¿Quién podrá contar las victorias que
Simón,
conde de Montfort, ganó a los albigenses bajo la protección
de Nuestra Señora del Rosario?: fueron tan notables que jamás ha
visto el mundo cosa parecida. Con quinientos hombres desbarató un
ejército de diez mil herejes. Otra vez con treinta venció
a tres mil. Después, con mil infantes y ochocientos de caballería,
hizo pedazos el ejército del rey de Aragón, compuesto de cien
mil hombres, perdiendo solamente ocho soldados de infantería y uno
de caballería.
En cierta ocasión, con diez compañías venció a veinte mil herejes sin perder ninguno de sus soldados, lo que impresionó de tal modo al general del ejército enemigo, que fue a ver a Otero, abjuró de sus herejías y declaró que le había visto cubierto de armas de fuego durante el combate.
106)
¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen
a Alano de Lanvallay, caballero bretón que combatía por la fe
contra los albigenses! Un día que se hallaba rodeado por todas
partes de enemigos, la Santísima Virgen lanzó contra ellos
ciento cincuenta piedras y le libró de sus manos.
Otro día en que había naufragado su navío y estaba ya próximo a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento cincuenta colinas, por encima de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria de los milagros que había hecho en su favor la Santísima Virgen, como recompensa del Rosario que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un convento para religiosos de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo religioso, murió santamente en Orleans.
Otro día en que había naufragado su navío y estaba ya próximo a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento cincuenta colinas, por encima de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria de los milagros que había hecho en su favor la Santísima Virgen, como recompensa del Rosario que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un convento para religiosos de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo religioso, murió santamente en Orleans.
107) Otero, soldado bretón de Vaucouleurs, hizo huir
compañías enteras de herejes y de ladrones con su Rosario y con
la espada al brazo. Sus enemigos, después de vencidos, le aseguraron
haber visto resplandecer su espada, y una vez en su brazo un escudo
que tenía pintadas las imágenes de Jesucristo, la Santísima Virgen
y los santos, que le hacían invencible y le daban
fuerza para atacar.
En cierta ocasión, con diez compañías venció a veinte mil herejes sin perder ninguno de sus soldados, lo que impresionó de tal modo al general del ejército enemigo, que fue a ver a Otero, abjuró de sus herejías y declaró que le había visto cubierto de armas de fuego durante el combate.