El prefecto Müller ha dejado bien claro que:
– Los fieles divorciados y
vueltos a casar pertenecen a la Iglesia, tienen derecho a la atención
pastoral y deben tomar parte en la vida de la Iglesia.
– No se les puede
conceder el acceso a la Eucaristía, porque su situación de vida
contradice objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia,
significada y actualizada en la Eucaristía.
– Si se admitieran estas
personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y
confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad
del matrimonio.
– Los compromisos con el divorcio en las iglesias ortodoxas no son coherentes con la voluntad de Dios.
– Cuando por motivos
serios la nueva unión no puede interrumpirse, el hombre y la mujer deben
obligarse a vivir una continencia plena.
– La decisión de
acercarse o no a la comunión eucarística por parte de los divorciados
vueltos a casar no debe dejarse a la iniciativa de la conciencia
personal.
– Cuando están en
conciencia convencidos de que su matrimonio anterior no era válido, tal
hecho deberá comprobarse objetivamente, a través de la autoridad
judicial competente.
– En el contexto cultural
actual, cuando falta la voluntad de casarse según el sentido de la
doctrina católica, la comprobación de la validez del matrimonio anterior
es importante y puede conducir a una solución de estos problemas.
–La Iglesia no puede
responder a la creciente incomprensión sobre la santidad del matrimonio
con una adaptación pragmática ante lo presuntamente inexorable.
– El valor antropológico
del matrimonio indisoluble libera a los cónyuges de la arbitrariedad de
sentimientos y estados de ánimo, y les ayuda a sobrellevar las
dificultades y a vencer las experiencias dolorosas.
– La solicitud por los
divorciados vueltos a casar no se debe reducir a la cuestión sobre la
posibilidad de recibir la comunión sacramental, pues existen otras
formas de comunión con Dios.