*Jesús: Háblales de la Eucaristía


Aquel día, una gran muchedumbre se ha reunido en Juárez (México) y muchos apóstoles de renombre animan la larga oración después de la Santa Comunión. Bajo los ojos maravillados de esta asamblea, signos y prodigios se multiplican:' los cojos caminan, los ciegos ven, los sordos oyen y las liberaciones interiores se manifiestan... ¡Gran alegría! Cristo hace vivir a sus hijos esta cualidad de presencia que nos relatan los Hechos de los Apóstoles.


Una joven religiosa está entre los animadores. Es la hermana Briege McKenna. Bendice a Dios con toda su alma por su poder divino y su compasión. En efecto, los corazones se han abierto de par en par, están atentos, y la gracia penetra sin traba alguna. ¡La bendición se derrama en forma torrencial!


Aquella velada, Briege está exultante. Regresa a su habitación del hotel y allí, el Señor la sorprende. Tiene un mensaje para ella que cambiará el curso de su existencia. Entrada muy joven al convento, Briege siempre ha escuchado muy atentamente los íntimos susurros de Jesús en su corazón, y hoy su voz es más límpida que nunca:


"Te traje a este lugar", le dice, "para enseñarte donde radica la verdadera fuerza de mi presencia viva. Tu misión es la de recorrer el mundo para hablar a mis hijos, para recordarles mi presencia real sobre cada altar del mundo, para hablarles de la Eucaristía y del Santísimo Sacramento."
Briege recuerda también que Jesús le expresó su profunda tristeza y cuánto contaba con ella.
Si Francisco de Asís lloraba al ver que "el Amor no es amado", esta joven religiosa fue traspasada al escuchar a Jesús —el Amor vivo— que le hablaba del abandono del que era objeto. He aquí lo que me escribió en febrero del 2006:


"Jesús me manifestó que la gente recorrerá el mundo entero en búsqueda de signos y prodigios, con la esperanza de recibir un mensaje de sanación o de consuelo. Atravesaran mares y continentes, y estarán dispuestos a gastar fortunas para obtener ayuda, a menudo en vano. ¡No saben reconocer el más grande de los milagros, y el más maravilloso de los pro­digios, su Gloriosa Presencia de Resucitado sobre nuestros altares y en nuestros tabernáculos! 'Yo soy el manantial de todos los beneficios que necesitan', me decía Jesús, 'y me dejan solo'.

 
Sor Emmanuel, después de que obedecí a este mandato de misión y que recorro el mundo entero, veo y oigo constantemente el relato de grandes, muy grandes conversiones y milagros. Ayer animaba una Jornada de oración en Florida, y un hombre me conto que cuatro años atrás, padecía un cáncer en fase terminal. Asistió a una Eucaristía, seguida de la adoración y de la oración de sanación. En el momento en el que el padre Kevin3 elevaba a Jesús dentro de la custodia para bendecir a la asamblea, percibió un calor que le atravesó todo el cuerpo. Al día siguiente, todo vestigio de cáncer había desaparecido."

Por Sor Emmanuel Maillard
Extraído del libro “El niño escondido” - Capítulo: “Una misa en Juárez”