*María: Los domingos, las iglesias están vacías


EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
Mensajes a Luz Amparo Cuevas

Luz Amparo acude a la cita que todos los primeros sábados de mes, tiene con la Santísima Virgen en Prado Nuevo. A tempranas horas de la mañana, y acompañada de pocas personas de su confianza, bajo un intenso frío, rezan el santo Rosario. En el segundo misterio gozoso, Luz Amparo cae de rodillas y queda en éxtasis al hacer su presencia la Santísima Virgen, que por su boca transmite el siguiente mensaje:

LA VIRGEN:
«Hija mía, mi Corazón sigue triste porque los hombres siguen olvidados de las obligaciones que tienen con Dios. No cumplen con las Leyes que Dios instituyó, hija mía, para los hombres. No santifican las fiestas. La mayoría de los hombres no pisan los templos de Dios, se olvidan de sus Leyes. Los domingos, hija mía, muchas iglesias están vacías; no se preocupan nada más que de divertirse, y mi Corazón sigue derramando gracias sobre todos los corazones. ¡Qué tristeza siente mi Corazón, porque veo que muchos de mis hijos se introducen en la profundidad de los infiernos! Se olvidan de Dios y se meten en el placer. 

Sí, hija mía, lloro porque soy Madre, Madre de gracia, de amor y de misericordia. Se olvidan de Dios, hija mía; aman el placer, el mundo, pero Dios es siempre el último. Juran falsamente y no les importa que en su juramento vaya la muerte del ser humano. Matan, hija mía, por el placer de matar; las fieras son mejor que el ser humano, porque la fiera no mata, si no es para defenderse o para alimentarse, pero el hombre mata por el placer de matar, hija mía. Las madres se han convertido en asesinas de sus propios hijos; ¿cómo no va a estar mi Corazón triste, hija mía? 

En las familias ha desaparecido el amor y la unión. Los crímenes siguen, las envidias, hija mía, y la muerte. Todo esto es el producto del pecado. Y mi Corazón sigue sufriendo y derramando gracias, para que el ser humano vuelva sus ojos a Dios. Grita, hija mía, que se pongan en nuestras manos y cesarán las envidias, los crímenes y habrá paz en sus hogares.

¡Qué pena siente mi Corazón, porque los cristianos se llaman cristianos de nombre, pero no cumplen con sus obligaciones de cristianos! Han olvidado las Leyes, las Leyes que Dios instituyó, hija mía; porque si los hombres cumpliesen con esas Leyes, no caería ninguna plaga sobre la tierra.

En la Iglesia de mi Hijo hay muchos enemigos, hija mía, sigue entrando la cizaña en el trigo, y mi Hijo va a retirar la cizaña de su reino y la va a arrojar al horno de fuego.
Sigo orando por vosotros, hijos míos, para que mi Hijo tenga misericordia de vosotros. Sí, grita y di que oro día y noche por la humanidad. Nunca, hijos míos, pagaréis este dolor, nunca; el dolor de vuestra Madre amantísima.

Muchos de vosotros, hijos míos, andáis inquietos y nerviosos, ¿sabéis por qué, hijos míos?, porque os preocupan más las cosas del mundo que vuestra propia alma; ocupaos, hijos míos, de vuestra propia alma, y mi Hijo se ocupará de vuestras cosas; pero os ocupáis de lo que tenéis que comer y de lo que tenéis que vestir, y olvidáis el reino de Dios, hijos míos. ¿No os dáis cuenta que lo más importante es el alma? Os pido que no os abandonéis en la oración, hijos míos; y aquellos que no queráis estar dentro, hijos míos, dejad el puesto libre a otros para que entren; hacéis lo que los fariseos: ni entráis ni dejáis entrar.

Tú, hija mía, me pides muchas veces que cure tus dolores, y también pides y gritas que estás enferma; ningún doctor podrá aliviar tu mal, hija mía, porque piensa que eres victima y las víctimas tienen que sufrir. (Amparo llora y exclama):

¡Ay!, pero yo muchas veces me encuentro muy mal. ¡Ay, ay, ayúdame! ¡Ayúdame! (Continúa sollozando al mismo tiempo que sigue hablando la Santísima Virgen):
Tienes que sufrir por los pecadores, hija mía. La víctima tiene que seguir siendo víctima hasta el final.
También pido a todos aquellos que hayan recibido gracias especiales en el alma y en el cuerpo, que lo comuniquen a su Pastor, para que éstos abran los oídos a mi mensaje. ¡Están sordos, hijos míos, y ciegos!

Ya te habrás dado cuenta, hija mía, que están disminuyendo los mensajes, pues todo está dicho, hija mía. Todo está repetido una, dos y mil veces, hija mía, pero los hombres cierran los oídos y todo lo que está dicho se cumplirá.

Entregaos a la oración, hijos míos, no os abandonéis. Ya te he dicho muchas veces, hija mía, que la oración es el alimento del alma. Si el alma no está alimentada, enfermará, hija mía. Pide mucho por los pobres pecadores, y ofrécete víctima de reparación por esas pobres almas; sufre, hija mía, en silencio. Ya te he dicho, hija mía, que tu enfermedad no curará, sólo podrán aliviarte (Amparo solloza); pero con tu dolor, hija mía, ¡puedes ayudar a tantas almas que día a día se salen del camino del Evangelio! Yo veo, hija mía, cómo se precipitan en el infierno; pero no puedo hacer nada, su libertad los condena, hija mía. Amaos los unos a los otros, hijos míos.

Y tú, hija mía, sé muy humilde, muy humilde; con humildad podrás con todo, hija mía. Y ama mucho a la Iglesia. Y pedid mucho por mi Vicario, porque mi corazón le ama tanto...
Besa el suelo, hija mía, en reparación de los pecados de las almas consagradas. (Amparo se inclina y besa el suelo.) No le dan importancia, hija mía, al besar el suelo; pero es un acto de humildad besar donde todos pisan, hija mia.

Y vosotros, almas que todavía amáis a Dios, vuestro Creador, encomendaos en sus manos y venid a Mí, que Yo os tegeré debajo de mi manto, para que Satán no pueda arrebataros, hijos míos. ¡Mi Corazón ama tanto a las almas, hija míos, tanto... que el último día del fin de los tiempos mi Corazón Inmaculado vendrá para salvar a la humanidad, hija mía!
Amad mucho al Corazón de mi Hijo, amad el Corazón de vuestra Madre, porque mi Corazón sangra por la humanidad.

Voy a dar una bendición especial para todas las almas, especialmente para aquellas almas débiles que se dejan arrastrar por su debilidad.
Sed mansos y humildes de corazón, hijos míos.
Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos.
Y tú, hija mía, no te separes de nosotros, ni tengas miedo, nadie podrá hundir lo que es de Dios, hija mía, porque Dios sacará adelante mi obra, hija mía. El me pone por Mensajera para salvar a la humanidad, y derrama gracias sobre los corazones.
También sonrío, hija mía, porque me agradan mucho las oraciones de vuestros labios, y de todas las almas que acuden a este lugar. Una sonrisa para todos, hija mía.

MENSAJE DEL DIA 3 DE ENERO DE 1987