Jesús a Concepción Cabrera Armida: del libro "A mis sacerdotes"
(...)Y si ya veía también la Santísima Trinidad todos los defectos e ingratitudes de los suyos, ¿por qué sin embargo fundó su Iglesia?
Por su amor, porque su amor es más grande
que todo, lo abarca todo, lo avasalla todo, pasa por todo; porque el
amor es Dios, porque su caridad es infinita, porque su ser es darse,
comunicarse, difundirse; porque las almas, imagen de la Trinidad, tienen
tal atracción para la Trinidad misma, que las ama con pasión infinita,
con pasión de un Dios.
Y por eso dio el Padre a su propio Hijo para salvarlas; para que ese
reflejo de la Trinidad que lleva cada hombre volviera a la Trinidad
misma. Y para ese fin fundo su Iglesia; y para que la defendieran y
ampararan y salvaran a las almas, dio tan alta generación, en el seno
del Padre, a los sacerdotes.
Y con este fin vine Yo al mundo, para que me conocieran, imitaran mi
vida, mis virtudes, mi amor al Padre y glorificaran a la Eternidad,
dándole almas santas y volviendo a la Divinidad lo que tienen las almas
de divino, un soplo del Altísimo, una imagen de la Trinidad, un reflejo
inmortal de Dios mismo.
Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a
Ella y glorificarla eternamente. Más para salvar y santificar esas almas
en el destierro, creé a mis sacerdotes, y engendrados por el Padre,
nacieron en mi Corazón por el amor, es decir, por el Espíritu Santo.
En el entendimiento del Padre fueron engendrados eternamente; y cuando
el Verbo se hizo hombre, en su Corazón nació la Iglesia. Y en ese
costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la
Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio
de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María.
Pentecostés fue el principio de su extensión por el Espíritu Santo. Mi
vida fue su anuncio; el Calvario, su cuna con María; y fueron
sancionados divinamente en mi Ascensión a los cielos.
Y así engendrados mis sacerdotes y nacidos en mi Corazón, ¿Cómo no
amarlos con pasión divina, con el amor infinito de la Trinidad? ¿Cómo no
los ha de ver el Padre con la ternura misma con que me ve a Mi?¿Cómo no
ha de querer asemejarlos al Verbo hecho hombre, en sus virtudes, en su
Cruz, si los lleva en su alma? Y ¿cómo el Espíritu Santo –que es el alma
de la Iglesia, porque es El como el alma del amor-, no ha de querer a
sus sacerdotes perfectos, y poseerlos, avasallarlos y guardarlos en la
intimidad de Sí mismo, y derretirlos al contacto mismo de sus Dones que
queman, y ampliar así mismo su capacidad de poseerlo?
¿Cómo no tener derecho la Trinidad a quererlos muy santos y perfectos,
si deben reflejar su origen, si nacieron en mi Corazón, si tienen que ir
al cielo y que poblar el cielo?
Dios no puede amar más que a Sí mismo y a todas las cosas
en Él. Él es amor, y los sacerdotes en rigor ¿no tuvieron el principio
divino de sus vocaciones en el seno del Padre?, ¿no participaron de las
facultades intimas del Padre, como son la fecundación y el amor? Ellos,
repito, deben engendrar almas para el cielo, deben llevar lo que tienen
de divino a la Divinidad misma, lo que tienen de la Trinidad, a la
Trinidad misma, y evitar que caigan en el fango esos tesoros
inmortales.
El cielo no es sino la extensión de la Santísima Trinidad; la extensión,
la dilatación del amor en el amor mismo. Y todo amor debe volver al
amor, su centro; y todo el desequilibrio del hombre está en olvidar ese
divino amor, en sustituirlo con las concupiscencias y desviarse de ese
amor que debe llevarlo a su centro, que debe volverlo al cielo.
Las almas salieron de la Trinidad y para su eterna dicha deben vivir –en
la tierra y en el cielo- de la Trinidad. Y para este fin fue creada la
Iglesia y con este fin engendrados los sacerdotes, el de llevar las
almas a la Trinidad por los medios puestos a su alcance en la Iglesia.
Y si toda alma debe vivir de la Trinidad para volver a Ella, ¿con cuánta mayor razón los sacerdotes?
Las almas son una extensión también de la Trinidad, su cielo en la
tierra, y como a Ella se les debe respetar y amar en lo que tienen de
inmortal y divino.
Los sacerdotes son como una creación aparte, con más carismas, formados
con más amor, queridos con más predilección; y por tanto, deben
corresponder fidelísimamente a esta elección de la Trinidad,
transformándose en Mí crucificado, porque sólo la virtud de la Cruz
nunca queda infecunda.
Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus
deberes, en su conducta, en sus relaciones, en su proceder, en su
intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para
glorificar, en sí y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y
a donde va.
Ésta es la razón de mis quejas en estas confidencias de mi alma. Quejas
de amor dolorido, pero siempre de amor; quejas de caridad, porque en lo
mío todo es caridad; quejas para curar, quejas para perfeccionar, quejas
para premiar.
¿Se ve claro con todo esto el ideal de mi Padre en cada sacerdote,
reproducirme a Mí? ¿Se ve claro el anhelo del Espíritu Santo en
santificar más y más a esos corazones? ¿Se ve claro mi fin de caridad al
desear ardientemente una reacción poderosa, efectiva y real, en todos
mis sacerdotes para bien de sus almas, de la Iglesia y del mundo, y
gloria de la Trinidad?”