* El Infierno: “Bienvenidos los mentirosos, bienvenidos los chismosos”




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 (…) El Señor me dijo: “Es necesario de que ustedes vean, es necesario que ustedes vean para que cuenten”. Empecé a ver llamas que hervían. Voces agonizantes clamaban (…) millones de voces gritaban a una sola voz. Vi una mesa de madera que no se consumía por el fuego y sobre esta mesa habían unas botellas, parecían refrescantes pero no, estaban llenas de fuego. Vi a un hombre, totalmente deshecho, su ropa estaba llena de quemaduras, llena de lodo, ya no tenía ojos, ya no tenía boca, su cabello estaba totalmente calcinado. En esta condición me podía ver, me podía observar, por eso, es el alma la que piensa, la que razona, la que ve. Y este hombre viendo al Señor inclinó su mano huesuda diciéndole: “Señor ten misericordia de mí!, Señor, ten misericordia de mí!, ¡esto duele!, ¡esto quema!, ¡ten misericordia de mí!, ¡sácame de este lugar!”.

Y el Señor mirándolo, se conmovió, y empecé a sentir en mi mano que había algo tibio, y observe mi mano, y había sangre!, sangre del Señor derramándola, sangre del Señor mirando a este hombre, lleno de sufrimiento. Y en esto, este hombre se dirigió hacia esas botellas y su mano tomó una y se la acercó, y al contactar con sus huesos quemados salió humo, empezó a quemarse y a echar su cabeza hacia atrás gritando como nunca he oído a nadie gritar, lo hacía con dolor y llanto. Empezó a beber de aquello, pero no era refrescante, era ácido, su tórax estaba totalmente destruido, y se veía como caía este ácido, haciéndole daño. En su frente este hombre tenía un numero taladrado, era el 666, y en su pecho tenía una placa de un metal que nosotros no conocemos, un metal al que nada le sucedía, la suciedad de este lugar le afectaba. La placa estaba intacta, y habían unas letras, que nosotros no entendíamos, y el Señor por su misericordia nos hizo entender lo que ahí decía: “Estoy aquí por borracho”.

Este hombre estaba ahí por borracho, 1 Corintios 6:10: “los borrachos no entrarán en el reino de los cielos2. En ese momento el Señor tomó mi mano y empezamos a caminar. Volví a mirar a ese hombre y empezó a proyectarse como en una película los últimos momentos de vida que pasó aquí en la tierra, como en una pantalla gigante, los últimos segundos en la tierra de este hombre que se llamaba Luis. Él estaba en un bar bebiendo y en una mesa igual a la del infierno y las botellas en esta mesa. Había gente, había amigos, pero yo solo te digo una cosa, el amigo más grande y más poderoso se llama Jesucristo, que es el amigo fiel. Y este hombre empezó a beber. Estaban ebrios, y su mejor amigo tomo una botella y la quebró y empezo a clavársela a Luis y al verle tirado en el piso salió corriendo, pero Luis quedó ahí, quedo ahí y murió, murió desangrado, pero lo mas impresionante fue que murió sin el Señor.  Y yo en medio de todo esto, de todas estas almas gritando, le pregunté a Jesús: “¡Oh Señor!, ¡por favor, dime! ¿este hombre te conoció?, ¿este hombre supo de ti?” ¿este hombre sabía de la salvación?”. Y el Señor con voz quebrada me dijo: “Sí, Lupe, él me conoció, él me aceptó como su único Salvador, mas no me siguió”.
En ese momento, sentí mas miedo, este hombre gritaba más y decía: “¡Señor me duele!, ¡me duele!, Señor ten misericordia de mí, ten misericordia de mí!”. Pero su voz se fundió en medio de tantas.


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Miré ese lugar que era inmenso y era tenebroso, y empezamos a caminar más y más, y vi otra llama, y yo le dije al Señor: “¡Señor, yo ya no quiero ver esto!, ¡por favor te pido perdón, te pido que me perdones pero yo ya no quiero ver!”. Y cerré mis ojos, pero no importaba, aunque los tuviera cerrados seguía viendo, y comenzó a bajar lentamente esa llama, y vi a una mujer, una mujer que estaba llena de lodo, y ese lodo estaba lleno de gusanos, esta mujer ya tenía poco cabello, y el poco cabello que le quedaba, estaba lleno de lodo, y estaba llena de gusanos, y cuando vio al Señor empezó a gritar: “¡Señor ten misericordia de mí!, ¡Señor ten misericordia de mí!, ¡perdóname!, ¡perdóname! ¡mira! ¡me duele!, ¡ten misericordia de mí!,¡ten misericordia de mí, quítame estos gusanos!, ¡quítame este tormento porque me duele!, ¡porque me duele!”.

