Meisner, uno menos para protestar


El cardenal Meisner, uno de los cuatro que presentaron la Dubia, ha fallecido. 

¿Y qué importancia puede esto tener para el mundo católico? Pues nada más y nada menos que manifestar que sólo un grupo irrisorio de los príncipes de la Iglesia quiso enfrentarse a la demolición de la Verdad, abiertamente y sin disimulos. Es verdad, por otra parte, que se han firmado cartas, peticiones, se han redactado documentos y se han organizado conferencias y protestas, de sacerdotes, obispos y laicos sin que nada de ello haya detenido al intruso huésped de la sede vaticana que anda por allí como por su casa sin que Dios le haya invitado. 

Al contrario, ha invadido la misma cátedra del Dios-Hombre en la Tierra, ha pisoteado su doctrina, ha invitado a sodomitas a tener parte en el festín del cadáver de la fe, caído bajo sus pies y despreciado hasta el punto de ser escupido sacrílegamente, admitiendo a las almas sucias y malolientes a tener parte en el banquete celeste en el que el divino y transfigurado Jesucristo se nos da como alimento.

La putrefacción que emana de la sede petrina es tan abominable que los ángeles se tapan la cara, y sólo ante la idea de que la devastación sea momentánea y casi definitiva, pero con ánimo de recuperar al resto fiel, pueden soportar semejante panorama.

Los que hace tiempo venimos manifestando que Bergoglio es el falso profeta del Apocalipsis, no nos soprendemos de la diaria ráfaga de sucesos vomitados desde el Vaticano, siendo sólo un síntoma de lo que allí acontece. 
Müller, despedido, Sarah rodeado de innovadores, instituciones vaticanas despojadas de sus miembros fieles y sustituidos por enemigos de Dios, Benedicto semi callado, escándalos sexuales que da vergüenza sólo nombrarlos... Los que deberían hablar no se atreven, y la apostasía crece exponencialmente a medida que los países aceptan la comunión sacrílega parida por Amoris Laetitia.

¿Qué es un alma? ¿Qué representa para Dios? Es el precio pagado por Su Sangre, por su tortura infinita en Su Carne y en Su Alma. Y ese alma insospechadamente valorada por Él es conducida, por la Iglesia arrebatada por falsificadores, al Infierno eterno. Pero bien se encargan ellos de proferir verdades entre tanta confusión, es su garantía de que hablan por boca de Dios, siendo que es el demonio quien habla por ellos urdiendo el gran engaño. 

Pero, ¿quién compensará a Dios por las almas que le son arrebatadas por la hipocresía sin límite de estos falsarios? Nadie puede. Sólo la Justicia Divina pondrá las cosas en su sitio y los que actuaron como satanás robando almas al Hombre Dios deberán compartir su infernal suerte eterna.