*La conversión de Benita


Cuenta el P. Juan Bonifacio, S. J., que hubo en Florencia una moza llamada Benita, pero no bendita, sino muy perversa, deshonesta y escandalosa.
Por dicha suya, llegó a la ciudad el glorioso patriarca Santo Domingo, y ella, por mera curiosidad, quiso ir un día a un sermón que predicaba, en el cual, finalmente, la palabra divina la compungió tanto que, anegada en lágrimas se confesó con el Santo, quien no la impuso más penitencia que rezar el Rosario. Pero la infeliz, vencida del mal hábito contraído, volvió a recaer.

Súpolo el Santo, fue a buscarla, y logró que se confesase otra vez, ayudando el Señor por su parte a la firmeza del propósito con una visión en que le descubrió las penas del infierno y ardiendo en él algunos hombres condenados por culpa suya, al mismo tiempo que le puso delante un libro donde estaban escritos todos sus pecados, cosa que la llenó de espanto; pero valiéndose fervorosamente de la protección de la Virgen, vio también que esta Señora le alcanzaba de Dios tiempo para llorar sus liviandades.

Emprendió, desde luego, una vida muy ajustada; mas como nunca se le apartase de los ojos aquel proceso tan temeroso, empezó un día a decir a la Reina de los Angeles estas palabras:

«Madre amantísima, bien sé que he merecido mil veces el infierno; pero ya que misericordiosamente me habéis concedido espacio de penitencia, voy a pediros otra gracia, aunque no quiero dejar de llorar mis pecados hasta la muerte, y es que dispongáis se borren todos de aquel libro que he visto.»

La Virgen Santísima se le apareció, diciéndole que para obtener lo que solicitaba había de tener de allí en adelante memoria continua de sus pecados y de la misericordia que Dios había usado con ella; que se había de acordar frecuentemente de lo mucho que el Señor había padecido por salvarla, y que, en fin, había de pensar cuántos se habían condenado con menos motivo, revelándole  la condenación aquel mismo día de un muchacho de ocho años por un solo pecado grave.

Obedeció Benita puntualmente, y mereció que al cabo se le apareciese también Jesucristo nuestro Redentor, y que, mostrándole aquel libro, le dijese: «Ya tus delitos quedan borrados y el libro en blanco.

Escribe ahora muchos actos de caridad y demás virtudes.»

Hízolo así Benita lo que le restaba de vida; vivió hasta el fin como santa y murió feliz mente.


Las Glorias de María