Dios necesita de ti

El Señor pone de relieve en la parábola de la vid y los sarmientos esta necesidad del influjo divino para producir frutos. Puesto que Cristo «es el origen y la fuente de todo apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de la unión vital que tengan con Cristo». El que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada, afirmó rotundamente el Señor.
San Pablo enseñó que Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito. Esta acción divina es necesaria para querer y realizar obras buenas; pero ese «querer» y ese «obrar» son del hombre: la gracia no sustituye la tarea de la criatura, sino que la hace posible en el orden sobrenatural. San Agustín compara la necesidad del socorro divino a la de la luz para ver. Es el ojo el que ve, pero no podría hacerlo si no hubiese luz: la gracia no suprime la libertad, pues somos nosotros quienes queremos y actuamos. Esta incapacidad humana para realizar, por sí misma, obras meritorias no nos debe llevar al desaliento; por el contrario, es una razón más para estar en una continua acción de gracias al Señor, pues Él siempre está pendiente de enviarnos el auxilio necesario.
La liturgia de la Iglesia nos hace pedir constantemente esta ayuda divina, de la que andamos tan radicalmente necesitados. El Señor no la niega nunca, cuando la pedimos con humildad y confianza. San Francisco de Sales ilustra esta maravilla divina con un ejemplo: «Cuando la tierna madre enseña a andar a su hijito, le ayuda y sostiene cuanto es necesario, dejándole dar algunos pasos por los sitios menos peligrosos y más llanos, asiéndole de la mano y sujetándole o tomándole en brazos y llevándole en ellos. De la misma manera Nuestro Señor tiene cuidado continuo de los pasos de sus hijos».
Esta solicitud divina, lejos de conducirnos a una actitud pasiva, nos llevará a poner empeño en la lucha ascética, en el apostolado, en lo que tenemos entre manos, como si todo dependiera exclusivamente de nosotros. A la vez, recurriremos al Señor como si todo dependiera de Él. Así hicieron los santos. Nunca quedaron defraudados.
. San Pablo se vale de la imagen de las tareas agrícolas para ilustrar nuestra condición de instrumentos en la labor apostólica. Yo planté, Apolo regó, pero es Dios quien dio el incremento; de tal modo que ni el que planta es nada, ni el que riega, sino el que da el incremento, Dios... Porque nosotros somos colaboradores de Dios. ¡Qué maravilla sentirnos cooperadores de Dios en esta gran obra de la redención! El Señor, en cierto modo, necesita de nosotros. Aunque hemos de tener en cuenta que es Dios, mediante su gracia, el único que puede conseguir que la semilla de la fe arraigue y dé fruto en las almas: el instrumento «podrá ir echando las semillas entre lágrimas, podrá cuidar el campo sin rehuir la fatiga: pero que la semilla germine y llegue a dar los frutos deseados depende solo de Dios y de su auxilio todopoderoso. Hay que insistir en que los hombres no son más que instrumentos, de los que Dios se sirve para la salvación de las almas, y hay que procurar que estos instrumentos se encuentren en buen estado para que Dios pueda utilizarlos». El hombre se capacita para grandes obras cuando es humilde; entonces cuida también su unión con Cristo mediante la oración.

Nuestra Madre Santa María, fidelísima colaboradora del Espíritu Santo en la tarea de la redención, nos enseñará a ser eficaces instrumentos del Señor. Nuestro Ángel Custodio enderezará nuestra intención y nos recordará que somos siervos inútiles en manos del Señor.

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