*La norma litúrgica del lavabo en la misa

26.03.13, por Jorge González, sacerdote
 


Recuerdo hace no mucho un amigo que estuvo en misa en la parroquia. Al acabar la celebración me preguntó por el lavabo: “anda, ¿no me digas que haces el lavabo? Pero si tú no lo habías hecho nunca…” Le respondí: “mira, teniendo en cuenta todo lo que fallo en la fe, la esperanza y la caridad, al menos seré fiel en el lavabo”.

En tiempos hablábamos de fijarnos en lo importante: el amor a Dios, la opción por los pobres, la sencillez evangélica, la misericordia universal y la libertad de los hijos de Dios. 

La verdad es que decíamos muchas cosas y concretábamos las menos. Quién sabe si no sería una añagaza del maligno. Quién sabe si no se trataría de orgullo, de creer que podíamos ir directamente a las cosas grandes, de pensar que los “detalles” eran para gente “menos evolucionada”, de fe más imperfecta. Qué cosas piensa uno en estos momentos.

Con el paso del tiempo cada vez me veo más pobre. Me pregunto quién soy yo para estar por encima de lo que me pide la Iglesia, para creer que puedo estar por encima de tantas cosas decidiendo sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo inadecuado, juzgando quién tiene una fe madura y quién infantil. Así que he pensado que mejor me callo y empiezo por lo de abajo: obedecer poco a poco en los detalles.

Y es lo que intento predicar a mi gente. Tratar de cumplir los mandamientos de Dios y de la Iglesia, confesarse de vez en cuando, rezar un poquito cada día, hacer una visita al Santísimo, rezar por el papa, aprender a amar a su obispo. 


Reconocerse niños para poder ir creciendo. Y si esto se lo digo a la gente, pues qué no me voy a decir a mí mismo. Que menos oración en la contemplación de la inmensidad de la alteridad y más breviario, menos planes y más servicio, más cuidar los detalles y menos dejarme ir por los cerros de Úbeda.

Hay gente que me dirá que esto es dar pasos hacia el fundamentalismo. Yo creo que es ir hacia lo fundamental. Pero quizá sean cosas mías.