"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXVII: Los pobres.
MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)
XXVII
LOS POBRES
“Otro
delicado punto que lacera mi alma en algunos sacerdotes, por no decir
que en muchos, es el poco aprecio de los pobres como si no fueran todos,
pobres y ricos, hijos de Dios. Y antes bien, la preferencia en caso de
haberla, salvo excepciones, debía inclinarse a proteger a los
desvalidos, a los ignorantes, a los que cargan el peso del trabajo
material y que tanto necesitan de quienes los sostengan.
¡Hay muchas almas tan hermosas entre los pobres! ¡Hay almas tan
dispuestas a recibir el roció del cielo, probadas por las inclemencias
de la tierra! ¡Hay almas tan puras, tan sacrificadas, que se ven
despreciadas por su posición social y su miseria!
No; este punto hay que remediarlo en muchos sacerdotes que solo quieren
rozarse y ejercer su ministerio con la clase que brilla, que no siempre
es la que me da más gloria. Para la naturaleza no es agradable ese trato
con la gente pobre, ruda, sucia y poco inteligente. Pero Yo vine a
salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, y mi caridad prefirió
a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres. Y Yo mismo fui
pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes
tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que
tener, y el mismo sentir que Yo.
Hay que atenderlos con calma y vida: hay que evangelizarlos como Yo lo
hice; hay que abrirles los brazos y el corazón, abajándose para
levantarlos; hay que atraerlos por el cariño y por los ejemplos para
llevarlos a Mí; hay que formar el criterio y el corazón del pobre desde
pequeño hasta mayor, desde la cuna hasta la muerte. Mi Iglesia es Madre,
y sus sacerdotes deben tener para con los pobres entrañas maternales.
No hay que ahuyentar a los pobres con durezas y malos modos, sino
soportarlos, enseñarles pacientemente el amor a Dios y al prójimo. ¿Por
qué los ricos han de tener más Dios que ellos? ¿Por qué esas
distinciones que los humillan y los ofenden? ¡Me duele a Mí lo que a
ellos les hacen! Claro está que se les debe dar el pan de mi doctrina a
su alcance; pero ¿cuántas veces se estremece mi corazón de pena ante las
injusticias con que humillan mis sacerdotes a esas amadas almas! ¡Hay
que educarlas, soportarlas, defenderlas, protegerlas y amarlas!
Un sacerdote debe ser todo para todos; y recuerde que Yo amo tanto a los
pobres, que me hice pobre, que viví entre los pobres, que distinguí a
los pobres y que a los pobres prometí el reino de los cielos. Y me
igualé de tal manera con ellos, que ofrecí eterna recompensa a los
misericordiosos que tuvieran misericordia, y dije que lo que a ellos
hicieran, me lo harían a Mí.
Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los
ame como Yo. Hay sus deficiencias, sus grandes lagunas en este punto
capital para mi Corazón de amor, y hay muchos sacerdotes culpables sobre
este particular, acerca del cual llamo la atención.
Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida; a todas sin
distinción de clases me doy en la eucaristía, y un mismo cielo cobijará
eternamente a pobres y ricos, donde se premian virtudes y no categorías
mundanas. Muy bien que en el mundo tenga que haber escalas sociales; más
para mis sacerdotes no debe haber sino almas, almas que darme y por
quienes sacrificarme.
Más de lo que se supone tengo que lamentar en mi religión –que es toda
caridad- sobre este punto; y pido, y quiero y mando que se remedie lo
que hubiere sobre este punto tan importante y que deseo remediar, que
precisamente por su ignorancia, por sus malas inclinaciones, por el
medio en que vive, necesita de más caridad, de doble paciencia, de
grande generosidad y aun de heroicas abnegaciones.
Pero Yo sé premiar esos heroísmos con una gloria eterna. Para Mí no
pasan desapercibidos los sacrificios sobre este punto tan importante y
que deseo remediar. Y si lo hacen por mi amor, Yo premio esas
liberalidades y vencimientos; Yo me regalo a Mi mismo con muchas formas
en esta vida, con inefables consuelos, y derramo en las almas
caritativas con los pobres mis más delicadas caricias.
Y no sólo los premio las limosnas para los cuerpos (que deben hacerse
según las fuerzas de cada cual), sino más la limosna a las almas, los
consejos a los pobres, la amabilidad con ellos, la formación de sus
corazones para el cielo.
¡Cuántos de mis sacerdotes tratan a los pobres en los confesonarios con
cierto desprecio e impaciencia! ¡Cuántas veces se quedan corridos y
avergonzados los pobres, porque dan la preferencia a las personas de
otra posición! ¡Cuántas veces esperan la comunión que a todos pertenece
con humillante paciencia hasta que va otra persona rica a pedirla!
En el mismo ejercicio del ministerio se distingue la manera de hacer los
bautismos, los matrimonios, los viáticos, etc., de los pobres y de los
ricos; y Yo quiero llamar la atención sobre este punto que lastima la
caridad de mi Corazón.
Yo busco almas, no posiciones; Yo amo las almas en cualquier escala
social en que se encuentren. El Espíritu Santo no distingue. Mi Padre el
sol sobre todos, y quiero que los míos me imiten y tengan un mismo
corazón con todas las almas y vena en ellas sólo a Mí, porque reflejan
las Trinidad cuya imagen llevan. Con este pensamiento, que es realidad,
se les facilitará a los sacerdotes la igualdad en el trato caritativo y
santo para con los pobres a quienes he ofrecido el reino.”
Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,