Cómo practicar el silencio interior

El silencio interior, el recogimiento que debe tener el cristiano es plenamente compatible con el trabajo, la actividad social y el tráfago que muchas veces trae la vida, pues «los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura».
La misma vida humana, si no está dominada por la frivolidad, por la vanidad o por la sensualidad, tiene siempre una dimensión profunda, íntima, un cierto recogimiento que tiene su pleno sentido en Dios. Es ahí donde conocemos la verdad acerca de los acontecimientos y el valor de las cosas. Recogerse –«juntar lo separado», restablecer el orden perdido– consiste, en buena parte, en evitar la dispersión de los sentidos y potencias, en buscar a Dios en el silencio del corazón, que da sentido a todo el acontecer diario. El recogimiento es patrimonio de todos los fieles que buscan con empeño al Señor. Sin esta lucha decidida, no sería posible –contando siempre con la ayuda de la gracia– este silencio interior en medio del ruido de la calle, ni tampoco en la mayor de las soledades.
Para tener a Dios con nosotros en cualquier circunstancia, y nosotros estar metidos en Él mientras trabajamos o descansamos, nos serán de gran ayuda –quizá imprescindibles– esos ratos que dedicamos especialmente al Señor, como este en el que procuramos estar en su presencia, hablarle, pedirle... «Procura lograr diariamente unos minutos de esa bendita soledad que tanta falta hace para tener en marcha la vida interior». Y junto a la oración, el hábito de mortificación en todo aquello que separa de Dios y también en cosas de suyo lícitas, de las que nos privamos para ofrecerlas al Señor.
En un mundo de tantos reclamos externos necesitamos «esta estima por el silencio, esa admirable e indispensable condición de nuestro espíritu, asaltado por tantos clamores (...). Oh silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la disponibilidad para escuchar las buenas inspiraciones y las palabras de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de la preparación del estudio, de la meditación, de la vida personal e interior, de la plegaria secreta que solo Dios ve».
De la Virgen Nuestra Señora aprendemos a estimar cada día más ese silencio del corazón que no es vacío sino riqueza interior, y que, lejos de separarnos de los demás, nos acerca más a ellos, a sus inquietudes y necesidades.