Cultivar la interioridad en la era digital

Llamadas, mensajes, tweets, alertas... teléfonos y ordenadores han cambiado nuestro acceso a la realidad. ¿Cómo lograr que sean una ayuda para nuestra vida ordinaria al servicio de Dios y de los demás?


La virtud de la templanza, una aliada

Señala san Josemaría una experiencia con la que es fácil identificarse: "Me bullen en la cabeza los asuntos en los momentos más inoportunos...", dices. Por eso te he recomendado que trates de lograr unos tiempos de silencio interior,... y la guarda de los sentidos externos e internos[Para alcanzar un recogimiento que lleve a meter las potencias en la tarea que realizamos, y así poder santificarla, es preciso ejercitarse en la guarda de los sentidos. Y esto se aplica de modo especial al uso de los recursos informáticos, que ‒como todos los bienes materiales‒ se deben emplear con moderación.
Foto: Esthervargas

La virtud de la templanza es una aliada para conservar la libertad interior al moverse por los ambientes digitales. Templanza es señorío, porque ordena nuestras inclinaciones hacia el bien en el uso de los instrumentos con los que contamos. Lleva a obrar de manera que se empleen rectamente las cosas, porque se les da su justo valor, de acuerdo con la dignidad de hijos de Dios.
Si queremos acertar en la elección de aparatos electrónicos, la contratación de servicios, o incluso al usar un recurso informático gratuito, resulta lógico que consideremos su atractivo o utilidad, pero también si aquello corresponde con un estilo templado de vivir: ¿Esto me llevará a aprovechar más el tiempo, o me procurará distracciones inoportunas? ¿las funcionalidades adicionales justifican una nueva compra, o es posible seguir utilizando el aparato que ya tengo?
El ideal de la santidad implica ir más allá de lo que es meramente lícito ‒si se puede…‒, para preguntarse: esto, ¿me acercará más a Dios? Da mucha luz aquella respuesta de san Pablo a los de Corinto:«Todo me es lícito». Pero no todo conviene. «Todo me es lícito». Pero no me dejaré dominar por nada. Esta afirmación de autodominio del Apóstol cobra nueva actualidad, cuando consideramos algunos productos o servicios informáticos que, al procurar una recompensa inmediata o relativamente rápida, estimulan la repetición. Saber poner un límite a su uso evitará fenómenos como la ansiedad o, en casos extremos, una especie de dependencia. Nos puede servir en este campo aquel breve consejo: Acostúmbrate a decir que no, detrás del cual se encuentra una llamada a luchar con sentido positivo, como el mismo san Josemaría explicaba: Porque de esta victoria interna sale la paz para nuestro corazón, y la paz que llevamos a nuestros hogares –cada uno, al vuestro–, y la paz que llevamos a la sociedad y al mundo entero[9].
El uso de las nuevas tecnologías dependerá de las circunstancias y necesidades propias. Por eso, en este ámbito cada uno ‒ayudado por el consejo de los demás‒ debe encontrar su medida. Cabe siempre preguntarse si el uso es templado. Los mensajes, por ejemplo, pueden ser útiles para manifestar cercanía a un amigo, pero si fueran tan numerosos que acarrearan interrupciones continuas en el trabajo o el estudio, probablemente estaríamos cayendo en la banalidad y la pérdida de tiempo. En este caso, el autodominio nos ayudará a vencer la impaciencia y a dejar la respuesta para más tarde, de modo que podamos emplearnos en una actividad que exigía concentración, o simplemente prestar atención a una persona con la que estábamos conversando.
Ciertas actitudes ayudan a vivir la templanza en este ámbito. Por ejemplo, conectar el acceso a las redes a partir de una hora determinada, fijar un número de veces al día para mirar la cuenta de una red social o para comprobar el correo electrónico, desconectar los dispositivos por la noche, evitar su uso durante las comidas y en los momentos de mayor recogimiento, como son los días dedicados a un retiro espiritual. Internet se puede consultar en momentos y lugares apropiados, de modo que uno no se ponga en una situación de navegar por la web sin un objetivo concreto, con el riesgo de toparse con contenidos que contradicen un planteamiento cristiano de la vida, o al menos perder el tiempo con trivialidades.


El convencimiento de que nuestras aspiraciones más altas están más allá de las satisfacciones rápidas que nos podría dar un click, da sentido al esfuerzo por vivir la templanza. A través de esta virtud, se forja una personalidad sólida y la vida recobra entonces los matices que la destemplanza difumina; se está en condiciones de preocuparse de los demás, de compartir lo propio con todos, de dedicarse a tareas grandes