Los demonios temen infinitamente al Rosario.

34a Rosa
105) ¿Quién podrá contar las victorias que Simón, conde de Montfort, ganó a los albigenses bajo la protección de Nuestra Señora del Rosario?: fueron tan notables que jamás ha visto el mundo cosa parecida. Con quinientos hombres desbarató un ejército de diez mil herejes. Otra vez con treinta venció a tres mil. Después, con mil infantes y ochocientos de caballería, hizo pedazos el ejército del rey de Aragón, compuesto de cien mil hombres, perdiendo solamente ocho soldados de infantería y uno de caballería.

106) ¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen a Alano de Lanvallay, caballero bretón que combatía por la fe contra los albigenses! Un día que se hallaba rodeado por todas partes de enemigos, la Santísima Virgen lanzó contra ellos ciento cincuenta piedras y le libró de sus manos.

Otro día en que había naufragado su navío y estaba ya próximo a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento cincuenta colinas, por encima de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria de los milagros que había hecho en su favor la Santísima Virgen, como recompensa del Rosario que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un convento para religiosos de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo religioso, murió santamente en Orleans.

107) Otero, soldado bretón de Vaucouleurs, hizo huir compañías enteras de herejes y de ladrones con su Rosario y con la espada al brazo. Sus enemigos, después de vencidos, le aseguraron haber visto resplandecer su espada, y una vez en su brazo un escudo que tenía pintadas las imágenes de Jesucristo, la Santísima Virgen y los santos, que le hacían invencible y le daban fuerza para atacar.

En cierta ocasión, con diez compañías venció a veinte mil herejes sin perder ninguno de sus soldados, lo que impresionó de tal modo al general del ejército enemigo, que fue a ver a Otero, abjuró de sus herejías y declaró que le había visto cubierto de armas de fuego durante el combate.

35a Rosa
108) El Beato Alano refiere que un Cardenal llamado Pedro, del título de Santa María del Tíber, instruido por Santo Domingo, su íntimo amigo, en la devoción del Santo Rosario, se interesó por ella de tal modo que fue su panegirista y la inculcaba a todos cuantos podía. El Cardenal fue enviado como legado a Tierra Santa entre los cristianos cruzados que combatían a los sarracenos, e hizo tales prosélitos en el ejército cristiano -practicando todos esta devoción para conseguir el auxilio del cielo- en un combate, con sólo tres mil triunfaron sobre cien mil.

Ya hemos visto que los demonios temen infinitamente al Rosario. Dice San Bernardo que la salutación angélica les quebranta y hace estremecer a todo el infierno. El Beato Alano asegura haber conocido varias personas que se habían entregado al diablo en cuerpo y alma y que habían renunciado al bautismo y a Jesucristo y que, después de abrazar la devoción del Santo Rosario, fueron libertadas de su tiranía.


Luis María G de Montfort