*¿De qué religión es Dios? Experiencia mística de un ex presidiario

Pablo Ginés. ReL. 10 junio 2013
Scott Woltze era un adolescente que decidió ser un tipo duro, y lo consiguió... en una de las peores cárceles de EEUU. Después decidió ser un académico, un intelectual, y también lo consiguió. No contaba con Dios para nada.

La mañana que cambió su vida
Scott estaba cortando el césped. Era abril de 2007, por la mañana. En lo académico estaba contento, pronto impartiría su primer curso de verano. Pero en lo personal estaba molesto "Tienes 33 años, a ver si creces de una vez", se recriminaba a sí mismo. No le gustaba cómo trataba a la gente. Llevaba 12 años con cambios de novias, y sólo había encontrado más y más soledad. 


"Mientras giraba una esquina con mi cortacésped, de repente, toda mi persona resonó con una intervención divina. Una voz tranquila desplazó cualquier otro pensamiento y sensación, y clara y plenamente presente en mi mente, dijo: Te amo, y te perdono. Al terminar estas palabras, un inmenso amor que nunca creí posible ardió en mi pecho como un horno. Era un amor que consumía, pero a la vez era suave; lentamente se extendía de mi corazón a mi cabeza y hacia mis pies. Con ese amor, Dios colocaba en mi mente -como quien pone cosas en la estantería- dos convicciones. Primera: que quitaba el peso de mis hombros, la desconfianza, el cansancio y la fiereza del ex-presidiario. Segunda: la promesa, la intención de Dios, de restaurar en mí el niño que había sido 25 años antes. Dios me devolvía a mí mismo".

De esa experiencia mística, Scott saca la fuerza para decir que la promesa de Apocalipssis ("ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor, las cosas viejas han pasado; yo todo lo hago nuevo"; capítulo 21) es cierta.

"A los que han sido víctimas de abuso, los que han perdido un niño, los que tienen el corazón herido, desesperado en la cautividad del pecado o la soledad... a todos les digo que el abrazo amoroso de Dios aniquila toda lágrima y dolor. Una vez has sentido ese abrazo, no necesitas una explicación de Dios. Él es bastante", asegura hoy.

¿De qué religión es Dios?
Sus vecinos sólo habrían visto que Scott se paraba unos 10 segundos con el cortacésped. Luego habrían visto que seguía cortando, más rápido. Pero todo había cambiado: su corazón ardía. Y ardió un rescoldo durante tres días, disminuyendo poco a poco su intensidad. Y pensaba. ¡Dios se le había revelado como amor, pero no le había dado su Nombre! ¿De qué religión era? ¿Qué quería de Scott? Eso se preguntaba. ¿Tenía que hacer él algo?

Al día siguiente de esta experiencia, aún con esa llama en su interior, puso la radio mecánicamente para entretenerse mientras fregaba. Era un típico programa de hombres que se jactan con comentarios machistas y despectivos sobre mujeres y conquistas sexuales. "Me apresuré a quitar la voz, me daban ganas de vomitar", recuerda. Aquello, que antes veía más o menos normal, era incompatible con el amor de pureza y bondad que calentaba su corazón. Había cosas incompatibles, no todo valía.

Después de dos días de comer poco y dormir poco, experimentando ese calor en su alma, sintió que disminuía la llama, "como el agua sale de un cubo con un agujerito". El tercer día, cesó la sensación.

Experiencia demoníaca en el parque
Esa noche decidió salir a correr con sus perros por un parque con bosque. "Nada más llegar allí, un pensamiento maligno me pasó por la cabeza. Y luego otro, y otro. Cada uno era peor que el anterior, un crescendo de maldad. Me asombró no sólo la malignidad de esas ideas, sino que claramente venían de fuera, como si una entidad invisible los metiese en mi mente. Adiviné de inmediato que debe haber algo así como espíritus malignos, y que Dios me permitía claramente distinguir sus acciones en mí, de lo que eran mis propios pensamientos".


Scott Woltze con uno de sus perros
"Salí del coche, empecé a correr, a un paso rápido, hablando y gritando en voz alta todo el rato, en alabanza, adoración, y deseo de entender mejor. Me emocionaba ver que Dios no me había dejado huérfano, como temía, sino que me mostraba más cosas, aunque no fuesen buenas noticias. Y me preguntaba, una y otra vez,: ¿existen los demonios?"

Y al girar una esquina en aquel parque vacío en la noche, los vio, bajo la luna. "Era como una escena de película de terror: mil demonios furiosos avanzando hacia mí, como mil experimentos genéticos fallidos. Sus pieles eras naranjas, marrón sucio, verde milo, rojo eléctrico, pero todas horrendas. Aunque tenían un aspecto monstruoso, y trataban de llegar a mí, no me asusté: les bloqueaba algo a unos 50 metros de mí. Era una especie de zona desmilitarizada entre nosotros, y yo sabía que era la proteccción de Dios, que Él me quería mostrar algo bajo su protección".

