En los primeros años que estuve en las Capuchinas, el amor de Jesús lo hacía yo consistir en trabajar mucho; pero Jesús ya desde los comienzos de los santos ejercicios para la primera profesión, me dijo: “Te afanas en muchas cosas; una sola cosa es necesaria: ¡Amarme!”. (...)
“Y cuantas veces quise ceder a las invitaciones de penitencias extraordinarias,fuera de regla, se eclipsaba la luz y me encontraba entre tinieblas y angustias. Tuve, en efecto, en aquellos tiempos deseos ardentísimos de penitencia, se me concedió libertad absoluta y me aproveché de ella. Por fortuna tenía en mí a Jesús que sabía imponerse, de otra manera mi salud se hubiera arruinado. Lo que a todas prefería era la disciplina de sangre, que practicaba con cadenillas llenas de puntas en el desván. De esa manera satisfacía a la obediencia y al deseo de lavar con mi propia sangre las culpas pasadas; y Jesús quiso que saciara este deseo y me dejaba hacer y me ayudaba para que no fuese descubierta. Pero pronto vino Él a convencerme, primero con hechos y después con la obediencia, de que no era ésta su voluntad, que las almas las salvaría con una vida más sencilla, y que por este camino me haría santa”.
Había que llevar a Dios un alma: un alma que, hacía más de sesenta años que no había tenido el alivio de una absolución ni la alegría de una comunión. Pedía a Jesús me dijera todo lo que quería de mí para conquistar aquella. A lo que me respondió:Dormirás una semana sobre tablas, te disciplinarás todos los días, llevarás todas las semanas dos cadenillas y te daré esta alma. La Madre pasó por ello y se convino: Si Jesús convertía esta alma, Consolata continuaría por el camino de las penitencias extraordinarias, de otra manera no: en la conversión de esta alma conocería la Madre el querer divino respecto a mí. Llegó el día fijado, pero aquella alma lejos de convertirse, declaró “que no temía al infierno”. Aquella misma mañana llevé a la Madre todos los instrumentos de penitencia que tenía, para no volverlos a tomar más. Derramé alguna lágrima, porque Jesús me había... engañado; en cambio, Jesús había permitido aquella humillación para establecerme definitivamente en el camino del amor.
El Corazón de Jesús
al Mundo
De los escritos de
Sor M. Consolata Betrone Monja Capuchina
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Sor M. Consolata Betrone Monja Capuchina