*Inma: Mi testimonio en Medjugorje

Me llamo Inmaculada García, tengo 25 años y soy de Madrid. Hace ya casi 3 años de la primera vez que fui a Medjugorje, o lo que es lo mismo, hace casi 3 años que volví a nacer.

En un marco de familia tradicional, cristiana y de derechas, me encontraron a los 16 años los miembros de una secta supuestamente cristiana, que me estuvieron usando por “la causa” hasta los 19 años cuando logré salir, en enero de 2006. Los 3 años de manipulación y chantaje emocional dejaron unas secuelas que arrastré hasta el 2010, tras mi experiencia en Medjugorje. Estas secuelas consistieron en un absoluto desconocimiento de quién era Dios, una sensación de desilusión y vacío, ya que no conocía a Dios y el dios que yo había conocido con la fe que heredé de mis padres ya no estaba en mi vida.

Mi vida seguía en esta línea cuando empecé a trabajar en una tienda de moda en Madrid. Era un ambiente completamente materialista y consumista; vivía en una presión constante, tenía que ser perfecta: perfecta vendedora, empleada, estudiante (ya que a duras penas en esa época iba a la universidad) y lo peor, perfecta físicamente. Así fue como en 2008, por este trabajo y por otros motivos, empecé a provocarme los vómitos y a mezclar y abusar de antidepresivos y alcohol. Llegó un punto en el que sólo tenía en el estómago Coca Cola Light y pastillas, ya que vomitaba todo lo demás, en un par de meses perdí 10 kilos; también perdí el curso académico, suspendiendo casi todas las asignaturas, pues era imposible concentrarme y apenas asistía a clase. Además empecé a salir mucho de noche, ya no sólo los fines de semana, cualquier excusa era buena para salir; también entonces empezó la promiscuidad, a abusar de las personas y a dejar que abusaran de mí.

¿Dónde está Dios?
Cuando pienso en aquellos meses, recuerdo que lo que me empujaba a esta autodestrucción era un profundo sentimiento de rabia; principalmente, me odiaba a mí misma, por no ser perfecta y no ser lo que yo esperaba ser, no era capaz de aceptarme como era y admitir mis limitaciones. Por otro lado sentía un profundo resentimiento hacia Dios; el dios de mi padres, misericordioso, amor, paciente y padre ya no existía, pues nunca había sido un amigo mío a quién conociera, no era otra cosa que principios que me habían inculcado, principios que nunca hice míos, porque no los había madurado; no tuve tiempo de emprender mi propio camino de amistad y fe con Él, experimentar Su amor en mi vida, como hechos individuales de amor hacia mí, en particular, como hija suya. Así fue como, cuando las cosas empezaron a salirse de mis planes: cuando mi novio me dejó y poco después empezó con otra, cuando ya teníamos fecha de boda, cuando me cambiaron de tienda y perdí mis amigas, mi horario, mi rutina y mi comisión, cuando la carrera se puso más difícil y exigía más trabajo por mi parte, cuando murió mi tía abuela, a quien adoraba profundamente, sin poder siquiera despedirme de ella…sentí que Dios me estaba fallando y castigando inmerecidamente. De ahí la rabia, el rencor y el resentimiento; y decidí que Dios iba a pagar por todo lo que me estaba haciendo: el día de San José, precisamente, me quedé mirando al Sagrario y le dije: “Ahora vas a saber lo que es una enemiga, a partir de ahora voy a dedicar mi vida a perseguirte, a hablar mal de ti con todos y a que otros también se alejen, voy a hacerme daño, a castigarme” porque dentro de mí sabía que, todo el mal que me hiciera, se lo haría a Él y sufriría conmigo. Y ahí empezó mi infierno particular.

El poder de la oración de los padres.
Sobra añadir a estas alturas lo preocupados que estaban mis padres; la degradación en mi comportamiento no fue repentina, pero ellos notaron desde el principio que algo no iba bien: poco a poco dejé de ir a misa, pasaba menos tiempo en casa y cuando estaba, siempre me encerraba en mi cuarto o estaba de mal humor y les gritaba, era insoportable. Ha sido mucho lo que han sufrido mis padres y lo que han rezado y es precisamente gracias a su paciencia y sobre todo a su oración diaria por lo que yo estoy aquí hoy, escribiendo estas líneas, sin su esfuerzo yo no habría ido a Medjugorje la primera vez y sin su oración, yo no habría abierto el corazón, ni habría cambiado mi vida. Mis padres fueron los que me pagaron el viaje, los que hablaron con un buen amigo suyo, Jesús García, que les sugirió que me apuntaran a ese viaje en agosto y fui contra mis deseos.

