*Hablan las almas del Purgatorio

Relata María Simma, vidente de las ánimas del Purgatorio: 

El Sr X era el primero y el último en salir de la Iglesia, pero siempre estaba criticando a todo el mundo. Lo que más me indignó fue que, durante el sepelio de la Sra. X, él la estaba criticando y diciendo a algunas personas que la Sra. Xno debía ser enterrada en un cementerio católico. Entonces, le dije: Ahora está claro para mí que el Señor no quiere que Juzguemos a los demás. El Sr X criticaba a la Sra. X, aún en el cementerio, pero el Señor tuvo compasión de ella. No podemos juzgar a los demás, dejemos el juicio a Dios. Ahora el Sr. X está en lo profundo del purgatorio.

En una ocasión, vino un alma y me dijo: Cometí un crimen contra Dios. Un día, por soberbia, tomé una cruz y la destrocé, pensando que, si Dios existía no me lo permitiría hacer. Casi al instante, me vino una parálisis que fue mi salvación. Después me pidió decirle a su mujer que hiciera algunas cosas para ayudarlo y liberarlo del purgatorio. Ella se había salido de la Iglesia católica y se había hecho protestante. Cuando le conté el mensaje de su esposo, me dijo:
Creo en lo que me dice, porque el hecho de que destrozó la cruz, solamente lo sabíamos él y yo. Y entró de nuevo en la Iglesia católica.

Un médico vino un día, lamentándose de que debía sufrir mucho por haber acortado la vida de sus pacientes con inyecciones, para que no sufrieran más (eutanasia). Y nadie tiene derecho a quitar la vida, porque mientras están vivos, aunque estén en coma, pueden recibir las bendiciones de Dios a través de nuestras oraciones y buenas obras.

Una mujer me dijo: He debido estar 30 años de purgatorio por no haber dejado ir al convento a mi hija. Por eso, debemos pensar en la grave responsabilidad de los padres que no consienten la vocación sacerdotal o religiosa de sus hijos. Nadie tiene derecho a rectificar los planes que Dios ha trazado para cada uno desde toda la eternidad. 


Otro día se me presentó un alma y me dijo: ¿Me conoces?. Yo le dije que no. Él respondió: Pero tú me has visto. En 1932 hiciste un viaje en tren y yo era tu compañero de viaje. Entonces, me acordé muy bien de ese hombre, orgulloso, que había criticado en voz alta a la Iglesia y a la religión. Yo tenía 17 años y le respondí como pude. Él me dijo: Tú eres demasiado joven para darme lecciones. Cuando bajé del tren, le dije al Señor: Señor, no permitas que este hombre se pierda. Y esta oración lo había salvado. ¡Cuánto puede hacer la oración, aunque sea pequeña, pero hecha con fe! ¡Cuánto valen las obras de caridad para los demás! 


Texto sobre la almas del Purgatorio 
María Simma