*¿Puedo ir contigo a Misa?


Mariam, Bélgica 31 de agosto de 2013

Nací en Irak y viví allí hasta los dos años, cuando huimos por la guerra y nos establecimos en Holanda. He vivido allí hasta los 20 años y después he venido a vivir a Bélgica, por mis estudios. Tengo dos hermanos. Mi madre siempre fue católica, mi padre era musulmán y se convirtió al catolicismo en 2004. Recibió el Bautismo y en ese momento nos bautizamos también mis hermanos y yo.

Conocí el mensaje de san Josemaría sobre la vida cristiana en la residencia de estudiantes donde vivo. Un día, me sucedió algo que me hizo reflexionar. Era viernes por la tarde, cuando salía hacia Holanda para pasar el fin de semana en mi casa. Vi a una chica corriendo por la residencia. Tenía mucha prisa. Eran las seis y cuarto de la tarde. Le pregunté: “¿A dónde vas? ¿Por qué tienes tanta prisa?” Lo primero que me respondió fue: “Estoy buscando mi abrigo”. “¿Tu abrigo? ¿Y a dónde vas?”. Me respondió: “Voy a Misa”. Entonces, pensé: “¿A Misa? ¿Qué va a buscar en Misa un viernes por la tarde?”. Había oído que hay gente que va el domingo a Misa pero nunca había oído que la gente iba el viernes por la tarde. En mi familia, el único momento del año en que vamos a Misa es en Navidad o en Pascua.

Más tarde, cuando ya estaba en el tren empecé a pensar sobre lo que acababa de suceder: “¿Por qué va a Misa un viernes por la tarde? ¿Qué busca allí?”. Tenía deseos de ir a Misa pero: “¿Por qué?”. Me daba cuenta de que no sabía lo que ocurría en esa celebración.

Cuando volví el lunes a la residencia, busqué a la chica y le pregunté por qué iba a Misa. Lo primero que me dio fue un libro sobre la Misa. Y en este libro leí que la Comunión es verdaderamente Cristo. En ese momento pensé: “¿Así que realmente se puede recibir a Cristo aquí en la tierra?” ¡Eso no lo sabía! Y me dije: “Si puedo recibirle, me gustaría mucho poder hacerlo”. Creía en Dios, pero no sabía muy bien en que se basaba mi fe, porque no tenía formación alguna.

¿Puedo ir contigo a Misa?
Al día siguiente busqué de nuevo a la residente y le pregunté: “¿Puedo ir contigo a Misa?”. Entonces me explicó que para comulgar antes debía confesarme. No me había confesado nunca pero cuando me dijo esto, pensé: “Eso no lo quiero hacer”. Seguí yendo cada día con ella a Misa, pero sin recibir la Comunión.

Un día, esta chica, que ya se había convertido en mi amiga, me preguntó: “¿Qué te parece si haces la primera Comunión antes de Navidad?”. Me dije: “¡Recibir a Cristo: eso es increíble!”. Pero entonces me dijo: “Ya sabes lo que tienes que hacer primero: acudir al sacramento de la Confesión”. Seguía sin gustarme mucho la idea de confesarme, pero le respondí inmediatamente: “Sí, la quiero hacer”. Hasta que llegué a mi cuarto y pensé: “¡Ay!, tengo que preparar mi Confesión, no me apetece…”.

Después asistí a clases de Catecismo sobre la Eucaristía y la Confesión, y tomé la decisión de recibir estos sacramentos. Al prepararme, se me hacía difícil decir todo en el confesonario y no me podía imaginar que era Cristo el que estaba allí y no el sacerdote. Es muy humano, pero si crees realmente que Cristo ha instituido el Sacramento de la Penitencia, que es cosa Suya, entonces tiene que ser verdad. No puede ser de otra manera.


Cuando finalmente había preparado la confesión, me sentaba cada día en el oratorio y pensaba: "¿Por qué me tengo que confesar?". Pero, después de confesarme, fue como si pudiese volar. Es un momento increíble porque todos tus pecados –aunque suene raro– todos tus pecados están perdonados; todo lo que has hecho, ¡todo!, está perdonado. Es como empezar tu vida de nuevo. Y para mí, fue realmente esto: pude empezar de nuevo, con mis estudios, con mis amigos, en la relación con mis padres.

Después de confesarme, fue como si pudiese volar. Es un momento increíble porque todos tus pecados –aunque suene raro– todos tus pecados están perdonados

Y así fue. Una semana antes de la Navidad hice la primera Comunión. Lo mejor fue que todas las chicas de la residencia asistieron a la ceremonia.

Mi amiga me propuso que como ya había recibido la Comunión, podría recibir la Confirmación. El 20 de mayo, el día antes de mi 21 cumpleaños, fui confirmada. Esto también fue fantástico. El Obispo de la Diócesis vino a la residencia. En este momento te das cuenta que has recibido el Espíritu Santo y que eres adulta en la Iglesia Católica. Mis padres asistieron a la ceremonia. Al principio tenía miedo de su reacción, pero vieron que lo hacía realmente por amor, por Dios, y que tenía Fe.

Ahora me doy cuenta de que desde que entré en la residencia he aprendido muchas cosas: la Fe, conocer a Cristo, los sacramentos, la amistad, etc. El mensaje de San Josemaría me sigue ayudando en mi vida diaria, durante mi estudio y en mi relación con los demás. Él dijo que todo lo que haces, lo puedes convertir en oración. Como escribió en Camino: “Cada hora de estudio es una hora de oración” (Camino, 335). Y la puedes ofrecer por tu familia, por tus amigos, por la gente que está necesitada…

En mi clase, quizá soy la única que puede dar a conocer a Dios a los demás. Muchas veces me preguntan: “¿Por qué estás siempre tan alegre, ante cualquier cosa?” Por ejemplo, es frecuente que ante un examen me digan: “¿Qué te pasa? ¡Tenemos examen! ¿por qué estás tan contenta?”. Entonces les digo que estas situaciones se pueden afrontar de dos maneras: reír o llorar. Yo prefiero reír y esperar a ver qué pasa.

En casa, mis padres perciben que he cambiado. Y es que veo el mundo de otra manera. Intento ayudar a los que tengo alrededor, estar disponible para todos… ¡intento hacerlo lo mejor que puedo!