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Ganaba mucho dinero en Londres, tenía novia... pero lo dejó
todo para ser sacerdote en Madrid
Mayo 2014 Cuervas-Mons / Alfa y Omega
Daniel Navarro, ordenado sacerdote, dejó su trabajo como
ingeniero de telecomunicaciones en Londres, su novia y amigos: «Los dedos de
Cristo tocaron mi corazón y le dieron la vuelta como un calcetín», explica.
«Desde que me encontré con el Señor, ha sido un progresivo
crecer con Él. Yo llegaba con muchas heridas humanas, como una planta de
apariencia sana, pero en realidad frágil, a la que metes en un invernadero. La
relación con el Señor va creciendo y robusteciéndose, y ahora hay un suelo
sólido, listo para que otros lo pisen»
El padre Daniel extendió su mano en la consagración -su
primera consagración como sacerdote, concelebrante con su obispo que le acababa
de ordenar- y pronunció las palabras: “Ésta es mi Sangre”.
Entonces comprendió que esa sangre de Cristo es también la sangre
de Daniel Navarro. Ya son uno. Una sola carne. La Misa de la ordenación
sacerdotal, el pasado sábado, fue la culminación de un camino de formación que
comenzó para el ya padre Daniel hace ocho años, en Londres.
Doce años lejos de la Iglesia
Tenía 33 años y vivía desde los 21 alejado de la Iglesia.
«Si existes, y alguna vez quieres que vuelva, ya me lo dirás», dijo a Dios
antes del portazo de salida. Y Dios quiso que volviera.
Daniel Navarro Úbeda, hoy ya el padre Daniel, trabajaba en
Londres en proyectos de telefonía móvil. Este ingeniero de Telecomunicaciones
ganaba «más dinero del que había imaginado», tenía casa, coche, novia, amigos-
«todo lo que el mundo nos dice que hay que tener para ser feliz». Pero en su
vida había preguntas: “¿No hay nada más? ¿Mi vida es una de tantas? ¿En
general, ya está escrita?”
El primer paso de lo que hoy identifica claramente como la
Providencia de Dios, fue conocer a un grupo de gente católica. «Tenían una
alegría que no era ficticia». Y empezó a ir a misa otra vez. En Londres, y
también en Madrid, cuando viajaba a visitar a su novia.
Luego llegó la primera Confesión en más de diez años.
Y una tarde, la del 27 de agosto de 2006 «entre las 19 y las
20 horas», un encuentro «real» con Jesucristo.
No fue, cuenta, como en una oración, sino después de una
Eucaristía.
«Fue un encuentro real. No con las coordenadas de
espacio-tiempo que conocemos, pero absolutamente real. Cristo vino caminando
hacia mí; sus dedos tocaron mi corazón y le dieron la vuelta como un calcetín.
Me dijo: ´¡Ya te vale, decirme que no!´, y ese decirme -igual que a san Pablo
el deja de perseguirme-, fue clave».
Para un hombre de ciencia como él, la situación era difícil
de asimilar, pero era real.
Lo último que quedaba: la novia
Como un puzzle al que le falta la pieza del centro -«aunque
está casi hecho, queda fatal»- y de repente, esa pieza del centro lo encaja
todo. Horas después, estaba escribiendo un correo al seminario de Madrid, y una
semana más tarde su novia le preguntaba: ´Oye, ¿tú no irás a hacerte cura?´
«Tres meses después ya no tenía novia. Es duro, pero el
Señor sabe hacer muy bien las cosas», explica.
Comenzó así un año de discernimiento a caballo entre los
estudios del seminario y el trabajo anterior. Luego, el seminario: «Desde que
me encontré con el Señor, ha sido un progresivo crecer con Él. Yo llegaba con
muchas heridas humanas, como una planta de apariencia sana, pero en realidad
frágil, a la que metes en un invernadero. La relación con el Señor va creciendo
y robusteciéndose, y ahora hay un suelo sólido, listo para que otros lo pisen».
Un momento de la ordenación con el
cardenal Rouco
Escuchar, y ahora también confesar
Esos otros son los fieles a los que el padre Daniel, hasta
ahora, sólo podía escuchar y, después, mandarlos a su director espiritual para
la Confesión. «Venían a contarme preocupaciones y yo les decía que todavía no
podía confesar, pero daba igual, ellos necesitaban sentirse escuchados». Ahora
sí puede atenderlos él mismo, y eso es lo que más desea: darse a los demás en
Cristo.
«Les voy a dar lo que he recibido en el seminario y lo que
recibo de Dios. Quien va a hablar con un sacerdote debería percibir que recibe
a Dios y, si no lo recibe, tiene que cambiar de sacerdote. La confianza que dan
los sacerdotes realmente unidos al Señor es impresionante. Te acoge y te
escucha el Señor».
Y cuando dice eso, el padre Daniel habla por propia
experiencia. «Yo en el seminario había veces que decía una cosa y tenía la
maleta preparada, porque pensaba: Me echan. Tenía la mentalidad de las leyes
del mundo. Pero con Dios no. Él te escucha y te dice: Te perdono. Eres
bienvenido. No te dice que no pasa nada. Te dice la verdad, pero no te juzga».
Dice que encontrarse con Él no quita nada y, cuando le
preguntan si echa de menos el mundo anterior, lo tiene claro: «Cuando te has
encontrado con Aquel que lo ha creado todo, lo recibes todo. Lo del ciento por
uno del Evangelio se queda muy, muy pequeño».
Daniel Navarro fue ordenado sacerdote en Madrid el pasado
sábado 10 de mayo junto a otros 15 diáconos.