*El moro brujo y la Hostia milagrosa

Zaragoza

En 1427, una mujer, cansada de aguantar el mal carácter de su marido, se fue a visitar a un moro brujo, para que éste hiciera algún brebaje para cambiar la forma de ser de su esposo. El moro dijo que podía hacerlo, pero necesitaba una Hostia consagrada. La mujer fue a la iglesia de San Miguel donde, tras comulgar, puso la Forma en una cajita que llevaba preparada.

Al abrir la caja en casa del moro, en vez de la Hostia, encontraron un Niño lleno de resplandor. El moro pidió que lo tirase al fuego, y así lo hizo ella. La cajita se quemó en un momento, pero el Niño se conservó intacto, sonriente.
La mujer quería acabar con Él, y fue precisamente el moro el que aconsejó a la mujer que fuera a la Seo para comunicarlo a los sacerdotes.

El Arzobispo, Don Alonso Arbuello, nombró una comisión que estudiara el hecho. El dictamen fue positivo.
Se organizó una procesión para llevar la Hostia a la iglesia. Asistió toda la ciudad. El mismo Arzobispo, bajo palio, llevaba la Forma en una patena. Todos siguieron viendo al Niño. Aquella tarde quedó expuesta la Hostia en el altar, continuando el prodigio.
Al día siguiente, domingo, el Prelado celebró Misa en ese altar y, al llegar al ofertorio, desapareció el Niño de la vista de todos, quedando sólo la Hostia normal, que el Arzobispo sumió en la Comunión.
Los documentos que acreditan este hecho se conservan en el Archivo del Cabildo Metropolitano, y su recuerdo se perpetúa en las pinturas que decoran la capilla de Santo Domingo del Val.