*La historia de Monique



Québec, Canadá
Monique tiene 57 años. Este es parte de su relato:

Abandoné la Iglesia Católica cuando tenía 13 años. Fue durante la ‘Revolución Silenciosa’ en la provincia de Québec, en Canadá. Estuve muy comprometida en una espiritualidad oriental, una de las más austeras de la India, durante un período de 22 años. No tenía ninguna intención de regresar a la Iglesia Católica. Aparte del hecho de tener un tío sacerdote, nunca pensé en la Iglesia Católica durante estos 22 años de ausencia.

Mi marido y yo vivíamos en la isla de Vancouver en aquel entonces. El hermano de mi padre, el padre Gérard Faivre, era un Padre Misionero Blanco de Africa. En 1985 estábamos aguardando su visita, pero esto requería cierta preparación. Uno de sus pedidos consistía en que contactara al pastor de la parroquia católica local a fin de que pudiera ir a celebrar misa diariamente durante el curso de su visita. Sentí un cierto malestar interno y le pedí a mi marido Jeremy que me indicara dónde se encontraba la iglesia en nuestro pueblo. Jeremy me dibujó un mapa de cómo llegar y descubrí que vivíamos a tan sólo 3 millas de la iglesia. Durante siete años, ni siquiera lo había notado. El siguiente lunes por la mañana conduje a mi marido al trabajo con mis dos hijos en el asiento trasero y luego fui directamente a la iglesia para ver al sacerdote y pasarle el pedido.

Al ingresar en el predio de la iglesia, no pude menos que observar un gran cartel que decía REGRESA A CASA. Cuando leí aquellas palabras, sentí que una flecha penetraba mi corazón; causando una profunda y real molestia en mi alma. Golpee  la puerta de la parroquia y fui atendida por la secretaria. Pregunté por el sacerdote, pero me informó que no estaba disponible porque era su día libre. No sabía que los sacerdotes tenían un día libre, por lo que insistí que necesitaba ver al párroco. Ella estaba bastante molesta conmigo y seguía asegurándome de que no estaba disponible.

Volví a insistir diciéndole que al menos podría hacerle saber que estaba allí, y luego él decidiría si verme o no. En ese momento la puerta de su despacho se abrió. Evidentemente el párroco había estado escuchando la conversación. Su nombre era padre Ralph. Me invitó a entrar y me preguntó quién era y dónde vivía. De inmediato le pedí una llave de la puerta de la Iglesia para que mi tío pudiera celebrar misa. Veía a este sacerdote como si tan solo fuera otra persona común y corriente.

Ya había entregado mi mensaje y sólo deseaba volver a mis actividades diarias cuando él me preguntó por qué nunca me había visto en la iglesia. Le dije, ‘¡Iglesia! ‘¿Piensa que tengo tiempo para venir a la iglesia con dos pequeños? El contestó, ‘Oh, disculpe no me había dado cuenta de que usted tenía un Dios diferente al que tengo yo’ Su respuesta me impactó  y me sentí un poco insultada. Le dije a mi vez, ‘No tengo un Dios distinto al suyo’. Luego él dijo, ‘Bueno, como no tenemos un Dios distinto, entonces ¿me permite darle una bendición? Acepté. En ese momento tenía a mis hijos de la mano. El sacerdote nos bendijo a cada uno con agua bendita, trazando la señal de la Cruz sobre nuestras frentes. Sentí un ardor en mi frente después de la bendición. Luego preguntó si podía venir a visitar a nuestra familia. Le dije, ’¡Sí, cuando lo desee! Miró su cuaderno y acordamos en que vendría aquel jueves por la noche.

El jueves visitó a nuestra familia. El padre Ralph nos invitó a los chicos y a mí a concurrir a su misa diaria en el Monasterio de Santa Clara. ‘Hay un pequeño grupo de hermanas, es muy silencioso”, dijo. Prometí ir y dar un vistazo. Fui al día siguiente a las 8 de la mañana con mis dos hijos. Estaba muy nerviosa. Entré y comencé a llorar. ¡Lloré por un mes entero! Iba todos los días porque me sentía segura y desapercibida; y sabía que el Señor estaba allí. Jeremy, mi marido, no podía tolerar que estuviera traicionando mi vida espiritual y estaba muy enojado. Éramos ancianos en nuestro ashram. Éramos estrictos vegetarianos. Meditábamos dos horas y media por día y hacíamos lecturas espirituales. Le dije que no comprendía por qué estaba yendo a la iglesia todos los días, pero que no podía evitarlo. Aquel año, tuvimos muchas peleas y discusiones. Sin embargo, el Espíritu Santo actuaba tan poderosamente en mí que experimentaba la protección de Dios en mi interior. Tuve la fortaleza de mantenerme firme frente a mis amigos que insistían para que regresara al ashram. Comencé a orar. Jeremy observaba mi cambio, hasta las imágenes de nuestros Gurús y Maestros habían sido cambiadas por imágenes de la Virgen. Al año y medio Jeremy recibió una gracia especial de conversión y ¡también él se unió a la Iglesia Católica!’ Esto sucedió hace más de 20 años y hasta el día de hoy, cada vez que entro en una iglesia católica y que me persigno con agua bendita, experimento la misma quemazón en mi frente donde el sacerdote me bendijo por primera vez”.

Esta es la trayectoria de una simple bendición en un alma.





Sor Emmanuel +
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