*Me quitó 20 años de Purgatorio

En 1940 se me presentó, por primera vez, una alma del purgatorio. Sintiendo que alguien estaba en habitación me desperté y vi un extranjero que iba y venía por mi habitación. Le dije: ¿Cómo has entrado? ¿Qué has perdido? Él continuaba, yendo y viniendo, como si no me oyera. Entonces, salté de la cama para agarrarlo, pero no agarraba nada. No había nada. Lo intenté de nuevo y ocurrió lo mismo. Podía verlo y no podía tocarlo. Al poco tiempo, desapareció. 

Al día siguiente, después de la misa, fui a mi director espiritual y le conté lo ocurrido. Él me dijo: Si sucede otra vez, no le preguntes ¿quién eres? Dile. ¿Qué quieres de mí? A la noche siguiente, retornó la misma persona. Le dije: ¿Qué quieres de mí? Él respondió: Haz celebrar tres misas por mí y seré liberado. Entonces, pensé que debía ser un alma del purgatorio. Mi confesor me lo confirmó. Desde 1940 hasta 1953, cada año vinieron sólo dos o tres almas, normalmente en noviembre (mes de los difuntos). Mi director el P Alfonso Matt, me aconsejó que nunca rechazara ninguna petición de ayuda de esas almas. 
 
Cuando un alma viene, me despierta tocando la puerta o llamándome o sacudiéndome o de otras maneras. Le digo de inmediato: ¿Qué quieres? ¿qué debo hacer por ti? Y normalmente me lo dicen. Un alma me dijo un día: Una de las cosas que más eficacia tiene para nosotras es el sufrimiento soportado con paciencia, sobre todo, cuando se ofrece por manos de la Madre de Dios, para que ella lo utilice para quien quiera. Y me pidió que sufriera por ella. Me pareció bastante extraño, porque hasta ese día ninguna me había pedido sufrir por ella.

Le dije. ¿Qué debo hacer? Me respondió: Durante tres horas tendrás grandes dolores en todo el cuerpo. Después de las tres horas, podrás levantarte y continuar tus trabajos, como si no hubiera sucedido nada. Así me quitarás veinte años de purgatorio. Acepté y me vinieron tales dolores, que apenas me daba cuenta de dónde estaba, y parecía que pasaban días y semanas. Cuando todo terminó, me di cuenta de que habían pasado exactamente tres horas. A veces, me pedían sufrir sólo cinco minutos, pero ¡qué largos me parecen esos minutos! .

María Simma