Veo, tembloroso, allá abajo en la penumbra de Getsemaní, a Mi Hijo que, bajado del Cielo, tomó la forma y la sustancia de esa, Mi criatura, que presume y presumió poder rebelarse a su Creador. El hombre, aquel hombre solo y turbado, es la víctima designada y, como tal, ha debido lavar con Su propia Sangre a la humanidad toda, que representa.
Se estremece y
horroriza al sentirse cubierto, hasta verse dominado por la
inconcebible masa de pecados que debía quitar de las conciencias negras
de millones y millones de criaturas sucias.
Pobre Hijo Mío, el Amor te Ha llevado a ésto y Tú ahora
estás amedrentado por ello.
¿Quién deberá glorificarte en el Cielo
cuando, radiante, hagas Tu ingreso en él? ¿Podrá alguna criatura darte
una alabanza digna de Ti; un amor digno de Ti? ¿Y qué es la alabanza y
el amor de un hombre, de millones de hombres, en comparación con el Amor
con que Tú Has aceptado la más tremenda de las pruebas que jamás podrá
existir en la tierra?
No, Hijo amado, nadie podrá igualarte en amor sino
Tu Padre, sino Yo que, en Mi Espíritu de Amor, puedo alabarte y amarte
por Tu sacrificio de aquella noche.
Has alcanzado, amadísimo Hijo Mío, en quien apoyo toda
Mi benevolencia, el paroxismo de la muerte sobreviviendo en la agonía
amarguísima del Huerto.
Tú Has llegado, en la esfera de Tu Humanidad
verdadera y entera, al cúlmen de la gran pasión que pueda tener un
corazón humano: sufrir por las ofensas hechas a Mí; pero sufrir por
ellas, con el amor purísimo e intenso que hay en Ti. Has tocado, si bien
con temblor, el límite por el cual la humanidad debía alcanzar completa
Redención.
Tú, Hijo adorado, Has conquistado, con sudor de Sangre, no
sólo las almas de Tus hermanos sino, aún más, la Gloria Tuya, personal,
que debía sobre elevarte a Ti, hombre, al par Conmigo, Dios como Tú.
Tú Has arrastrado en Mí la más perfecta justicia y el
más perfecto Amor. Entonces representaban la Hez del mundo y lo hacías
por Tu voluntaria y libre aceptación.
Ahora eres, entre todos, el honor y
la Gloria y el gozo Mío. No eras Tú Mi ofensor, no Tú; Tú Has sido
siempre Mi Hijo amado en quien He puesto Mi complacencia; no eras Tú la
Hez; porque incluso entonces, Yo Te veía como Has sido siempre: Mi Luz,
Mi Palabra, es decir, justamente Yo mismo.
Hijo, que temblaste y
sucumbiste por Mi honor, ¡Tú Has merecido que Tu Padre Te haga conocer
al mundo; a ese ciego mundo que Nos ofende y que, con todo, Nos es tan
querido!
Oh, Hijo amadísimo, Yo Te veo y Te veré siempre en aquella
noche de Tu amargura, y Te tengo siempre presente. Por Tu amor, Estoy
reconciliando a las criaturas con las criaturas.
Y pues, Tú no podías
alzar a Mí Tu rostro; tan cubierto estaba de sus culpas. Ahora, para
complacerte, hago que ellos alcen sus rostros a Nosotros para que,
vislumbrando Tu Luz, queden presa de nuestro amor.
Ahora, Hijo Mío, siempre tan amado, haré lo que Te dije
cuando estaban en la sombra de Getsemaní y serán grandes cosas para
alegrarte y darte honor…
Revelaciones a Catalina Rivas
Revelaciones a Catalina Rivas