Eleonora es una mujer de 40 años. Se casó a los 30
peroinmediatamente después del matrimonio la relación con suesposo derivó hacia
caminos bastante difíciles. Si antes delmatrimonio la relación entre los 2 iba
viento en popa, despuéstodo comenzó a andar mal. Eleonora no logra pasar un
díatranquilo con su marido. Discuten continuamente.
Cualquier cosa es motivo de discusiones violentas.
Lasdificultades se han prolongado durante muchos años. Hastaque un día Eleonora
decide venir a verme.—Padre, ya no aguanto más -me dice.—¿Qué sucede?—Sucede
que estoy casada hace 10 años y que estos hansido los años más tristes de mi
vida.—¿Por qué?—No tengo una respuesta. Solo sé que la mañana delmatrimonio
estaba radiante. Todo marchó bien en la iglesia.Pero apenas salí de la iglesia
y subí al coche, mi marido meregañó porque, según él, yo había estado fría con
su madrecuando vino a saludarme en el momento del intercambio de lapaz. Desde
ese momento todo se ha torcido. Todo, en estos 10años, nos ha hecho pelear. A
menudo el centro de nuestrasriñas ha sido una sola persona: su madre. «Te
portaste malcon mi madre» es la frase que mi marido me ha repetidodurante años,
hasta el cansancio. En cambio, antes delmatrimonio, todo marchaba bien. Después
entre nosotros dosse ha metido una tercera persona incómoda, precisamente
lamadre de mi marido.—¿Su madre vive aún?—Sí, vive.—¿Qué relación tiene
contigo?—Ninguna. Cuando supo que me quería casar con su hijo,rompió conmigo.
Ya no quiso verme más. Prácticamente son 10años que no tengo noticias de ella.
Mi marido, por el contrario,la escucha y la ve a menudo. Pero nunca me dice
nada.—¿Piensas que la madre de tu marido ha realizado unmaleficio contra ti el
día en que te casaste?—No sabría responder. Pero en este punto pienso que sí.
Mimarido me amaba antes de casarnos. Luego, el día delmatrimonio algo cambió.
Ni siquiera sé cómo he podido resistirtodos estos años. Además no tuvimos el
consuelo de los hijos.No hemos podido tenerlos nunca. Padre, no sé qué
decir.Ayúdeme.
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—Mira, tal vez haya un maleficio. Pero no estoy seguro.
Aveces la vida va nial y no tiene esto que ver necesariamentecon los
maleficios. Haz una cosa. Vuelve a casa y mañana
por la mañana vienes aquí con tu vestido de novia.Al día
siguiente Eleonora viene a verme. Trae en la mano sulargo vestido blanco. Le
digo que me lo entregue. Salimos alaire libre. Caminamos por un gran campo
aislado de la periferiade Roma. Bajamos del coche. Colocamos el vestido en el
suelo.Tomo del maletero del coche un bidón de gasolina que habíallenado
anteriormente. Rocío con gasolina el vestido y con unacerilla trato de
prenderle fuego. Pero no pasa nada. El vestidono se quema. Comprendo que algo
va mal. Es evidente: se hizoprobablemente un maleficio en el vestido con el fin
de que elmatrimonio de Eleonora fracasara y la esposa no fuera feliz.Eleonora
se aterroriza pero también se muestra incrédula.Regresamos a casa con el
vestido impregnado de gasolina enel maletero del coche. Decido quedarme con el
vestido. Loescondo en un sitio seguro lejos de la curiosidad de miscohermanos.
Decido durante dos meses bendecirlo cada díaregándolo con agua bendita. Lo
bendigo repetidamente.Después de 2 meses llamo a Eleonora. Le digo que venga
averme. Volvemos al prado. Esta vez el vestido arde.Lentamente, pero se quema.
Al final recogemos las cenizas.Nos dirigimos a un pequeño río y arrojamos las
cenizas alagua. En efecto, no solo es necesario quemar un vestido conmaleficio,
sino que es también conveniente echar las cenizasdonde haya agua
corriente.Eleonora vuelve a casa. Su vida de pareja mejora día trasdía. A pesar
de que la madre del marido sigue siendo unapresencia negativa dentro de su
familia» una presencia quecreo que la molestará mientras viva. La obstinación
de ciertagente es insaciable. Su propensión al mal es difícil de combataAdemás,
ciertas suegras saben ser diabólicas como nadie conlas mujeres que se «atrevan»
a casarse con su hijo predilecto.Su egoísmo, el amor enfermizo al propio hijo,
es unaperversión que viene de Satanás. En lugar de desear lafelicidad del hijo,
deciden matarlo sofocándolo. Es esta unagran victoria del demonio. Porque una
pareja dividida deja unagran huella de sufrimiento. Aunque las cosas
puedanarreglarse, el sufrimiento provocado permanece.
Gabriele Amorth
El último exorcista
Gabriele Amorth
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