San Francisco conocía el interior de las almas




Capítulo XXXI
Cómo San Francisco conocía puntualmente
los secretos de las conciencias de todos sus hermanos


Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen, etc. (Jn 10,14). De la misma manera, el bienaventurado padre San Francisco, como buen pastor, estaba al corriente de todos los méritos y virtudes de sus compañeros, por divina revelación, y conocía todos sus defectos. Por eso sabía proveer del mejor remedio, humillando a los orgullosos, ensalzando a los humildes, vituperando los vicios, alabando las virtudes, como se lee en las admirables revelaciones que él tuvo acerca de aquella su primera familia.


Entre ellas se refiere que, estando una vez San Francisco con el grupo platicando de Dios, el hermano Rufino no se hallaba con ellos en la conversación, porque estaba en contemplación en el bosque. Mientras ellos continuaban hablando de Dios, vieron al hermano Rufino que salía del bosque y pasaba a cierta distancia de ellos. En aquel momento, San Francisco, viéndole, se volvió a sus compañeros y les preguntó: 

-- Decidme, ¿cuál creéis vosotros que es el alma más santa que tiene Dios en el mundo? 

Ellos le respondieron que creían fuese la de él; pero San Francisco les dijo:

-- Yo, hermanos amadísimos, soy el hombre más indigno y más vil que tiene Dios en este mundo. Pero ¿veis a ese hermano Rufino que sale ahora del bosque? Dios me ha revelado que su alma es una de las almas más santas que Dios tiene en este mundo; y yo os aseguro que no dudaría en llamarlo «San Rufino» ya en vida, porque su alma está confirmada en gracia, santificada y canonizada en el cielo por nuestro Señor Jesucristo. 

Estas palabras, sin embargo, nunca las decía San Francisco en presencia del hermano Rufino.

Que San Francisco conocía de la misma manera los defectos de sus hermanos, se ve claramente en el caso del hermano Elías, a quien muchas veces reprendió por su soberbia, y en el del hermano Juan de Cappella, a quien predijo que llegaría a ahorcarse él mismo, y en el de aquel hermano a quien el demonio tenía cogido por la garganta cuando era corregido por desobediencia, y en el de otros muchos hermanos, cuyos defectos secretos y cuyas virtudes él conocía claramente por revelación de Cristo bendito. 

Amén.