Greg Kandra es un periodista bastante conocido en Estados
Unidos en el ámbito cristiano. No en vano ha recibido 21 premios de la
Asociación de la Prensa Católica, es el director de informativos del canal de
la diócesis de Brooklyn (Nueva York, Estados Unidos), creó y produjo Currents,
el primer informativo católico diario, y durante treinta años trabajó en los
servicios informativos de la CBS, lo que incluye dos documentales galardonados
con el Emmy.
Además de todo eso, Greg es diácono casado y tiene un blog
muy leído de análisis religioso en el portal Patheos. Uno de sus últimos post
afronta una cuestión que se plantea cada vez más en las parroquias, siguiendo
lo que parece la voluntad clara de Benedicto XVI, que así lo hace en las misas
papales: la restauración de los reclinatorios a la hora de comulgar.
Kandra explica que no era partidario de ellos durante mucho
tiempo pero ahora dice:
He cambiado de opinión", viendo lo que pasa. Y
ya he visto bastante".
Momentos de tensión
Greg hace memoria: "He visto a una madre recibir la
comunión con su bebé a rastras y luego compartira con él como si fuese una
galleta. Al menos cuatro o cinco veces al año tengo que parar a alguien que se
la lleva y pedirle que la consuma en el sitio. Una o dos veces al mes me
encuentro con los restos, personas bienintencionadas a quienes de alguna forma
se les cae en algún sitio la hostia y Jesús acaba en el suelo. Un par de veces
al año hay quien recibe la forma adecuadamente, y luego saca un pañuelo para
pedir otra para llevársela a un familiar enfermo".
La pedagogía de lo sagrado
Por eso, dice "tras experimentar todo esto demasiado a
menudo, en demasiados lugares, bajo una amplia variedad de circunstancias, he
decidido que se acabó".
No es que Kandra la emprenda con sus parroquianos. No es una
cuestión de mala fe, sino de la misma naturaleza humana: "Los hombres
somos torpes y necesitamos recordatorios (olores o campanas, posturas y gestos)
para reforzar lo que estamos haciendo, orientar nuestra atención o
concentrarnos más allá de nosotros mismos. Recibir la comunión es algo por
encima de nosotros y más allá de nosotros. Debería trascender nuestras
actividades normales. Nuestra forma de culto y nuestra recepción de la
eucaristía no debería parecerse a la visita a un desguace".
Greg reivindica "la reverencia, la maravilla y el
misterio" que han disminuido en la liturgia: "Los signos y símbolos que
esconden el misterio (las vidrieras, los cantos en latín, el incienso) han
desaparecido y... ¿con qué se los reemplaza?".
¿Qué significa arrodillarse?
Considera que arrodillarse para recibir la comunión en la
boca "puede aliviar algo de esto" . Es un acto de "total y absoluta humildad: te haces menos para
convertirte en más. Exige una sumisión de la voluntad y un claro conocimiento
de lo que estás haciendo, de por qué lo estás haciendo y de lo que te va a
pasar al hacerlo".
"La verdad", continúa, "es que no deberíamos
sólo humillarnos, sino estar lo bastante intimidados como para preguntarnos si
estamos realmente preparados para participar de este sacramento. Arrodillarnos
significa que no podemos ir y recibirlo sin saber cómo se hace bien. No sólo
exige un sentido del fin y de la intención, sino también algo más que se ha
eludido durante dos generaciones. Exige un sentido de lo sagrado. Nos desafía a
arrodillarnos ante lo maravilloso e inclinarnos ante la gracia. Significa que no
sólo entendemos plenamente lo que está pasando, sino que apreciamos la
imponente generosidad que ha detrás. Nos pide ser conscientes de lo que
significa la palabra eucaristía: acción de gracias".
"Es hora, pues", concluye, "de que vuelva el
reclinatorio", y así se hará en su parroquia a partir de ahora.
17 febrero 2013 ReL