Scottt no cree que los demonios tengan realmente cuerpos humanoides deformes. Opina que son espíritus, pero que esa apariencia, lo que Dios le permitía ver de ellos, expresaba su deformidad, cuánto se han separado de los espíritus puros que fueron una vez.

"Durante varios segundos, Dios levantó el velo que separa lo natural y lo sobrenatural. Tres días antes, no me sorprendió descubrir que Dios existe; algo parecido a un ángel me había salvado de un accidente meses antes, y antes de eso yo era un agnóstico dispuesto a admitir algún tipo de dios-relojero de la Ilustración, que pone en marcha el mundo y luego se retira. Ahora, me asombraba ver que Dios me conocía y me amaba,y me revelaba su amor. Pero lo de los demonios fue la mayor impresión de mi vida. Lo primero que pensé fue que el típico granjero medieval entendía mejor nuestra condición humana, sus peligros y posibilidades, que las personas más inteligentes que yo conocía".

Pasados esos segundos, desaparecida la visión, Scott recapituló lo que mostraban sus experiencias: que había un sólo Dios, que exigía el bien y luchaba contra el mal, que había demonios. Todo eso apuntaba a las religiones abrahámicas, no encajaba con las orientales. Y pensó que si Dios se había revelado a él, seguramente lo había hecho ante más personas en más ocasiones, y que esa revelación se habría conservado.

Tercer dato místico: la imagen persistente
Se fue a la cama exhausto. Y al despertar a la mañana siguiente, notó algo en la esquina superior izquierda de su línea de visión: era como una imagen, del tamaño de una moneda, con la silueta de hombre sobre un fondo dorado brillante.

"La imagen estaba presente siempre, no importa donde mirase, incluso si cerraba los ojos: era como si la hubiesen estampado en mi mente". Cuando él intentaba enfocar en la imagen, se hacía más nítida. Cuando la desatendía, se ponía traslúcida, pero coloreada; seguía ahí, como una salpicadura de color en unas gafas.

El hombre de la imagen estaba fijo sobre su fondo dorado. No había forma de enfocar la mirada sobre el núcleo de su rostro, pero sí en el resto de su persona: pelo largo y oscuro a la altura de los hombros y aspecto de mediterráneo antiguo, por sus ropas y piel morena.

"¿Quién era? Dios callaba. Yo deseaba que fuese Sócrates, Platón, Aristóteles... nuestra mente se siente cómoda con lo que conoce". Pero no tenía el pecho ancho de Platón ni la nariz famosa de Sócrates. ¿Elías, Juan Bautista, incluso Mahoma? Era el síndrome "todo menos Jesús, por favor", que -como Scott descubriría en los siguientes años- es común en muchas personas con conversiones impactantes.

Allí permanecía, en esa esquina de su visión, durante 10 días, y Scott se impacientaba: ¿qué quería decirle Dios con esa imagen? Ya desesperado, volvió a enfocar sobre ella... y vio que se movía, que una brisa extraña movía su pelo. "Es un hombre real, un hombre vivo", pensó. Y era obvio para él que no vivía en este mundo, sino en otro, que debía ser el Cielo. "Ya no podía seguir engañándome: aunque yo no podía ver su rostro claramente, Él sí me veía a mi con claridad: y lo admití: sí, es Jesús".

Ahí desapareció la imagen. Y se acabaron las experiencias místicas, que se habían concentrado en esas dos semanas. Ya no habría más. Ahora era cosa suya seguir investigando: ¿dónde encontraría más de ese "sabor", ese "aroma" que había gustado?

San Francisco de Asís... y San Francisco de Sales
Lo encontró en los Evangelios: con alivio descubrió que el Jesús que allí habla y actúa encajaba con el Dios que se le había revelado. Durante un tiempo él, académico, profesor de Letras, evitó las sutilezas de la teología: quería simplicidad.

Pero necesitaba leer más: y optó por las "Florecillas de San Francisco", las anécdotas medievales del santo de Asís. Aquello tenía "ese sabor" que él había vivido. Y después, la "Introducción a la Vida Devota", de San Francisco de Sales. Y después, los primeros Padres de la Iglesia.

Sus conocidos presbiterianos tenían valentía, fe, celo por Dios y amabilidad, pero su culto estaba más centrado en ellos mismos que en Dios. Y él quería adorar a Dios, mirarle, descansar en Él. Lo buscó en la liturgia católica, y en la variante más sublime en la que pudo pensar: buscó una misa por la Forma Extraordinaria del rito romano. La encontró en una parroquia levantada por inmigrantes polacos en Detroit. Tomó el misal en inglés y latín, y nervioso se preguntó si aquel sería su lugar.

Sonó una campana. Se levantó con todo el mundo. Empezaron a cantar "Asperges Me". "Con sólo cantar las dos primeras palabras, supe que estaba en la casa de Dios, que finalmente estaba en casa".