Escribe, hijo mío:
Yo,
Jesús, Verbo de Dios hecho Carne, veo hoy a mi Iglesia en un modo muy
diverso a aquel en el que Yo la he estructurado al principio.
¿Qué ha quedado de la estructura verdadera, genuina? Casi no la reconozco ya...
¿Son
los Obispos de hoy los Apóstoles de ayer? ¿Están guiados por el mismo
celo desinteresado de los primeros tiempos? ¿Es el mismo espíritu de
humildad y de pobreza el que los guía? ¿Los sacerdotes de hoy son
semejantes a los discípulos de ayer? No, hijo mío.
No
quiero decir que también al inicio no hayan faltado los débiles y los
desertores, pero el espíritu de los buenos era el espíritu de Dios. La
fe que los animaba, la esperanza que los sostenía era de Dios, la
caridad que los unía era caridad verdadera, tanto que los paganos
observando el espíritu que los animaba decían: "mirad cómo se aman" y
eran atraídos hacia ellos.
Hoy,
hijo mío, las cosas son bien diversas. Siempre hecha la excepción de
los pocos verdaderamente buenos y santos, ni siquiera los Obispos aman
con la verdadera caridad de Cristo a sus sacerdotes, untuosos
exteriormente, pero interiormente fríos, como el metal.
Luego
entre los sacerdotes, el amor fraterno está hecho a menudo de palabras
vacías; impera la malevolencia más que la fraternidad.
Siempre
dispuestos a aliarse con cualquiera con tal de atacar a un hermano,
siempre dispuestos a transformarse era abogados defensores de Dios
contra otro Sacerdote. No hablemos luego de las envidias, celos y
resentimiento que hierven a continuación en la olla del Demonio, con
maledicencia y hasta con calumnias con las que Satanás riega la Iglesia
de nuestros días.
Te recuerdo también las lesiones inferidas a mi Cuerpo Místico por los pecados contra el sexto y noveno Mandamiento.
Los
sacrilegios son incontables, y se consuman con una indiferencia que tal
vez ni Judas conoció. En un reciente mensaje aludía al pus que se ha
acumulado en el interior de mi Cuerpo Místico.
Oh, si se pudiera sajar Mi Cuerpo Místico como se corta el cuerpo físico, el pus saldría fuera con gran violencia.
No puedo permitir, hijo, que las almas continúen precipitándose en el Infierno.
¡No
puedo estar pasivo mientras es inútil para muchísimas almas mi
Sufrimiento infinito, inútil Mi Sangre, inútil mi misma muerte!
La
Misericordia infinita reclama la hora de la Justicia contra la
injusticia perpetrada por Satanás, homicida y ladrón, con la libre
alianza y colaboración de personas que voluntariamente obran para la
perdición de las almas que desde la eternidad Yo amo.
Confidencias de Jesús a un sacerdote (Se han pasado al enemigo)
Ottavio Michelini
3 de diciembre de 1975