Destruir la Iglesia es la meta desesperada de Satanás







Jesús a Mons Michelini


La guerra declarada por Satanás al hombre en odio a Dios ha asumido proporciones tan vastas y grandiosas en su horrible realidad que no tiene comparación en la historia humana.
La guerra, en general, está formada por una cadena de batallas. Esta batalla, de una guerra que con­tinuará hasta el fin de los tiempos, es la más grande y pavo­rosa.  Su epílogo no está lejano, sucederá por la directa inter­vención de la Madre mía y vuestra. 
Ella  aplastará de nue­vo la cabeza de la Serpiente. Ella, la humilde Sierva del Señor, por su humildad ha vencido la soberbia y el orgullo, y definitivamente lo vencerá al fin de los tiempos.
Satanás es tinieblas y por tanto no ve. Su desesperado orgullo se lo impide. Sin embargo teme la derrota de esta batalla, que para él será motivo de vergonzoso envilecimien­to, mientras para mi Iglesia purificada será motivo de un largo período de paz y así también lo será para los pueblos nuevamente sanados de los muchos males de los que hoy sufren.
Por esto Satanás ha empeñado todas sus posibilidades y las de sus legiones. 
Todas las astucias, todas las insidias de su naturaleza corrompida pero rica en innumerables dones de potencia, de inteligencia y de volun­tad, son usadas en su loca tentativa, nacida y madurada en él a partir del momento de su rebelión a Dios.
Destruirme a Mí, el Cristo, el Verbo de Dios hecho Carne, y la Iglesia salida de mi Corazón abierto son la meta desesperadamente anhelada, y te­nazmente perseguida.
 (...) Quisiera aniquilar el Misterio de la Encarnación, razón y causa de la liberación de la humanidad de su tiranía.
Con la caída de Adán y Eva pensaba haber derro­tado a Dios, haber asegurado para siempre un completo dominio sobre los hijos de la culpa; estaba con­vencido de haber arrebatado con el engaño y con la astucia a Dios Creador  sus criaturas sujetándolas a su indiscutible dominio, en el tiempo y en la eternidad.

Pero Dios es Amor y con unánime concurso de la divina Trinidad, fue  decretado el Misterio de la Salvación: de aquí el implacable odio de Satanás contra Dios y contra el hom­bre.

La victoria en sus manos

Actualmente Satanás, siendo tinieblas no tiene la jus­ta visión de las cosas, está convencido de que tiene la victoria en sus manos por lo que no sin dramáticas, horribles y pavorosas convulsiones dejará que se le escape su presa, que es la humanidad contagiada por su mal: la soberbia y a presunción.
Esta guerra tendrá su epílogo al fin de los tiempos, pero le guerra es una cadena de batallas como dije; y la batalla actualmente en acto es la más grande, después de la combatida por San Miguel y sus letones contra las po­tencias rebeldes.
Muchas batallas luego se han combatido en el trans­curso de los siglos pero ninguna de estas es equiparable a esta presente batalla en la que están incluidas naciones y pueblos de todo el mundo.
Los hijos de mi predilección serán, más que los otros puestos en la mira y hechos blanco de una feroz persecución pero de nada deben temer, en la hora de la prueba Yo estaré en ellos.
Yo que soy la Sabiduría, la Misericordia, el Amor y la Omnipotencia sabré plegar las oscuras maniobras y el loco orgullo de Satanás y de sus legiones para sacar de todo esto un triunfo; Mi Iglesia purificada.
¡Ay de aquellos, hijo mío, que se rehusan a ver! Bas­ta un acto de sincera humildad para permitir que la luz se filtre en sus almas.
Necios e insensatos si se obstinan en resistir al Amor que los quiere salvos. ¿No saben y no piensan a lo que están renunciando? No saben y no piensan en aquello a cuyo en­cuentro se dirigen?
Ves en esto hijo mío, cómo mucha os­curidad se ha hecho en Mi Iglesia...
La tierra es lugar de exilio, la Humanidad entera es­tá en marcha hacia la Eternidad.

El materialismo

El materialismo, encarnación de Satanás, negando y sustituyéndose a Dios pretende dar a los hombres un pa­raíso aquí en la tierra, una felicidad que ella no posee y por tanto no puede dar.
¡Trágica mentira, astuto engaño al que muchos cristianos, sacerdotes y aún Obispos se han aferrado en nombre del progreso, olvidando el fin de la Creación y el de la Redención! 
He aquí porqué ya no se habla de los Novísimos, del verdadero enemigo del hombre, del pecado con el que la obra de Satanás se identifica. De esto son responsables no pocos Obispos, muchísimos Sacerdotes.

La casi totalidad de los cristianos se han dejado se­ducir desviándose de la recta vía. Mientras tanto cada hombre como individuo está en marcha hacia la Eternidad, o de gozo eterno o de condenación eterna.
El hombre, presa de Satanás, está al centro de una furiosa lucha de Satanás, desencadenada para arrebatarlo a Dios quien, con un designio providencial, ha enviado a la tierra su Verbo hecho Carne, para liberar al hombre y así devolverle la primitiva grandeza, dignidad y libertad.
¿A quién le toca guiar al hambre en su cami­no y peregrinación terrena? 
A Mi Iglesia. 
Pero en mi Iglesia el Príncipe de las tinieblas ha traído temiblemente su contagio: soberbia y orgullo, oscureciendo las mentes y endureciendo los corazones.