*Yo os hablo en sueños, en las circunstancias de la vida



Suicidas son las almas que leyendo y sabiendo lo que el Cielo tiene preparado para purificaros, no se enmiendan y no cambian de vida. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Hijos de Dios, vuestra necedad es algo incomprensible. Se os avisa de castigos, catástrofes, señales que precederán a los últimos tiempos y muchos de vosotros no os inmutáis ante las cosas anunciadas y, las tomáis a cuento o a broma. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

¿Cómo se puede vivir tan indiferente a las cosas del Cielo? ¿Cómo se puede ignorar todo lo que el Cielo trata de comunicaros para salvaros de todo lo que va a venir? Vuestra incredulidad es hiriente y vuestra indiferencia es humillante, porque no queréis reconocer la voz del Espíritu que os habla una y otra vez, no solo a través de los comunicados celestiales, sino también a vuestro corazón, en sueños, en las circunstancias. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Debéis hijos de Dios, tomaros en serio todo lo que vivís, todo lo que os acontece, debéis fortificar vuestra fe que será el arma mejor para los últimos tiempos y la confusión terrible que va a entrar en la Santa Iglesia, debéis aumentar vuestra fe con actos piadosos con vuestro plan de vida espiritual viviéndolo más estricto, añadiendo otras cosas piadosas que os ayude y os instruya. Hijos de Dios ¡despertad de vuestro letargo mortal! y creed. Creed que Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Ya el Redentor se encontró también en las muchas masas de gentes que acudían a oírle con el escepticismo, con la indiferencia y hasta con la burla. Si El volviera a venir sucedería lo mismo hoy en día porque por más que Yo trato de tocaros el corazón, de daros luz en la mente, vosotros pobres almas miserables, no queréis oír Mi voz y la desecháis, pero oís la voz de Satanás que diabólicamente os incita una y otra vez a pecar, a la discordia, al odio, a la mentira, al fraude. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

En estos tiempos de apostasía, de degradación, de pecados gravísimos, acudid a la devoción y al amor de Vuestra Santa Madre María y aprended de Ella la sumisión, disponibilidad y caridad que le movían a obrar y a rogar a Dios Todopoderoso por el bien de las almas y por los frutos de la Redención de su Divino Hijo. 
Yo, Espíritu de Dios, os hablo y os instruyo. La paz de la Santísima Trinidad esté con todos vosotros.
Yo, Jesús, os hablo

25 octubre, 2010