El bautismo de niños de padres ateos no es infrecuente cuando
reciben alguna noción de la fe en la escuela.
ReL 18 enero
James Harrington es un periodista agnóstico que en 2009 se trasladó
con su familia al suroeste de Francia, donde trabaja como periodista freelance.
La que reproducimos a continuación es una carta que publicó en el diario
progresista británico The Guardian, en la que explica cómo su esposa, “atea
ferviente”, y él, quien se confiesa agnóstico, reaccionaron cuando su hija les
anunció que quería bautizarse y ser católica.
Mi esposa y yo somos ateos, pero nuestra hija quiere
bautizarse y convertirse al catolicismo
Durante décadas, Dios y la religión no han tenido ningún
lugar en mi vida. Fui bautizado de niño, pero no fui más allá de la primera
comunión. Esto, oficialmente, podría hacer de mí un católico en el sentido
amplio del término, pero aun así soy una persona que, más que no practicar, se
detuvo antes de empezar.
Aparte de las asambleas matutinas y los ensayos semanales de
cantos en la escuela primaria, seguidos de un par de años de clases de religión
en el instituto (que abandoné en cuanto tuve posibilidad de elegir las
materias), apenas he tomado en consideración mi alma inmortal, y mucho menos la
dirección que ésta debe tomar cuando muera.
A lo largo de los años, cuando me preocupaba de pensar en
todo ello, llegaba a la conclusión que prefería la teoría científica de la vida
y el universo a la teoría espiritual. Lo más probable es que sea ateo, pero
inclinado hacia el lado agnóstico del espectro. Sé que soy escéptico en el
sentido verdadero del término. O superficial. Una de las dos cosas.
Estaba de acuerdo con mi esposa, que es una atea ferviente,
cuando dijo que podría soportar cualquier decisión que nuestros hijos tomaran,
con la excepción de que quisieran enrolarse en el ejército o en el clero. Por
tanto, ¿qué ocurrió cuando nuestra hija decidió que no solo creía en Dios (con
D mayúscula). sino que también quería bautizarse y convertirse al catolicismo?
Esto no debería haber sido un motivo de gran sorpresa para
nosotros. Más o menos hace cinco años, el trabajo nos llevó a mi esposa,
también periodista, a nuestra hija, que entonces tenía tres años, y a mí del
este de Inglaterra al suroeste de Francia. Matriculamos a nuestra hija en la
escuela católica local, elegida sólo por recomendación de una compañera que nos
habló de la calidad de su educación. Y, siendo sinceros, la escuela tenía plaza
cuando nosotros la necesitábamos. Ella había frecuentado la misma escuela y no
teníamos motivo de queja. Todo lo contrario. Teníamos todos los motivos para
agradecer a nuestra compañera por haber dado en el clavo.
Al ser una escuela católica, cada semana había una hora de clase
de catequesis. Técnicamente, nuestra hija no debería haber empezado estas
clases al no ser (aún) católica, pero no pensamos en impedirlo y nunca fue un
problema.
Una amiga da la clase. A menudo nos decía que a nuestra hija
le gustaba aprender y se emocionaba visiblemente en los días festivos y en las
vacaciones, cuando los alumnos iban a la iglesia. Pero una cosa son las
catequesis en el colegio (es un poco como la “Catholic-centric RE”, la
educación religiosa para los que no usan ese término), y muy distinto es querer
todo el paquete y ser bautizado. Y, aparentemente, otra cosa es querer ser
bautizado a sabiendas.
Con el riesgo de disgustar a mis padres, tengo que decir que
no tenía elección: fui bautizado antes de que pudiera expresar mi opinión sobre
ello. No es que importe. Fui bautizado. Pero, aparte de hablar sobre ello aquí
y ahora, este hecho casi no ha tenido ningún impacto en mi vida. Final de la
historia.
Sin embargo, nuestra hija tomó sola una decisión que define
la propia vida. No podría estar más orgulloso de ella. Pero no puedo negar que
lo que nos dijo a mi esposa y a mi detuvo nuestro desinterés en la religión,
ligeramente engreído, y nuestra trayectoria de progresistas de causas perdidas.
¿De dónde cogió el valor para decirnos lo que quería? Estaba
claro que nuestra valiente y dulce hija había reflexionado seriamente y durante
mucho tiempo sobre su fe.
Mirando atrás, nos dimos cuenta de que habíamos discutido
con una cierta regularidad sobres nuestras distintas creencias. Nuestra hija
nos trajo el Génesis. Nosotros le dimos el Big Bang. Ella nos trajo la
Natividad, la paz y nos felicitó la Navidad. Nosotros le dimos la familia, los
amigos y buena comida. Ella nos trajo la crucifixión. Nosotros le dimos el
conejito de Pascua. Ella nos trajo el cielo, Dios y el paraíso. Nosotros le
dimos la vida del siglo XXI y un breve futuro como pienso para los gusanos.
Después de todo esto, y a pesar de nuestra amable antipatía
hacia Dios y la creación, ella seguía teniendo el valor de sus convicciones y
nos dijo a ambos, a la cara y ante el sacerdote, que nuestra visión del mundo
no era suficiente para ella. Ella cree. Quiere ser bautizada y quiere ser
católica.
Para mí significa asiduos viajes a la parroquia para clases
extra de religión católica. Significa ir a la iglesia para la misa familiar de
los domingos y no saber cuándo tengo que sentarme o estar de pie. Y esperar que
el sacerdote no venga hacia mí con el micrófono cuando esté dando su sermón (no
creo que lo haga).
Significa un esfuerzo extra por mi parte y una no pequeña
frustración para mi esposa, que intenta –y a menudo fracasa– entender la
atracción que tiene todo esto. Pero significa todo para mi hija. Ella ha dado
el primer paso en un camino que, en última instancia, tendrá que recorrer sola.
Iré con ella tan lejos como pueda, pero ella sabe, incluso ahora, que es su
viaje. Está yendo hacia donde yo no puedo seguirla.
Sólo espero que la próxima vez que se enfrente a una
decisión que defina su vida se acuerde de este momento, cuando nos dijo que
tenía fe en algo en lo que nosotros no creemos. Y que creímos en ella.
(Traducción de Helena Faccia Serrano.)