esta diferencia ... si las mujeres son esclavas de la moda en el vestir, los hombres son esclavos de la moda en el pensar. Y de la manía y de la moda, que fueron el orgullo y la alegría de muchos hombres de Iglesia post-Vaticano II, bajo el pretexto de volver a la Iglesia más “participativa”, surgió la idea de involucrar a los laicos en la liturgia. Los laicos comenzaron a leer la Epístola, y el nuevo responsorio de salmos. Condujeron las tediosas “Oraciones de los Fieles” – “Oremos al Señor, Señor escucha nuestra oración”, e incluso nos dieron la bienvenida por el micrófono antes de la Misa, deseándonos los “buenos días”, diciéndonos qué himnos se cantarían y qué Plegaria Eucarística le apetecía ese día al Padre.

 El santuario se convirtió en un escenario, y ya no existiría el monólogo de un hombre. Cuanto más grande el reparto, mejor, y el drama cautivante de la Misa se volvió un show de aficionados. El sacerdote, un hombre que había sido llamado por Dios y especialmente instruido en el estudio y la dispensación de los sagrados misterios, debió apartarse, voluntariamente o de mala gana, para permitir que aficionados inhabilitados de tiempo compartido y fuera de lugar, invadieran y profanaran su sagrado dominio del santuario y del altar. Pero los lectores laicos dentro de la Nueva Misa no fue lo único. Los ministros laicos del Santísimo Sacramento no hubieran sido posibles sin la revolución en las rúbricas que la precedieron: la práctica y la amplia aceptación de los laicos recibiendo la Sagrada Eucaristía en sus palmas. El oficio del ministro eucarístico es, de tal manera, la progenie ilegítima de la unión de los “laicos comprometidos” de la Nueva Liturgia y la Comunión en la mano conviviendo en la nueva Iglesia. Es el hijo amado de la revolución de los años 60.

¡Todos en acción!

Podemos estar seguros que hubo muchos católicos deseosos de formar parte de esa “élite laica” que distribuye la Santa Comunión, aunque también hubo otros, cuyo buen sentido se opuso inicialmente a esa práctica, pero que eventualmente permitieron ser disuadidos por persuasivos hombres de Iglesia. La mejor táctica usada por el clero moderno fue recurrir a la adulación... aproximándose a los buenos hombres y mujeres católicos diciéndoles, “Ustedes son buenos miembros de la parroquia, cristianos ejemplares, buenos padres y madres, por esa razón, nosotros queremos conferirles el ‘honor’ de ser Ministros Eucarísticos”. Entonces, ¿qué hicieron? Aceptaron la distribución del Cuerpo de Cristo, algo tan sagrado que solo corresponde al sacerdote, y lo aceptaron infantilmente como un premio por su buena conducta: (...).

 Si para adorar a Nuestro Señor los Ángeles se aproximan doblando las rodillas, más que eso deberíamos hacer nosotros. Se está disfrazando como un premio lo que los buenos y humildes de la parroquia aceptan a regañadientes, aunque luego se acostumbran. O es una posición codiciada por el orgullo y la pompa en la parroquia, mostrándose por eso incapaces de reconocer ese falso y trivial prestigio.


John Vennari