Experiencia mística de sor Natalia Magdolna


Una noche Jesús me pidió que orara por las almas en el Purgatorio. Eran las 4:30 a.m. y quería terminar de escribir mi diario, cuando Jesús me dijo:

- Hija mía, incluso cuando respete tu fatiga, quiero pedirte que no te vayas a dormir hasta que escribas el estado de sufrimiento de las almas del purgatorio. Quiero que mis hermanos sacerdotes se unan en la cruzada de oración, a favor de las almas que sufren en el purgatorio. Ahora quiero alentar a aquellos que durante la vida con frecuencia me pidieron a mí y a mi Madre, en oración, que tuviéramos piedad de ellos en el momento de la muerte, y cuando estuvieran en el lugar del sufrimiento.

Jesús entonces me llevó a un lugar tan grande que no pude ver el final. Aunque el lugar estaba oscuro, las almas allí parecían estar calmadas. Había un sinnúmero de almas: vestían ropas negras y estaban cerca la una de la otra. Todo parecía inmóviles, silenciosas y muy tristes. Al verlas en este estado, casi se me rompió el corazón. Sabía que estas almas no recibieron ayuda de nadie en la tierra, ni oración, ni sacrificios. Sabían que la hora de la liberación aún no había llegado, pero esperaban que no llevara mucho tiempo.


Después de esa experiencia, Jesús me llevó a otro lugar similar. Allí las almas se estremecieron en sus túnicas negras. Pero cuando me vieron entrar con Jesús, todos comenzaron a rebelarse. Tenía mi rosario en mis manos para orar por ellos. Cuando vieron el rosario, todos comenzaron a gritar: "Reza por mí, querida hermana, reza por mí", tratando de superponer sus voces una encima de la otra, solicitando mis oraciones, como un enjambre de abejas. Aunque todos gritaban al mismo tiempo, pude distinguir la voz de cada uno. Reconocí a muchos entre ellos, personas a quienes conocí cuando estaban en la tierra. También vi algunas monjas de otras órdenes y mías. Me asusté cuando una madre superiora se volvió hacia mí y humildemente me pidió que orara por ella.

Después de esto, una monja, bien conocida por mí, con sus manos juntas y tocando mi rosario, rogó: "Por mí, por mí", mientras que una transpiración extraña, no sé si por el alma o el cuerpo, salió de ella. Ella suplicó: "Por mí, yo", mientras el extraño sudor corría por todo su cuerpo.

Más tarde, Jesús me llevó a un tercer lugar, donde había un sinnúmero de monjas, de pie y sin movimiento, mientras un fuerte sudor las recorría. Se volvieron hacia mí y suplicaron que rezara el rosario por ellas. En ese lugar, había luz. Pensé: "¿Por qué me están pidiendo que rece el rosario por ellas?" Entonces Jesús me mostró un rosario, donde en vez de cuentas había flores, y en cada flor vi brillar una gota de la Sangre de Jesús.


Cuando rezamos el rosario, las gotas de la Sangre de Jesús caen sobre la persona por quien lo ofrecemos. Las almas del purgatorio suplican continuamente por la Sangre salvadora de Jesús.