¡¡Yo no quiero ir a Medjugorje!!
Yo no quería ir a Medjugorje, nunca quise, pero el viaje parecía muy apetecible porque visitábamos varias ciudades europeas, íbamos en autobús y parecía una aventura, así que me lo tomé como viaje turístico y no como una peregrinación. Estuvimos en Medjugorje 5 días, durante los cuales no pisé la parroquia, aunque sí me di una vuelta por los alrededores. Veía a la gente, sobre todo de mi grupo con los que venía desde Madrid, especialmente contenta, todos muy unidos, haciendo bromas y absolutamente felices. Con quien hablara, conocidos o no, todos contaban experiencias estupendas de amor de Dios, con fenómenos sobrenaturales o no, a todos les pasaban “cosas” que les cambiaban y a mí, nada de nada. Esto me enfadó bastante y empecé a desear, como el resto, tener mi experiencia mística, oler, ver, oír algo, pensando que algo sobrenatural, seguro sería lo que yo necesitaba. Aquí tengo que hacer un alto: por lo general, tú que estás leyendo estarás de acuerdo conmigo, lo que queremos y deseamos no siempre coincide con lo que necesitamos. El gran regalo que podemos tener en esta vida es querer lo que necesitamos y necesitar lo que queremos, es decir, que lo que quieras coincida con lo que necesitas y no quieras nada más que lo necesario. Esto lo descubrí tras mi viaje a Medjugorje: de allí te llevas lo que necesitas, no lo que quieres, o sea que es mejor no hacerse expectativas previas, porque Dios siempre te sorprende y las supera con creces.

Entonces apareció Él…
Volviendo a mi historia de amor, yo quería muchas cosas, creyendo que por ahí vendría mi redención y la paz, y nada más lejos: No vi, ni olí, ni oí, nada de nada, y sin embargo me cambió la vida, ¿cómo fue posible?, Porque Dios sabía bien lo que yo necesitaba y para acercarme a Él, necesitaba el perdón, necesitaba la confesión. 

Estando en el Cénaculo, escuchando un testimonio más, yo ya estaba harta de tanta conversión ajena, así que me salí a fumar. Ya fuera del recinto, sentada sola y profundamente amargada, empecé a pensar en mi vida hasta ese momento, en todo lo que había hecho, dicho, pensado y sentido. Y un sentimiento de desesperación y remordimiento me invadió: ¿Por qué yo no podía ser feliz?, veía a todos tan contentos, disfrutando de la experiencia como un regalo y yo era una piedra hueca, incapaz de sentir nada ¿Qué tengo que hacer yo para ser feliz?, ¿Por qué a ellos les quieres más?, ¿Qué tienen ellos que no tenga yo? En ese momento, como una voz en el corazón, llena de autoridad, sentí: CONFIÉSATE. Me quedé helada, sabía que eso no venía de mí, porque era lo último que quería hacer en ese momento; la psicóloga a la que me mandaron mis padres me dijo: “te confesarás en el momento que sientas que es lo mejor que puedes hacer en ese instante” entonces empecé a pensar que no estaría mal, al menos intentarlo, era mucho tiempo sin confesar, sería largo, pero no tenía nada que perder y el cuerpo me pedía confesar; no podía pensar en otra cosa durante todo el día; el 5 de agosto de 2010 me confesé, durante una hora, hacía más de un año y medio de mi última confesión. 

Tras la confesión seguía sintiéndome la peor persona del mundo, yo me sabía perdonada, pero yo a mí misma no podía perdonarme todo lo que había hecho, me daba vergüenza mirar al sacerdote; entonces él me miró con ternura y me dijo. “Anda vete, y después de comulgar, dile a la Virgen Inmaculada que abrace a su Inmaculada, Ella que es todo pureza, te va a devolver tu dignidad, si Él ya te ha perdonado, ¿cómo tú todavía no? ¿eres tú más que Él?”…

¿COMULGAR? ¿También? Pero tampoco tenía nada que perder y me parecía un premio por haber sido valiente y habérselo contado todo al sacerdote. Tras la comunión volví a mi sitio, me senté y recé: “Me arrepiento de corazón de todo el daño que nos he hecho, a ti y a mí misma, dile a tu Madre que me abrace como ha dicho el cura, por favor, quiero saberme perdonada, quiero empezar de nuevo, sin culpabilidad”. 

Entonces, (esto pasó tal y como lo escribo y lo comparto como un gran regalo que no fue sólo para mí, sino para que todos sepan que Dios está vivo y nos quiere tan profundamente que si fuéramos conscientes nos moriríamos de alegría) empecé a mecerme de un lado a otro y un lado de mi cuerpo estaba más caliente que el otro; me imaginé en el regazo de la Virgen, acunada como una niña que se ha hecho daño y en brazos de su madre llora y recibe el consuelo. Empecé a llorar y a llorar y ya no pude seguir el resto de la misa. Permanecí así, en sus brazos, hasta que estuve preparada de volver al mundo completamente renovada y feliz.

