*El “síndrome del amor romántico”

     El amor-pasión que tanta fortuna ha hecho en la tradición novelística occidental, más que amar realmente a otra persona, lo que hace es tomar al ser amado como pretexto para amar el amor mismo o, más allá, para amar el gran Todo en un sentido romántico y panteísta. Una civilización infectada por el virus de este tipo de amor nunca se siente satisfecha con la realización concreta del amor a través de la vida matrimonial. Prefiere, más bien, otra cosa: el amor imposible, el amor idealizado, o desgraciado, o simplemente soñado. 

Como dice Rougemont, ¡Tristán nunca se casaría con Isolda! Y, por lo demás, ¿acaso tendría sentido que se casaran Humphrey Bogart e Ingrid Bergman al final de Casablanca, y que nos los mostraran en casa una apacible tarde de sábado, con él leyendo el periódico y ella preparando la cena para los niños?

No, de ninguna manera: la civilización occidental no se interesa por el amor que pasa la prueba de fuego de la realidad cotidiana. Prefiere una concepción del amor que tiende al infinito, pero que sólo puede existir mientras no se consuma, mientras los amantes no cometen el sacrilegio de unirse matrimonialmente y -¡oh, horror!- convivir. Y el hecho es que esta mentalidad persiste hasta nuestros días y se esconde tras millones de divorcios que, de modo superficial, se atribuye, por ejemplo, a una supuesta “incompatibilidad de caracteres”. 


El problema es mucho más profundo y está relacionado con las bases espirituales mismas de nuestra civilización, que, en lo tocante al amor, sufre lo que podríamos llamar el “síndrome del amor romántico”: un amor al que se le pide un sentimiento exaltante de infinitud que sólo se mantiene durante cierto tiempo -la conocida fase de “enamoramiento”-, para decaer rápidamente conforme avanza hacia el gris horizonte de la convivencia marital. Surge entonces el desencanto en el que “se rompe” o “se acaba” el amor y “ya no se siente nada por la otra persona”. De aquí a que una recobrada soltería aparezca con los atavíos de lo apetecible sólo media un breve paso.

Rougemont tenía razón: Occidente anda extraviado en cuanto al tema del amor. Nos hemos vuelto analfabetos para el bello arte del matrimonio. Nuestros contemporáneos le piden al amor de pareja más de lo que razonablemente puede dar. Tenemos que volvernos más humildes y retornar a la escuela del amor: aprender que está hecho de silencio, compañía, trabajo, paciencia y comprensión. Y aprender, sobre todo, que no debemos buscar en él un sentimiento de infinitud que está más allá de sus posibilidades.




Amor y matrimonio