*Una capilla de adoración perpetua y la Nochebuena

 por Jorge G Guadalix, sacerdote

La gente en general, los católicos en particular, observo que tienen una capacidad de entrega y sacrificio que me impresiona cada día. Eso sí, siempre que lo que se les pide sea algo que de verdad merezca la pena.

Muchas veces me he quejado de la falta de respuesta de la gente. Ahora sé lo que sucedía. Si pido algo “abstracto” nadie se mueve. Por ejemplo: “harían falta voluntarios en Cáritas”. Nada. O decir en el micrófono: “si alguien se ofreciera para ver la posibilidad de un grupo de oración”. Nada. Tampoco sirve eso de anunciar que la parroquia precisa de colaboradores. Seguro que no encontraremos respuesta.
Por eso nos desanimamos y pensamos que no merece la pena intentar nada. Nos conformamos con un ligero mantenimiento y un ir tirando con lo de todos los días conscientes de que es imposible cualquier esfuerzo.


Los católicos tienen una capacidad de entregar la vida que es realmente asombrosa. Tal vez lo que nos falta sea la valentía de pedir cosas grandes. Quizá no lo hacemos por un cierto pudor de que quizá estamos pretendiendo demasiado, que es pedir mucho a la gente corrientita, que nos estamos pasando en las exigencias. Así que ahí vamos tirando y tirando, subestimando por completo la capacidad de santidad que cada persona lleva en su corazón.

En la parroquia hace diez meses tuvimos la osadía de pedir voluntarios para orar una hora fija por semana ante el Santísimo. Y no en cualquier momento, porque también había que completar las noches, las madrugadas. Una llamada realmente seria, honda, de envergadura. Un compromiso de una hora semanal y encima en momentos intempestivos. Milagrosamente hubo una respuesta extraordinaria.
 
Pues con todo y eso, aún me falta fe. Porque llegando los días de Navidad reconozco que me ha podido de nuevo lo “sensato” y he sido cobarde, tanto que ayer envié un correo a los coordinadores del Santísimo informando de que la capilla de la adoración perpetua permanecería cerrada desde las 21 h. del 24 de diciembre hasta las 02:00 h. del día de Navidad. Cinco horas para que la gente pueda cenar en familia y asistir si así lo desea a la misa del gallo.

Pues a las pocas horas me ha llegado el primer correo de uno de los coordinadores: que la gente de su turno, el de madrugada, que comprende las horas desde las doce de la noche a las seis de la madrugada, dicen que de cerrar la capilla nada, que quieren ser los primeros en adorar a Dios en esa noche. ¿Y de 21 a 24 horas? Sé que también habrá. Aún no me lo han dicho, pero estoy seguro.

Este correo anunciando que la gente estará ahí me ha emocionado. Y me ha vuelto a recordar mi falta de fe. Hasta me ha sacado unas lágrimas. Dios es grande y la generosidad de sus hijos infinita. Y yo todavía dudando.