*Orgullosos del Dios que nos habita

 Jesús decía a Santa Catalina de Siena: “Yo soy el que Soy y tú eres la que no eres” ¡Y se trataba de una gran santa! Quizás podría verse en ello cierto desprecio de parte de Jesús; ¡pero en realidad es todo lo contrario! Jesús quiere decirle: Estoy del lado del Ser y tú, en cambio, estás del lado de la nada. ¿Ves?, ¡Estamos hechos el uno para el otro! Yo te regalaré mi Todo y tú me regalarás tu nada, ¡y de esta forma estaremos indefectiblemente unidos! Le dice también: “Hazte recipiente y me haré torrente” ¡Ésta es la clave del mensaje! Si humildemente le abrimos del todo nuestro corazón a Dios le permitiremos que se nos entregue completamente, se volverá torrente en nosotros y nos colmará con sus gracias. ¡Esto sí que es realmente un anticipo del Cielo! Si nuestro Ego disminuye y deja que Dios ocupe el primer lugar en nuestras vidas, ¡exultaremos de felicidad!

Sabemos que la verdadera paz, el verdadero Shalom consiste en estar “hasta el tope”, lleno de la presencia de Dios, sin ningún vacío en nosotros. Dios es entonces “todo en todos” según la palabra de la Escritura.
La beata Mariam de Belén, una gran mística de Galilea se llamaba a ella misma “pequeña nada” y esto le causaba mucha alegría.
A mayor santidad, mayor conciencia tiene la persona de su insignificancia frente a Dios, pero también mayor gusto experimenta ante su nada. La auténtica humildad consiste en ser verídicos ante Dios y esta verdad nos vuelve libres, felices. Para Dios no existen rangos de importancia entre los hombres, no existen ricos y pobres, personas VIP y los otros, los grandes y los “cero a la izquierda”. Todos somos radicalmente pobres, pero aunque algunos ya son conscientes de su pobreza, otros todavía no se han dado cuenta de ello. “¡Felices los pobres de espíritu porque el Reino de los Cielos les pertenece” nos dice Jesús que tanto desea nuestra felicidad!
Un buen indicio de esto nos lo da Santa Teresita del Niño Jesús. Genialmente nos indica su “pequeña vía” para caminar seguros junto a Dios hacia la felicidad del Cielo. Ella se sabe pobre, pequeñita, incapaz de realizar ninguna obra buena por sí misma. Esto en lugar de entristecerla, al contrario le hace experimentar una gran alegría: “Lo que ama el Señor de mi pequeña alma, decía, es que yo ame mi pequeñez y mi pobreza; es la esperanza ciega que tengo en su misericordia” y también “para amar a Jesús, cuanto más débil, sin deseos ni virtudes uno se encuentre, mejor dispuesto está para las operaciones de ese Amor que todo lo consume y transforma. (Carta 197 del 17-9-1896 a Sor María del Sagrado Corazón). Sabía del gran amor de Jesús por los niños y por quienes se les asemejan. Los niños por excelencia son conscientes de que deben esperarlo todo de sus mayores.
El mundo nos enseña lo contrario. Para ser admirado por los hombres, hay que ser alguien relevante. ¡Qué ilusión! ¡Cuánto le agradezco a la Santísima Virgen su mensaje! Una vez más nos sana de las falsas imágenes de felicidad que el mundo nos inflige y nos vuelve a encaminar sobre la vía de la realidad, aquella que es indeclinable y que hará de nosotros hombres y mujeres que se mantengan de pié, orgullosos, no de sí mismos, sino del Dios que los habita. María nos convierte en cristianos que no temen perder la causa de su alegría porque ésta radica en Dios y está bien asegurada.

Mientras el mundo nos ofrece satisfacciones pasajeras y superficiales que terminan hundiéndonos en la angustia, Dios nos propone saciar nuestra sed profunda y nos permite ser lo que verdaderamente somos: hijos de Dios que todo lo poseen. “¡Hijo mío, nos dice Dios, todo lo que es mío es tuyo!” (Lc 15)

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