Mons. Stefan Oster, obispo de Passau (Alemania), ha recibido el apoyo público de otros cinco obispos alemanes por su respuesta a las tesis heréticas del Comité Central de los Católicos Alemanes, que ha solicitado que la Iglesia bendiga tanto las uniones civiles de divorciados como las uniones homosexuales. Mons. Oster recuerda que la fe y la Escritura se «basan en la revelación, en el mismo Cristo. Él no es ningún `valor´, sino la misma Palabra de Dios» y pregunta «por qué justo en estos temas cruciales relativos al matrimonio y a la sexualidad hay que cambiar la voluntad de Jesús después de dos mil años».
25/05/15
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(InfoCatólica) El prelado parte del siguiente texto de la agencia católica de noticias KNA
El Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK) exige que se creen formularios para la bendición tanto de parejas del mismo sexo como de parejas de separados. Para ello se deberían desarrollar ritos litúrgicos, según se dice en un documento aprobado el pasado sábado en Würzburg por unanimidad de la asamblea general, con destino al sínodo de los obispos del próximo otoño. Además, se necesitaría alcanzar una «aceptación incondicional de la vida en común de las parejas de hecho del mismo sexo así como un claro posicionamiento contra la marginación, todavía existente, de las personas homosexuales». El comité de los católicos subraya que también en otras formas de vida en común se pueden dar los valores del matrimonio, por ejemplo el «sí» inquebrantable hacia la otra persona o la constante disposición a la reconciliación. «Estas formas de vida y de familia deben ser valoradas expresamente aunque no satisfagan la forma de un matrimonio sacramental» (KNA).
Mons. Oster advierte que «si alguien quiere obtener información más detallada acerca de lo que dice la fe de nuestra Iglesia sobre la pareja, la familia y la sexualidad, si alguien quiere formar su conciencia en la fe de la Iglesia y quiere saber lo que, desde el punto de vista de la fe, se tiene en estos temas por justo o por equivocado», debe contestar a las exigencias del ZdK.
El prelado recuerda que «la Iglesia cree, apoyada en la Revelación, que el goce de la práctica sexual encuentra su genuino y, en definitiva, único lugar legítimo en el matrimonio entre un hombre y una mujer, en el que ambos están abiertos a la transmisión de la vida y por el que se contrae una unión indisoluble hasta la muerte de uno de los dos».
Mons. Oster explica que «desde el punto de vista de la Sagrada Escritura, cualquier otra forma de consumación de la práctica sexual fuera del matrimonio es considerada fornicación o adulterio, con dramáticas consecuencias para aquellos que se aventuren en la misma».
Y añade:
«Si ahora se exige que otras formas de vida en común entre personas sean valoradas sobre todo porque en ellas se vive la fidelidad, la disposición a la reconciliación y el compromiso mutuo, habrá que suponer entonces que esta exigencia del ZdK incluye la práctica sexual y no la excluye, porque en otro caso estaríamos hablando sobre todo de relaciones de amistad y no de pareja. En mi opinión no hay problema en reconocer que la Iglesia ha visto siempre con buenos ojos e incluso ha bendecido la auténtica amistad. En cambio, por lo que vemos, estas cuestiones que estamos discutiendo se refieren en lo esencial al sexo entre dos personas»,por lo cual pide coherencia plena al ZdK para que incluya «abiertamente la exigencia de que bendigamos también la práctica de la sexualidad en las relaciones fuera del matrimonio».
El obispo plantea que si «tenemos que organizar celebraciones litúrgicas para bendecir relaciones de todo tipo distintas del matrimonio sacramental, se me ocurre la pregunta: ¿por qué sólo para dos? Si, por ejemplo, tres o más personas, de sexos iguales o distintos, a la vez que comparten la cama quieren formar un marco acogedor y fiable para los niños, ¿por qué no bendecimos también esta unión?»
«La fe y la Escritura», recuerda el obispo «no se basan de forma primaria en valores, sino en la revelación, en el mismo Cristo. Él no es ningún «valor», sino la misma Palabra de Dios, es aquél que ama al hombre personalmente, lo toca, lo libera, lo capacita para alcanzar otra vida y, sobre todo, para un amor y una fidelidad que el hombre no posee en sí mismo, sino a través de Cristo. Ahora bien, si el criterio es el mismo Cristo, y si a través de la Escritura, la Tradición y el Magisterio hemos tenido conocimiento fiable de su voluntad (ver por ejemplo 1 Cor 7, 10-11), entonces, en mi opinión, necesitaríamos una aclaración mucho mayor que la simple apelación a valores, que nos argumente de forma concluyente por qué justo en estos temas cruciales relativos al matrimonio y a la sexualidad hay que cambiar la voluntad de Jesús después de 2000 años».