El secreto de una vida feliz



Diane Rozells, terapeuta ocupacional, Singapur


   
“Vivir la vida a tope”, éste ha sido siempre mi lema. Se puede decir que soy una persona que intenta disfrutar de las aventuras y emociones de la vida. Antes de oír hablar de San Josemaría y de su mensaje sobre la santidad en el día a día, estaba convencida de que para sacar el máximo jugo a la vida, tenía que hacer tantas cosas espectaculares como pudiera. Por ello, como era joven, cometí todo tipo de locuras para tener - al menos eso pensaba- una vida interesante.

Hace ya más de tres años que encontré a Dios a través de San Josemaría y he de reconocer que desde entonces mi vida es más interesante. Gracias a él, he descubierto el secreto de una vida feliz: aprovechar los acontecimientos cotidianos como medio para enamorarse de la vida. San Josemaría me ha enseñado que la heroicidad no se encuentra en las cosas extraordinarias que cuesta mucho realizar, sino en las pequeñas de todos los días llevadas a cabo con fe.

Me fascinaba la idea de que todos estamos llamados a ser santos. Después de reflexiones más profundas, llegué a ver la verdad en sus palabras: amar a Dios completamente significa que no debería conformarme con una santidad mediocre. Como ya he dicho, siempre deseé aprovechar la vida al máximo. Después de haber conocido el amor de Dios, deseaba amarle enteramente y por ello descubrir la plenitud de la Vida. Ahora, gracias a San Josemaría, he aprendido que la santidad no está reservada exclusivamente a los religiosos; todos nosotros, también los laicos corrientes, estamos llamados a ser santos en medio del mundo.

Sin embargo, aspirar a ser santacanonizable” era realmente apuntar muy alto para mí. Estaba bastante asustada ya que llegar a ser lo que San Josemaría llamaba “otro Cristo, el mismo Cristo” (Amigos de Dios, 6) suponía mucho sacrificio y entrega por mi parte. Como estaba acostumbrada a una vida de diversión, siempre buscaba el camino fácil, evitando a toda costa las dificultades y el sufrimiento. Pero aprendí de San Josemaría que para ser como Cristo tenía que “tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra” (Via Crucis, Décima estación). Esto significaba que debía dejar mi antigua actitud y enfrentarme a muchas cosas aunque no me gustase. Me encontré entonces ante un dilema: por un lado tenía grandes sueños de convertirme en una santa pero, por otro, me asustaba enfrentarme al desafío que esto suponía. Pero me sentía animada ya que “nuestro Señor, además de querer que seamos santos, también nos facilita las gracias necesarias para lograrlo”. Y es así como he entendido que no estoy sola en mi lucha por alcanzar la santidad. La gracia de Dios nunca me falta y, a pesar de que caigo una y otra vez, lo que Dios quiere es que me levante y empiece de nuevo.

Mi reto de vivir la vida al máximo se centra ahora en impregnar mis tareas diarias de todo el amor del que sea capaz. Como dice San Josemaría, “Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza.” (Surco, 487). Ahora, ver a Dios y ver almas detrás de mi trabajo diario me ha ayudado a enamorarme más profundamente de Nuestro Señor y, al mismo tiempo, a adquirir más virtudes humanas. Me ha ayudado a encontrar el verdadero significado de mi trabajo diario, proporcionándome una fuente constante de motivación.