Del Diablo a Dios

ADOLFO RETTÉ (1863-1930), gran escritor, poeta y periodista, muy conocido en
Francia en los primeros años del siglo XX. Él nos cuenta: Apenas llegado a la edad
adulta, llegué a ser ateo convencido, un materialista militante. Me uní a los enemigos
de la religión y tomé parte en todas sus acciones abominables. Desde los 18 años,
comencé un período de locuras y desórdenes, de los cuales me horrorizo y reniego de
todo corazón… En todas partes de Francia sembraba el odio a la Iglesia católica e
insultaba a Cristo, a quien llamaba, con desprecio, el galileo
.
Y siguió por mucho tiempo con su vida licenciosa con una mujer de ojos negros.
Pero estaba insatisfecho consigo mismo. Un día de 1905, se fue a dar un paseo por el
bosque y se puso a leer los primeros cantos sobre el purgatorio de la Divina comedia de
Dante. De improviso, le vienen dudas: ¿No podría ser cierto lo que dice la Iglesia
católica de que, cuando un pecador se arrepiente de sus pecados, llega a ser digno del
cielo? ¿Será verdad que Dios existe? ¿Y si existe Dios?

Aquella misma tarde, le va a visitar un escritor, amigo suyo, que estaba dudando
de regresar a la Iglesia católica. Él trata de disuadirlo y, cuando se va su amigo, se pone
a escribir un artículo para el periódico anticlerical. Pero, en la noche, no puede dormir y
se levanta de madrugada, va a su oficina y rompe en pedacitos el artículo escrito. Y
dice: Sentí una gran paz y una gran alegría, y me dormí tranquilo.

Sigue con sus luchas internas. Un día, en sus paseos por el bosque, piensa en los
científicos y en los filósofos que, para explicar el universo, dan diversas hipótesis, que
vienen continuamente descartadas por otras nuevas; sin embargo, la enseñanza de la
Iglesia católica permanece inmutable. Sus dogmas comenzaron con su fundación y están
de alguna manera en los evangelios. Todo esto no se explica humanamente, pues la
humanidad fluctúa en diversas posiciones continuamente. ¿Y, si la Iglesia católica,
realmente, ha nacido de una revelación divina, y Dios existe?

Apenas pronunció estas últimas palabras, sintió una liberación y una gran paz de
espíritu. Hubiera querido correr a un sacerdote para abrirle su alma, pero tenía miedo,
vergüenza y temor de enfrentarse con la verdad.

En 1906, regresó a París y comenzó a frecuentar los salones mundanos, pero se
sentía insatisfecho, vacío y triste por dentro, hasta el punto que la idea del suicidio le
rondaba cerca. Una tarde, decide entrar en la catedral Notre Dame, que estaba casi
desierta, pero se queda en la puerta y dice: Dios mío, ten piedad de mí, aunque sea un
grandísimo pecador. Ayudadme.

En setiembre de 1906, visita el santuario de Cornebiche y le dice a la Virgen:
Algo me ha empujado a venir aquí. Hasta ahora, nunca te he invocado. A ti, a quien los
fieles te invocan, acudo para que le pidas a tu Hijo que me diga qué debo hacer.
Entonces, oye una voz dulcísima en el interior de su alma, que le dice: Vete a encontrar
un sacerdote. Libérate del fardo que te aplasta y entra sin miedo en la Iglesia católica9
.
Regresa a París y otro poeta y escritor amigo suyo y ferviente católico, Francisco
Coppée, lo lleva a visitar a un sacerdote de san Sulpicio. Era un sacerdote anciano, con
los ojos llenos de luz y con el rostro sereno y amablemente sonriente, con el cual se
confesó. Era el 12 de octubre de 1906.

Al regresar a su casa, se sentía liberado y exclamó antes de acostarse: Madre de
mi Dios, me confío completamente en vuestras manos. Presentad mi alma a vuestro
Hijo10. A partir de ese momento, su vida se convierte en un canto de alegría. Y después
de su primera comunión, dice: ¿Por qué no se puede detener el tiempo en esta hora
solemne de calma e inocencia? Después de mi primera comunión, vivo en una especie
de sueño luminoso. Todos mis pensamientos son para el Señor. Veo el universo con
nuevos ojos

Había encontrado la paz, que tanto necesitaba, sin la cual no podía ser feliz. En
1907, escribió el relato de su conversión con el título Du diable a Dieu (Del diablo a
Dios). En su libro Milagros de Lourdes, manifiesta un gran amor por María, nuestra
Madre.