Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm (M Valtorta)


Jesús está llegando en barca a Cafarnaúm. El ocaso está muy próximo. Todo el lago es un cabrilleo amarillo-rojo.

Mientras las dos barcas realizan las maniobras para arrimarse a la orilla, Juan dice: -Voy enseguida a la fuente por agua  para que puedas calmar tu sed.

Y Andrés exclama:

-El agua aquí es buena.
-Sí, es buena, y vuestro amor me la hace todavía mejor.
-Yo llevo el pescado a casa. Las mujeres lo prepararán para la cena. ¿Nos vas a hablar después a nosotros y a ellos?
-Sí, Pedro.

-Ahora volver a casa es más agradable. Antes parecíamos un grupo de nómadas; ahora, con las mujeres, hay más orden, más amor. ¡Y además... ver a tu Madre me quita inmediatamente el cansancio! No sé...

Jesús sonríe y guarda silencio.

La barca roza ya en la grava de la orilla. Juan y Andrés, vestidos solo con las camisolas cortas, saltan al agua y, ayudados por los mozos, tiran de la barca hacia la orilla, y para bajar ponen una tabla como puente. El primero en hacerlo es Jesús, que espera a que llegue a la orilla la segunda barca para unirse a todos los suyos. Luego se dirigen hacia la fuente caminando despacio: es una fuente natural, un manantial que está un poco fuera del pueblo.

Brota un agua fresca, abundante, argentina, que va a caer a una pileta de piedra; es muy cristalina e invita a beber. Juan, que se ha adelantado corriendo con el ánfora, vuelve ya y ofrece a Jesús el cántaro, que todavía gotea. Jesús bebe copiosamente.

-¡Cuánta sed tenías, Maestro mío! Y yo, estúpido de mí, no me había procurado agua.

-No tiene importancia, Juan; ahora ya todo ha pasado -y le hace una caricia.
Ya van a volverse cuando ven que llega, a toda la velocidad de que es capaz, Simón Pedro, que había ido a casa a llevar su pescado.

-¡Maestro! ¡Maestro! -grita con el respiro entrecortado -El pueblo está revolucionado porque el único nieto de Elí el fariseo se está muriendo. Le ha mordido una serpiente. Había ido, precisamente con su abuelo -aunque contra la voluntad de su madre -, al olivar que tienen. Elí estaba vigilando unos trabajos mientras el niño jugaba al lado de las raíces de un viejo olivo; ha metido la mano en un agujero esperando encontrar una lagartija y ha encontrado esa serpiente. El anciano está como enloquecido. La madre del niño -que, dicho sea de paso, odia a su suegro, y con razón -le acusa de ser un asesino. El niño se está enfriando por momentos. Son parientes, pero no se han querido; ¡y más allegados que ellos...!

-¡Mala cosa los odios entre familiares!

-Maestro, yo digo, de todas formas, que es que las serpientes no han querido a la serpiente, o sea, a Elí, y le han matado a su serpientita. Siento que me haya visto, porque me ha gritado a mis espaldas preguntándome si estabas Tú. También lo siento por el pequeño; era un niño hermoso y no tiene la culpa de ser nieto de un fariseo.

-Sí, no tiene culpa de ello...
Dirigen sus pasos hacia el pueblo. En esto, ven que viene hacia ellos mucha gente gritando y llorando, encabezados por el anciano Elí.

-¡Ha dado con nosotros! ¡Regresemos!
-¿Por qué? Ese anciano está sufriendo.

-Recuerda que ese anciano te odia. Es uno de los primeros y más feroces acusadores tuyos ante el Templo.

-Lo que recuerdo es que soy la Misericordia.

E1 anciano Elí, despeinado, profundamente turbado, con todos sus indumentos en desorden, corre hacia Jesús, con los brazos tendidos hacia adelante, y se derrumba a sus pies gritando:

-¡Piedad! ¡Piedad! ¡Perdón! No te vengues de mi dureza en el inocente. ¡Sólo Tú puedes salvarlo! Dios, tu Padre, te ha traído aquí. ¡Yo creo en ti! ¡Te venero! ¡Te amo! ¡Perdón! He sido injusto, un embustero... Pero ya he recibido mi castigo. Estas horas son ya suficiente castigo. ¡Socórreme! ¡Es el varón, el único hijo de mi hijo varón ya difunto! Y ella me acusa de haberlo matado -y llora mientras golpea repetidas veces su cabeza contra el suelo. 

-¡Ánimo! No llores de ese modo. ¿Es que quieres morir? No te podrás ocupar del crecimiento de tu nieto.

-¡Se está muriendo! ¡Se está muriendo! Quizás ya esté muerto. No te opongas a que muera yo también. Todo, menos vivir en esa casa vacía. ¡Oh..., qué tristes mis últimos días!