Y el Señor la miraba, pero en ese momento el Señor tenía un dolor tan grande, y aunque estábamos nosotros tomados de Su mano, podíamos sentir el dolor, podíamos palpar el dolor que sentía el corazón de Dios, de Jesús, al ver esto, al ver las almas perdidas, quemándose en una llama por la eternidad. Y esta mujer que ya no tenía ojos, no tenía labios, podía ver, podía sentir, se le agudizaba más el dolor, y ella tenía un frasco en sus manos, y su contenido era un ácido, pero decía que era un perfume. Yo veía un ácido que cuando se lo aplicaba, cuando se lo untaba en el cuerpo le quemaba, pero ella seguía aplicándose esto, ella decía que era un gran perfume. Ella decía que en su cuello tenia unos collares, yo le veía unas serpientes, ella decía que en su mano tenía unas pulseras muy lujosas, yo simplemente le veía unos gusanos como de 25 centímetros, taladrando y taladrando sus huesos, y esta mujer decía que eso era todo lo que tenía, sus joyas, y yo le veía escorpiones por todo su cuerpo, gusanos por todo su cuerpo, y esa placa, que toda la gente en el infierno la lleva, decía: “Estoy aquí por robar”, esta mujer estaba en ese lugar por robar. Y el Señor le dijo: “Magdalena, ¿por qué estás en este lugar?”. Y ella contesto: “A mí no me importaba robar, a mí no me importaba quitarle a nadie, a mí lo que me importaba era tener mis joyas, sólo tener los perfumes más caros, sólo lucir bien sin importar a quién robar”.

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En ese momento yo miraba, porque estaba tomada de la mano de Cristo, y empecé a mirar más a esa mujer, y los gusanos traspasaban de un lado a otro todo su cuerpo, y esta mujer se giró como buscando algo. Y yo le pregunté al Señor nuevamente: “Señor, ¿esta persona te conocía?”. Y el Señor dijo: “Sí , ella me conocía”. Y esta mujer dijo: “Señor, ¿dónde está aquella mujer que me hablaba de ti?, ¿dónde está?. Llevo 15 años en el infierno”. Decía esta mujer, porque los que están en el infierno se acuerdan de todo. Ella repitió: “¡Dónde está que no la veo? ¿dónde está?”. Sabiendo que podía girarse tan solo un poco, y daba vueltas con la mirada de su alma, porque no tenía ojos, ella buscaba y trataba de mirar en que llama podía estar esa mujer que le hablaba de Dios. Y el Señor con su voz le dijo: “No, no Magdalena, ella no está aquí, esa mujer que te hablaba de Mí, está conmigo en el Reino de los Cielos”.

Cuando esa mujer escucho esto, se dejó hundir más y más en la tortura y más la llama le quemaba. Isaías 3:24 dice:”En lugar de perfumes aromáticos vendrá hediondez, y cuerda en lugar de cinturón, y cabeza rapada en lugar de la compostura del cabello, y en lugar de ropa de gala, seguimientos de cilicio, quemadura en vez de hermosura”. Seguimos con el Señor caminando. Había una columna muy grande, llena de gusanos y alrededor de esta columna, había un tobogán de lata al rojo vivo, y sobre esta columna había un letrero que estaba iluminado, y llamaba la atención desde todas partes, este letrero decía: “Bienvenidos los mentirosos y bienvenidos los chismosos”. Al final de este tobogán había una laguna que hervía, parecía azufre hirviendo, en este momento cayó una persona totalmente desnuda y se deslizó por todo el tobogán, y mientras que se deslizaba su piel se quedaba en esta lata y cuando llegó a esta laguna, empezó a hinchársele tanto la lengua que explotaba y estaban ahí los gusanos para atormentar a los que caían. Dice la palabra de Dios, en el Salmos 73 versiculos 18 y 19 “Ciertamente los has puesto en deslizaderos, en asolamiento los harás caer. Cómo han sido asolados de repente, perecieron, se consumieron de terror”.

En ese momento salimos de ahí. Yo solamente te quiero decir algo, el infierno y el cielo, son mundos espirituales más reales que el mundo físico. Es aquí, en la tierra,  donde tú decides dónde quieres ir, si a una eternidad con Cristo o al infierno. EL Señor en todo el transcurso nos decía: “Sin santidad nadie me verá, sin santidad nadie me verá”.
Por eso yo te digo, sin santidad tú no puedes ver al Señor.

Testimonio de Lupe (7 jóvenes colombiamos en el Infierno)