Testimonio de las almas del Purgatorio





Este incidente fue relatado por el historiador Fernando de Castilla. Entre 1324-1327 había en Colonia dos religiosos Dominicanos de talento distinguido, uno de los cuales fue el beato Enrique Suso (1295-1366).
Compartían los mismos estudios, la misma clase de vida, y sobre todo el mismo deseo de santidad, que les había hecho formar una estrecha amistad. Cuando terminaron sus estudios, al ver que estaban a punto de separarse para volver cada uno a su propio convento, estuvieron de acuerdo. Y prometieron uno al otro que el primero de los dos que muriera debía asistir al otro durante todo un año con la celebración de dos misas cada semana.
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El lunes una misa de Réquiem, como era costumbre, y el viernes la de la Pasión, en la medida en que las Rúbricas se lo permitieran. Prometieron entre ellos que iban a hacer esto, se dieron el beso de la paz, y salieron de Colonia. Durante varios años, ambos continuaron sirviendo a Dios con el fervor más edificante.
El sacerdote religioso, cuyo nombre no se menciona fue el primero en ser llamado, y el Padre Suso recibió la noticia con sentimientos de resignación a la voluntad divina.En cuanto al contrato que habían hecho, el tiempo le había hecho olvidar. Sin embargo, él oró mucho por su amigo, imponiendo penitencias nuevas sobre sí mismo y muchas otras buenas obras. Pero él no pensaba en ofrecer las Misas que se había comprometido una serie de años antes.
Una mañana, mientras estaba meditando en su retiro en la capilla, de repente vio aparecer ante él el alma de su difunto amigo. Que mirándolo con ternura, le reprochó el haber sido infiel a su palabra en la que él había hecho confianza. El Bendito Suso, sorprendido, se disculpó por su olvido diciendo de las muchas oraciones y mortificaciones que había ofrecido, y aún así siguió ofreciendo, a su amigo, cuya salvación era tan querida para él como la suya.
“¿Es posible, mi querido hermano las tantas oraciones y buenas obras que ofrecí a Dios no fueron suficientes para ti?”
—“Oh, no, querido hermano”, respondió el alma sufriente “esas no son todavía suficientes. Es la Sangre de Jesucristo la que se necesita para extinguir las llamas que me abrasan. Es el Santo Sacrificio, que también me librará de estos tormentos espantosos. Te suplico que mantengas tu palabra, y no me niegues, lo que en justicia que me debes”.
El Bendito Suso se apresuró a responder al llamamiento del alma sufriente. Se puso en contacto como muchos sacerdotes como le fue posible y les instó a decir misas por las intenciones de su amigo, para reparar su falta; el celebró, e hizo que se celebraran, un gran número de Misas.
Al día siguiente varios sacerdotes, a petición del padre Suso, se unieron con él en ofrecer el Santo Sacrificio por la persona fallecida, y él continuó su acto de caridad por varios días. Después de un breve periodo el cura amigo de Suso apareció de nuevo a él, pero ahora en una condición muy diferente, su rostro era alegre, y se vio rodeado de una hermosa luz.
—“Gracias a usted, mi querido amigo”, dijo “he aquí, por la sangre de mi Salvador yo fui liberado de todos mis sufrimientos. Ahora voy al cielo para contemplar lo que hemos adorado juntos tan a menudo bajo el velo eucarístico”.
Posteriormente, el beato Suso se postró a “dar las gracias al Dios de infinita misericordia, porque ahora entendió más que nunca el valor inestimable de la Misa
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