-Elí, levántate. Vamos...

-¿Vienes? ¿Vienes Tú? ¿Pero sabes quién soy yo?
-Un desdichado. Vamos.

El anciano se pone en pie y dice:

-Te precedo. ¡Corre, corre, no te demores! -y se marcha veloz a causa de la desesperación que le punza el corazón.

-Pero, Señor, ¿crees que lo vas a cambiar con esto? ¡Oh..., es un milagro desperdiciado! ¡Deja que muera esa serpientita! Se morirá también el viejo de un ataque al corazón, y... así uno menos se te cruzará en tu camino.
Dios ha resuelto...

-¡Simón! En verdad te digo que ahora la serpiente eres tú.

Jesús rechaza severamente a Pedro, el cual se queda cabizbajo, pero sigue andando.

En la plaza más grande de Cafarnaúm hay una hermosa casa, delante de la cual hay mucha gente produciendo un verdadero estrépito... Jesús se dirige a esta casa.

Estando ya para llegar, el anciano sale por la puerta, que está abierta de par en par, seguido de una mujer toda desgreñada que lleva estrechado entre sus brazos a una criaturita agonizante. El veneno ya paraliza los órganos, ya está cercana la muerte. La manita herida pende con la señal del mordisco en la base del dedo pulgar. Elí no hace sino gritar:

-¡Jesús! ¡Jesús!

Y Jesús, estrujado, rodeado por una multitud que se le echa materialmente encima, casi impedido en sus movimientos, coge la manita y se la lleva a la boca, succiona en la herida, sopla ligeramente en la carita cérea de ojos entrecerrados y vítreos; luego se endereza y dice:

-Ahora el niño se está despertando. No lo asustéis con esos rostros desencajados, que ya de por sí tendrá miedo por el recuerdo de la serpiente.

Así es. El pequeño, cuyo rostro se sonrosa, abre la boca emitiendo un prolongado bostezo, se restriega los ojillos, los abre y... se queda atónito al verse entre tanta gente.

Luego le viene el recuerdo y trata de salir corriendo, dando un salto tan repentino que se habría caído si Jesús no hubiera estado preparado para recibirlo en sus brazos.

-¡Tranquilo, tranquilo! ¿De qué tienes miedo? ¡Mira qué bonito sol! Allí está el lago; allí, tu casa; aquí, tu mamá y tu abuelo.

-¿Y la serpiente?
-Ya no está. Estoy Yo.
-Tú. Sí...

El niño se para a pensar un poco. Luego -voz de la verdad inocente -dice:

-Me decía mi abuelo que te llamase "maldito", pero no lo quiero hacer; yo te quiero.

-¿Yo? ¿Yo he dicho esto? Este niño delira. No creas esto, Maestro. Yo te he respetado siempre. (Va desapareciendo el miedo y reemerge el viejo modo de ser).

-Las palabras tienen y no tienen valor; las tomo por lo que valen. Adiós, pequeño; adiós, mujer; adiós, Elí.

Quereos, y queredme, si podéis.
Jesús se vuelve y se dirige hacia la casa en que reside.

-Maestro, ¿por qué no has hecho un milagro espectacular? Habrías debido mandar al veneno que saliera del niño, mostrarte Dios. Sin embargo, te has limitado a succionar el veneno como un pobre hombre cualquiera -Judas de Keriot está poco contento; quería una cosa espectacular.

También otros son de la misma opinión.

-Deberías haberle aplastado a ese enemigo con tu poder.

¿Has visto cómo enseguida ha vuelto a segregar veneno?

-No importa el veneno; considerad, más bien, que si hubiera actuado como queríais vosotros, habría dicho que me ayudaba Belcebú. Esa alma suya en estado calamitoso puede admitir mi potencia de médico, pero no más. El milagro conduce a la fe a quienes ya van por ese camino, mas en los que no tienen humildad -la fe prueba siempre la existencia de humildad en un alma -conduce a blasfemar; mejor, por tanto, evitar incurrir en este peligro recurriendo a formas de vistosidad humana. Es la miseria de los incrédulos, la incurable miseria; ninguna moneda la elimina, porque ningún milagro los lleva a creer ni a ser buenos. No importa: Yo, mi misión; ellos, su adversa ventura.

-¿Y entonces por qué lo has hecho?

-Porque soy la Bondad, y para que no se pueda decir que he usado venganza con los enemigos o que he provocado a los provocadores. Acumulo carbones sobre su cabeza, y ellos me los dan para que los acumule. Tranquilo, Judas de Simón.

Tú trata de no hacer como ellos basta. Y basta. Vamos con mi Madre; se alegrará al saber que he curado a un pequeñuelo.