El mal prevalecerá por poco tiempo



Jesús al sacerdote Ottavio Michelini. Italia 1975

Hoy, hijo, la casi totalidad de los cristianos igno­ra a su más grande enemigo: Satanás y sus diabólicas le­giones. 

Ignoran al que quiere su ruina eterna: ignoran la inmensidad del mal que Satanás les hace; en cuya comparación, las más grandes y graves desventuras hu­manas son una nada.
Ignoran que se trata de la única cosa importante en la vida: la salvación de la propia alma.

Ante a esta trágica situación está la indiferencia, a veces la incredulidad de muchos sacerdotes míos. Está la inconsciencia de muchos otros que no se cuidan de su principal deber que es el de instruir a los fieles, de poner los al corriente del peligro de esta tremenda lucha que se combate desde los albores de la humanidad. 

No se preocupan de educar  a los fieles en el uso eficaz de los medios de defensa, numerosos y a dispo­sición en Mi Iglesia. Tienen vergüenza hasta de solo hablar de ello, temen ser considerados como retrógradas; como ves se trata de verdadero y propio respeto humano. 

Pero tú sabes, hijo mío,  que si en el ejército un oficial deserta de su puesto de respon­sabilidad es marcado con el título de traidor y la justicia humana lo persigue.

¿Qué decir entonces de lo que está ocurriendo en Mi Iglesia? ¿No es quizá la más trágica y terrible traición tendida a las almas, el dejarlas a expensas del Enemigo que quiere su perdición?

Mi Vicario en la tierra, Pablo VI, no hace mucho tiempo ha dicho que en la Iglesia se están verificando hechos y acontecimientos que no se pueden humanamente explicar, sino con la intervención del Demonio.

Hijo, te he hablado de sombras que apagan el esplen­dor de Mi Iglesia: todo esto es más que una sombra.

Si hoy el Enemigo está más arrogante que nunca y do­mina sobre las personas, sobre las familias, sobre los pue­blos, y sobre los gobiernos, en todas partes, ¡es natural!  Tiene el campo libre y casi sin oposición. 

Cierto que para com­batir a Satanás se necesita querer ser santos; para vencer­lo eficazmente se necesitan penitencias, mortificaciones, oraciones. Pero ¿no es todo esto mi precepto para todos y en particular pa­ra mis consagrados?

¿Porqué no se hacen los exorcismos privadamente? Para esto no se necesitan particulares autorizaciones.

¡No, muchos sacerdotes míos no conocen su propia identidad! No saben quiénes son, no saben con qué potencia tan formidable han sido dotados. De esta ignorancia son culpables y responsables.

Son exactamente igual que los oficiales de un ejército que desertan de sus puestos de responsabilidad,  ha­ciéndose culpables del caos que de ahí se sigue.

Se necesita decirlo a los Sacerdotes

Qué motivo de rubor  y de vergüenza el saber que buenos laicos, do­tados de exquisita sensibilidad de fe y de ardiente amor por las almas, sobrepasan con mucho la indiferencia de mu­chos de mis ministros los cuales no tienen tiempo para es­tas cosas. 

No lo consideran importante; para otras co­sas sí que encuentran el tiempo.
No hay tiempo para defender la propia alma y las almas de quienes un día deberán responder delante de Dios al que nada escapa, delante de Dios que pedirá cuenta aún de una palabra ociosa. Serán esas mismas almas traicionadas las que severamente acusarán por el bien no realizado, por las derrotas que sufrieron, por el mal que realizaron debido a que, quien debía guiarlas en el camino de la salvación las abandonó en manos del enemigo.

Reafirmo con insistencia la activa presencia de los Demonios en la Iglesia, en las comunidades religiosas, en los Conventos y en las rectorías, en la sociedad, en los gobier­nos y en los partidos, en los pueblos. 

Donde hay modo de disminuir la fe, de perder una inocencia, de cometer un delito, de perpetuar una injusticia, de predisponer a una disputa, de crear divisiones, de suscitar violencias o guerras civiles y revoluciones, Satanás está presente.

El frente de acción de Satanás y sus secuaces es tan amplio como amplia es la tierra.

La resistencia que bien conducida podría ser eficacísima, es mínima y totalmente desproporcionada en relación con las fuerzas del Enemigo.
No se impute a Dios la responsabilidad de una situa­ción verdaderamente trágica cuyos responsables sois  solamente vosotros.

Estas tremendas realidades envuelven a todos: el reino de las Tinieblas oscurece hoy al Reino de la Luz

Salvar el alma

El reino de la mentira parece prevalecer sobre el rei­no de la verdad y de la justicia;  pero será ya por poco tiempo.  Proveerá la divina Justicia a limpiar a la tierra, a la humanidad contagiada e infestada por el Maligno.

Se ocupará mi Madre Santísima en aplastar de nuevo la cabeza de Satanás; pero no creáis que El con sus legio­nes, con los innumerables aliados encontrados en el mundo, renuncie a su reino sin reacciones y convulsiones tremendas.

Todo esto os lo digo con el fin de que os convirtáis, os preparéis y consigáis predisponer vuestro ánimo a la oración y a la penitencia.
Las cosas de la tierra pasan; no pa­san mis Palabras. Una sola cosa es importante: salvar el alma.

Te Bendigo hijo mío y contigo bendigo a las personas por las que oras.