Jesucristo, víctima de dignidad infinita, cuanto en razón del primer
oferente, que es el mismo Jesucristo, que se ofrece por manos del
sacerdote"
—"Cuantos honores han tributado y tributarán a Dios
todos los ángeles con sus homenajes y todos los hombres con sus
obras, penitencias y martirios, nunca pudieron ni podrán jamás tributar
a Dios tanta gloria como la que le tributa una sola Misa; porque todos
los honores de las criaturas son finitos, al paso que el honor que Dios
recibe por medio de la Misa es un honor infinito, porque en ella se le
ofrece una víctima de valor infinito" (Misa Atrop. P. I. c. I.).
Por eso el sacerdote que celebra una Misa, sacrificando a Jesucristo, tributa a Dios honra infinitamente mayor que la que todos los hombres le pudieran tributar muriendo por El, con el sacrificio de sus vidas" (Selva, P. I. c. I.).
San Bernardo: "El que oye devotamente la Santa Misa, merece más que si se sacrificara haciendo una costosa peregrinación a Jerusalén y a todos los santos lugares y diese todos sus bienes a los pobres".
San Alberto Magno: "El que celebra o asiste a la Santa Misa y reflexiona sobre su valor infinito, y hace formal intención de dar con ella toda la gloria posible a Dios, merece más que si ayunara a pan y agua todo un año y que si se azotara hasta derramar toda la sangre de sus venas, o rezara trescientas veces el Salterio entero".
Siendo la Misa como es de valor infinito, bastaría una sola para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio. Sin embargo, este efecto infinito no se nos aplica en toda su plenitud, sino en grado limitado y finito, según las disposiciones de nuestra alma. Está claro que no gana igual el que oye la Misa con tibieza y poca devoción que el que la oye con gran fervor y extraordinaria devoción.
Por eso el sacerdote que celebra una Misa, sacrificando a Jesucristo, tributa a Dios honra infinitamente mayor que la que todos los hombres le pudieran tributar muriendo por El, con el sacrificio de sus vidas" (Selva, P. I. c. I.).
San Bernardo: "El que oye devotamente la Santa Misa, merece más que si se sacrificara haciendo una costosa peregrinación a Jerusalén y a todos los santos lugares y diese todos sus bienes a los pobres".
San Alberto Magno: "El que celebra o asiste a la Santa Misa y reflexiona sobre su valor infinito, y hace formal intención de dar con ella toda la gloria posible a Dios, merece más que si ayunara a pan y agua todo un año y que si se azotara hasta derramar toda la sangre de sus venas, o rezara trescientas veces el Salterio entero".
Siendo la Misa como es de valor infinito, bastaría una sola para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio. Sin embargo, este efecto infinito no se nos aplica en toda su plenitud, sino en grado limitado y finito, según las disposiciones de nuestra alma. Está claro que no gana igual el que oye la Misa con tibieza y poca devoción que el que la oye con gran fervor y extraordinaria devoción.
No obstante, aun independientemente de nuestras disposiciones, la
Misa como los demás Sacramentos, confieren la gracia ex opere
operato, esto es, por su propia virtud intrínseca independientemente
de las disposiciones del sujeto, con tal, naturalmente, que no ponga
obstáculos a la gracia (cf. D 849-50).
Es de fe que el valor de una Misa es infinito; pero ese valor no se nos aplica a nosotros en su totalidad sino en cierta medida según nuestras disposiciones.
Por eso, por la Misa, porque en ella se ofrece la Víctima más agradable a Dios, es por donde Dios nos concede mayores gracias.
¡Ojalá todos sepamos aprovecharlas!
Es de fe que el valor de una Misa es infinito; pero ese valor no se nos aplica a nosotros en su totalidad sino en cierta medida según nuestras disposiciones.
Por eso, por la Misa, porque en ella se ofrece la Víctima más agradable a Dios, es por donde Dios nos concede mayores gracias.
¡Ojalá todos sepamos aprovecharlas!
San Leonardo de Porto-Mauricio
(1676-1751)
EL TESORO ESCONDIDO DE LA SANTA MISA
EL TESORO ESCONDIDO DE LA SANTA MISA