Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos los predilectos.
("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)
LXVI
DESCONFIANZA
“Es muy triste lo que voy a
decir: pero existen sacerdotes endurecidos, porque no limpian su
corazón del mundo y de la carne; porque no hay cosa que más petrifique y
perjudique al sacerdote como el aseglararse y el ponerse en contacto
con lo que no es puro.
Estos pecados hacen empedernido el corazón del sacerdote y matan en él
lo espiritual; y con estos pecados pierde la fe, y como consecuencia
inmediata, se posesiona de él la desconfianza en mi grande misericordia.
La desconfianza, en las almas sacerdotales, es el arma principal del
demonio para alcanzar el triunfo de su malicia, que es la impenitencia
final del sacerdote. ¿Si se diera cuenta de la lucha que se traba entre
los dos espíritus, el Espíritu Santo y el espíritu del mal, en la hora
tremenda y decisiva de la muerte del sacerdote?
Ahí estoy Yo, avergonzado y ofendido por el pecado más terrible
y más doloroso para mi Corazón, para mí Ser de amor: el pecado contra
el Espíritu Santo, el que no se perdona, el de la desconfianza en Dios.
A esto conduce Satanás; este es su fin en el sacerdote pecador, que se
va enfriando poco a poco en mi servicio y en la vigilancia de su alma.
Allá lo espera el demonio para darle el golpe de gracia y arrebatarlo
por fin de mis brazos y de mi Corazón, para hundirlo en el infierno.
Comienza la tibieza en el sacerdote; luego viene el desaliento, la falta
de sacrificio que lo impulsa en sus obras espirituales, se va apagando
la fe que les daba vida, muere la esperanza y envuelve a esa alma
desgraciada la última arma que esgrime Satanás y con la que arrebata
muchas almas de mis brazos: la desconfianza.
Más que nadie, el sacerdote tiene que estar muy alerta sobre su
santificación y tomarse a menudo el pulso de su fervor, darse cuenta de
la limpieza de su corazón y de su amor hacia Mí y hacia la Santísima
Virgen.
Cada día deben reforzar su espíritu con nuevos bríos por la oración y,
sobre todo, debe sacrificarse en el cumplimiento de los deberes de su
ministerio.
Un cristal debe ser el alma del sacerdote que refleje al Espíritu Santo
en todos sus actos; pero, sobre todo, debe poseerlo para amarme con el
mismo Espíritu Santo, que es el amor del Padre, el más perfecto amor.
Lejos de él contristar a ese Santo Espíritu a quien tanto le debe; antes
bien, debe manifestarle su gratitud, correspondiendo fidelísimamente a
todas sus inspiraciones. Debe obrar por Él y con Él para agradar al
Padre y a Mí que tanto hago por su bien. ¿Qué más que darle con mi Padre
a nuestro Espíritu mismo y a mi Corazón con Él
Y ¿cuál es el medio que cierra la puerta al más grande mal que puede existir, y que es el de la desconfianza?
-La transformación del sacerdote en Mí. Entonces se llega a la intimidad
más grande que puede existir Conmigo; y con mi amistad y con mi amor,
¿quién puede temer? Entonces, seguro y apoyado en Mí, trabaja el
sacerdote hasta llegar a heroísmos increíbles; y con la fe más grande, y
con la esperanza más firme, y aquilatada su confianza con la caridad,
espera, seguro y tranquilo, su corona inmarcesible del cielo.
La duda no se acerca jamás al sacerdote transformado en Mí, entonces no
le arredra ni la vida, ni la muerte, ni los peligros, ni las penas, ni
los calvarios, ni el presente ni el futuro; porque su confianza en Mí es
perfecta.
Y aunque su humildad lo haga desconfiar, es solo de sí mismo y jamás,
jamás de mi amistad, de mi gracia y de mi amor. Si fue ingrato, infiel y
desleal; si me ofendió aun gravemente, ¡no importa!; a tal grado han
aumentado en él las virtudes teologales en su transformación en Mí, que
esas virtudes sublimes lo han borrado todo, porque el amor y la
esperanza con la fe en mi grande bondad y misericordia le han traído con
el arrepentimiento la confianza, y antes sufriría mil muertes que
perder esta joya nacida del amor.
¿Quién que me conozca a fondo podrá desconfiar de Mí? ¿Qué sacerdote,
que ha gustado la intimidad Conmigo, que ha conocido el abismo sin fondo
de la ternura de mi Corazón, que han experimentado los grados de unión
divina de mi alma con su alma, puede dudar de mi amor infinito hacia él?
Es preciso a toda costa que los sacerdotes se acerquen a Mí en la
intimidad de los corazones. ¡Que no teman, que soy Yo; que si me han
ofendido, Yo soy el perdón de Dios; que en Mí tienen un hermano, un
hijo, una madre, un Padre, un Dios-Hombre que los ama con las entrañas
más tiernas, con predilecciones sin nombre, que les tiende los brazos y
que quiere salvarlos, abrazarlos, estrecharlos contra su Corazón que se
dejó romper para que en él cupieran principalmente todos los sacerdotes,
para transformarlos en Mí, en Jesús, todo misericordia y bondad!
Y yo sé por qué digo hoy esto, Yo sé por qué quiero que se sepa que mis
labios están no solo dispuestos, sino ansiosos por darles un beso de
paz… Mi misericordia supera hoy a mi justicia; todo lo olvido, he echado
al mar sus extravíos, quiero perdonarlos, volvería con su gusto a mil
calvarios, si con esto moviera sus corazones y los atrajera hacia Mí.
Pobres y ricos, jóvenes y ancianos, y en cualquier puesto o jerarquía de
mi Iglesia en la que se encuentren, mi Padre y Yo solo vemos un solo
sacerdote en ellos, para unirlos a la unidad de la Trinidad, por el
Verbo, Sacerdote Eterno, que quiere regenerar, perfeccionar y salvar.
Que vengan a Mí todos los sacerdotes para alentarlos, para perdonarlos,
para curar sus heridas, para enjugar sus lágrimas, para cicatrizar sus
llagas, para hacerlos UNO conmigo, para transformarlos en Mí, para
rendirme con su confianza.
Quiero romper en mil pedazos ese puñal de la desconfianza que traspasa
el alma; quiero acabar con ese enemigo que me arrebata muchas almas
sacerdotales; quiero mostrar al mundo mi triunfo sobre el infierno,
darle honor y gloria a Mi Iglesia, y contemplar también los santos
anhelos de mi Corazón de amor con sacerdotes santos, todos en el seno
del Padre, sin dejar uno solo que no se albergue en mi Corazón”.
a sus hijos los predilectos.
("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)
DESCONFIANZA