*San Miguel describe a la Virgen


Mensaje a Catalina Rivas de san Miguel Arcángel

Escribe ahora, hermana, amiga Mía, escribe lo que Yo quiero decir a la Virgen Santa, Madre altísima, alegría del Cielo, esperanza para la tierra…

Señora, en los abismos del mal Tú eres temida, en el lugar de la avidez Tú eres venerada. En todas partes: en el cielo, en la tierra, en el infierno, eres conocida. Te Ha dado un trono El que Te ama; Te dan el corazón los que eliges. Si te viese cada mortal cuánto te amaría, eres tan bella, tan preciada. Y como pocos en la tierra pueden mirar Tu rostro, hoy, por Tu querer, oh Madre, yo revelo a los viadores algo, que les dará alegría. Pero antes quiero revelarles quién soy yo y por qué Te amo. 

Soy Miguel Arcángel, el Capitán de Dios, la espada del Eterno, y Te amo porque Dios Te ama y porque yo mismo Te defendí cuando Lucifer no quiso aceptar que Cristo debía nacer de Ti. 

Cuando Tu mamá, oh Madre Mía, te acogió en su seno, en seguida fui encargado de su custodia y de la Tuya, corrí mandado por Dios, para protegerte, con ardiente afecto, de toda adversidad. En efecto, Lucifer hubiera querido sofocarte en el seno mismo de Ana, pero fue obligado por Mí a huir muy lejos… Por eso yo Te amo y Tú también me amas.

Yo te conozco, te veo, pero estos hijos Tuyos no Te ven. Los consolaré yo diciéndoles algo sobre Ti. Hermanos del cielo que vigilan a los amados hijos de María en la tierra, les doy a ustedes el encargo de entregar mis palabras a los que me escuchan. Virgen Santa, Madre divina y alegría mía y de todos los Santos que están en el cielo, con Tu permiso trataré ahora de hacer un retrato Tuyo. 

Eres alta, un poco menos que Jesús, tienes bellísimos cabellos castaños. Tu frente es clara y adornada de vívida luz; los ojos sin comparación, los más bellos del cielo, después de los de Jesús, son muy dulces y de color verde gris. Tu rostro es pequeño y bien formado, Tus mejillas coloreadas de un dulcísimo blancor rosado. Tu boca es perfecta en líneas y proporciones, sin ser muy pequeña. ¡Igual a la de Jesús! 

En su conjunto, Tu cuerpo es delgado y en particular Tus santísimas manos denotan gran finura y la celestial maestría de Tu hacedor y nuestro. En Tus palabras expresas dulzuras inconcebibles; en Tu mirar eres más semejante que en el resto a Tu Jesús. 

Eres majestuosa, pero tan bella que Tu misma majestad es toda ella envuelta en divina dulzura de maneras, de modos femeninos. Toda criatura feliz de alaba y Yo que soy Tu defensor, gozo con tanta fama Tuya en el mundo y con tanto Amor en el cielo. En la tierra Te muestras, pero no propiamente como Te vemos nosotros acá arriba, sino algunas criaturas. 

Oh, Madre del Eterno, perdóname el que haya osado hablar de Ti de manera tan imperfecta, pero lo He hecho por deseo, para dar contento a Tus hijos de la tierra, los cuales, mientras no te ven, imaginan que Tú estás en el cielo tal como estabas en la tierra, donde también eras bellísima. 

¡Oh, si vieran qué distancia hay entra su imaginación, incluso poética y la realidad del cielo! Pero ahora los mortales deben creer, después verán y comprenderán. 

Miguel Arcángel, el protector de María en la tierra, ahora calla y les declara a ustedes, hijos de María, que junto con Ella, está luchando por ustedes. ¡Bendigan, oh miembros místicos de Jesús, bendigan a la gran Madre de Dios!