Un vaso nuevo.
Algo cambió a partir de ese momento, aunque no todo; todavía quedaba la vuelta a Madrid y la Inma que se había marchado unos días antes no era la misma Inma que volvía ahora. Eso me preocupaba mucho y me ponía triste; estando de nuevo sola, pensando en esto, se me acercó una monjita que venía en el autobús conmigo y me dijo: “Inma, estás queriendo escalar este muro con tus manos y no te das cuenta de que arriba del muro está Dios, rogándote que le dejes echarte una mano”. Este fue para mí el gran regalo de Medjugorje, más que cualquier otra cosa, porque esto sí que fue definitivo y sigue durando hasta el día presente, lo que yo necesitaba, Dios me lo dio: El don del entendimiento. Entendí lo que era la Divina Misericordia, entendí, de alguna manera, el amor de Dios que, por mucho mal que haya hecho, Él siempre me estará esperando, que no me juzga y me perdona y lo único que quiere de mí es que le quiera; desde ese momento empecé a ser libre, a llamar a las cosas por su nombre y a afrontar mis miserias con la cabeza alta, porque tenía la dignidad de ser hija del Rey de reyes, me sabía perdonada y amada, sabía quién me sostenía y qué es lo que había hecho por mí. Por mí murió, para que yo pudiera vivir y tuviera una vida plena, sin lastres, cerca de Él, todo era posible, por fin era posible ser feliz; Él es el único que puede hacerme feliz y puse mi vida en sus manos.

…y me colmó de regalos.
Hoy han pasado casi tres años y puedo decir muy segura que Dios hace todas las cosas nuevas. Yo soy una persona nueva por dentro y por fuera. Sigo teniendo problemas, preocupaciones y lastres; pero Él está conmigo siempre y, desde hace 3 años, yo con Él. Le conozco, le quiero y aunque a veces no le entienda, me sobra con su amor y perdón.
De los innumerables regalos que he recibido en estos 3 años de Sus manos, el más grande, valioso, inmerecido y maravilloso ha sido Josip Sušac. Es croata, nos conocimos en Medjugorje en mi primera peregrinación y empezamos nuestro noviazgo las Navidades de ese mismo año, en mi segunda peregrinación allí.

 Él trabajaba en un bar cerca de la parroquia donde yo solía pasar los días cuando mi grupo estaba participando del programa de la parroquia. Ha sido el primer noviazgo que tengo basado en el perdón, el respeto y la comunicación y es mi mayor tesoro; cada día doy gracias a Dios por juntarnos en el camino, porque es mi apoyo, mi amigo, mi tesoro más preciado y este camino habría sido mucho más difícil sin él a mi lado. El inicio de nuestra relación fue muy duro, apenas nos vimos 4 veces durante el primer año. Los dos rezábamos mucho por un cambio, pues nos resultaba insostenible. El Señor no se hizo esperar, antes de nuestro primer aniversario, dos grandes amigos nuestros, Filka Mihalj y el P. Miguel Segura L.C. nos hablaron de la posibilidad de trabajar en Medjugorje, organizando peregrinaciones para hispanohablantes, principalmente desde España. Yo estaba asustadísima, porque veía a Josip muy seguro y yo tenía que acabar la carrera, dejar mi país, familia, amigos y seguirle. Pensaba: “Si ni siquiera sé organizar mi armario, ¿cómo voy a organizar peregrinaciones?”. Pero nos lanzamos y confiamos, estaríamos juntos y podríamos hacer algo, por poco que sea, por la conversión de España, por volver a nuestras raíces cristianas, que es mi mayor ambición en esta aventura con Josip: salir de la crisis a través de la fe y la oración, de la mano de la Virgen. Empezamos en febrero de 2012 y ya van muchas almas, muchas caras, historias, vidas que han pasado a nuestro lado y se han apoyado en nosotros para llegar a Él; no puedo describir con palabras la sensación que experimenté cuando entendí que el Señor me usaba a mí de instrumento para tocar otras almas, como lo hizo con otros para tocarme a mí.

Es un honor, una alegría y una responsabilidad muy grande y, aunque a veces sea duro depender de la Providencia, Dios no se deja ganar en generosidad y nos cuida con mimo a la vez que nos educa y nos enseña a servir. Sólo le pido al Señor que nos colme de felicidad pronto con un matrimonio y una familia santa a su servicio y nos ayude a estar siempre a su lado, sea lo que sea lo que nos espere a la vuelta de la esquina.

¡¡Yo quiero ir a Medjugorje!!
En Medjugorje dicen que cuando sientes en tu corazón el deseo de ir a Medjugorje es porque la Virgen te está llamando, que a Medjugorje todos acuden respondiendo a una llamada; os animo a no hacer oídos sordos, a dejaros querer, porque Dios no nos pide nada, al contrario, quiere dárnoslo todo y ya tenéis aquí, con mi historia, otra prueba de ello. Josip y yo estaremos encantados de compartir con vosotros unos días en Medjugorje, si sentís que queréis venir a Medjugorje, si necesitáis cualquier tipo de información que pueda facilitaros, no dudéis es poneros en contacto conmigo: inmaggvaldes@gmail.com, estaremos encantados de vivir con vosotros la historia de amor que el Señor os tiene preparada.

Mensaje del 25 de junio de 2011: "¡Queridos hijos! Agradeced conmigo al Altísimo por mi presencia entre vosotros. Mi corazón se regocija mirando el amor y la alegría en la vivencia de mis mensajes. Muchos de vosotros habéis respondido, pero espero y busco a todos los corazones adormecidos que se despierten del sueño de la incredulidad. Acercaos aún más hijitos, a mi Corazón Inmaculado para que pueda conduciros a todos hacia la eternidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!".