San J Bosco y el hijo de la marquesa



Lemoyne, alumno y biógrafo de Don Bosco, cuenta la historia de un muchacho muerto y resucitado. Estamos en Florencia en 1870. La marquesa Girolama Uguccioni llevaba con afecto apasionado a un hijo suyo, que enfermó hasta la muerte. La marquesa se llegó hasta Don Bosco, que estaba de visita en el Collegio degli Scolopi y con lágrimas le suplicó que fuese hasta su villa, donde se encontraba su hijo moribundo. El santo aceptó, pero se encontró con que el niño ya había expirado. Invitó a los presentes a orar a María Auxiliadora y luego pide la bendición para el difunto. Apenas terminada la fórmula, el niño bostezó, comenzó a respirar, recuperó el uso de los sentidos, sonrie a la madrina y en breve se recupera del todo.

Por esta razón, cuando el santo se pasaba por Florencia, siempre se hospedaba en casa de la marquesa, la cual llegó a ser una generosa benefactora de obras de Don Bosco. A todos les contaba el relato del hijito resucitado.


Tras su muerte continuó difundiéndose cada vez más la fama de hechos extraordinarios atribuidos a su intercesión: curaciones instantáneas, conversiones consideradas humanamente imposibles.



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